Comer su carne
«De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros» (Jn. 6:53).
«Estas marcas son terriblemente unilaterales: ¡mire, el texto más importante de todos no está marcado, ¿puedo marcárselo?» Por una petición especial, fui a visitar un día a un herrero que acababa de volver del hospital de Brampton para enfermedades del Tórax, en Londres.
Me alegré de ver que estaba profundamente preocupado en cosas espirituales, y preguntando anhelante por el camino a Sion, con el rostro encarado hacia la patria celestial.
Lo que había despertado su alma era un texto impreso de la Escritura con un ramo de flores que le había dado una señora que le había visitado:
«Por gracia habéis sido salvados … no a base de obras». Lo encontré listo para el Señor, y pronto tuve el gozo de conducirle al Salvador.
¡Qué cambio se pudo observar en el acto en él: estaba gozándose en una salvación presente y eterna. Viendo que no tenía un Nuevo Testamento a mano y que fuese manejable, y debido a que todos los recién nacidos espirituales han de tener alimento, le di una copia marcada del Libro de los libros.
Al cabo de un par de días volví a visitarle… ¡pero qué cambio vi en él! Lo había dejado resplandeciente y regocijándose, y ahora estaba triste y aturdido. Al preguntarle la razón de aquel cambio, me contestó: «Poco después de que usted se fuese el otro día, me visitó la hermana X (refiriéndose a una obrera de la Iglesia Alta).
Le dije que usted acababa de verme, y le mostré mi nuevo tesoro. Al examinarlo, me dijo: “Estas marcas son terriblemente unilaterales; ¡mire, el texto más importante de todos no está marcado, ¿puedo marcárselo?”.
Naturalmente, le dije que sí; ella sacó su estilográfica, y subrayó intensamente este texto: “De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”.
Luego me explicó que si no participaba del bendito sacramento no sería salvo. Ahora bien, ¿quién de ustedes dice la verdad?».
¡Claro que aquel pobre hombre estaba perplejo, lleno de dudas y angustiado! Pero pronto pude darle una certidumbre total y nunca volvió a dudar de su segura posición en Cristo por medio de la fe.
En base del hallazgo de aquella dama, meditaremos acerca de «el texto más importante de todos».
Como es bien sabido, esta postura sacramental de la Cena del Señor es mantenida tenazmente por los seguidores tanto de la Iglesia de Roma como de la Iglesia Alta (Anglicana).
Según la creencia de ellos, todo depende de comer y beber los sagrados elementos. Supongamos que estén en lo cierto: veremos en que situación más comprometida se colocan.
Si están en lo cierto y se debe entender el texto de manera literal, ¡entonces todo el laicado católico romano y algunos de los miembros de la Iglesia Alta están también perdidos, porque solamente los sacerdotes beben el vino!
Éste es un pensamiento sobrecogedor y atemperante, y que deberían considerar seriamente todos los que contemplan esta declaración de la Escritura desde una postura sacramental.
Además, ¿cómo podía el Señor referirse al Sacramento de la Cena del Señor, siendo que no fue instituida hasta bien pasado un año de esto? No, este pasaje no se refiere en absoluto a la Cena del Señor.
Lo que eliminó las dudas y dificultades en la mente y en el corazón del herrero mencionado fue una cita de aquel devoto y leal miembro de la Iglesia Anglicana, el Obispo Ryle, y éste será un buen lugar donde darla. Dice él: «Pocos pasajes han sido tan afanosamente retorcidos y pervertidos como éste.
El comer y beber a que se hace referencia no significan un comer y beber literal. Por encima de todo, las palabras no fueron dichas con referencia alguna al sacramento de la Cena del Señor.
Significa aquella recepción del sacrificio de Cristo que tiene lugar cuando alguien cree en Cristo crucificado para su salvación.
Es un acto interior y espiritual del corazón … cuando un hombre, consciente de su propia culpa y pecaminosidad, se aferra a Cristo y confía en la expiación obrada para él por la muerte de Cristo, en el acto come la carne del Hijo del Hombre y bebe su sangre. La fe en la expiación de Cristo es lo que es absolutamente esencial para la salvación».
Una mujer muy pobre y analfabeta yacía moribunda. Estaba tan enferma y débil que el médico prohibió las visitas. Pero un cura ritualista consiguió entrar en la estancia de la enferma.
«Está muy enferma, Sra. X, ¿querría usted tomar del santo sacramento? ¿Sabe?, no podrá salvarse excepto si lo toma, porque las palabras de nuestro Señor en Juan 6:53 son bien claras al respecto. Además, le ayudará a morir feliz.»
La pobre alma estaba casi demasiado enferma para hablar o escuchar, pero como se había entregado al Señor hacía ya varios años en un Local Misionero con el que yo estaba relacionado, conocía bien la Escritura, y le dijo: «Espero que me excuse, señor.
Soy una mujer muy ignorante, y no puedo decirle dónde está, pero en algún lugar de la Biblia dice: “cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”, y “el que cree en el Hijo tiene vida eterna”, y eso es suficiente para mí».
Armada con la Palabra de Dios, aquel astuto teólogo se encontró impotente para conseguir sus fines, y la dejó como caso imposible. ¡Ah, la importancia de aferrarnos a la Palabra de Dios con toda su simplicidad!