El Hipócrita. Bosquejos Bíblicos para Predicar Lucas 11:37-44
«Una mentira a medias verdad, ¡la más negra mentira es! Una mentira total afrontada y combatida puede ser, Mas contra una mentira con parte de verdad,
muy difícil es luchar» TENNYSON
La mestiza mentira que tiene parte de verdad halla su encarnación en el hipócrita. La primera es tan difícil de tratar como el segundo. Los nombres escriba y fariseo son aquí empleados por nuestro Señor como sinónimos de hipócrita. Sus características detalladas delante de nosotros en estos versículos son los rasgos típicos del hipócrita.
I. Está más interesado en las tradiciones de los hombres que en la verdad de Dios. «El fariseo, cuando lo vio, se extrañó de que no se hubiese lavado antes de comer» (v. 38). El fariseo de los tiempos de Cristo no solo mantenía las tradiciones de los ancianos acerca de lavarse las manos, sino que en su celo supersticioso se bañaba entero antes de comer (Mr. 7:4).
Jesucristo, en la celestial y verdadera dignidad de su carácter simplemente ignora tal práctica, por lo que el hipócrita se asombra de su libertad. Los hijos de Dios no deben estar en esclavitud a las opiniones de los hombres. Aquellos a los que el Hijo de Dios libera son verdaderamente libres.
Aunque era el mismo Cristo, la encarnación de la verdad y de la santidad, el que estaba ante aquel fariseo, éste sin embargo le menospreciaba porque no se amoldaba a su mezquina teoría de lavamiento de manos. La tradición popular acerca del camino de la salvación es: «Haz lo mejor que puedas», negando la gracia salvadora de Dios. Hay otras tradiciones acerca de la venida del Señor y del culto eclesial que son igualmente subversivas de la verdad como es en Jesús.
II. Tiene más cuidado de la pureza externa que de la interna.
«Limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero vuestro interior está lleno de rapacidad y de maldad» (v. 39). El único lado bueno del hipócrita es el exterior, porque «limpian lo exterior». Viven como a los ojos de sus semejantes, no buscando la honra que solamente de Dios viene.
Viven para agradar a los hombres. Se limpiarán las manos aunque sus corazones estén llenos de maldad. Se cuidan de las cosas que se ven. Profesan conocer a Dios, pero con sus obras lo niegan (Tit. 1:16).
Niegan en la práctica que «del corazón salen los malos pensamientos », etc., y que éstas son las cosas que contaminan al hombre (Mt. 15:19, 20). Se muestra absolutamente indiferente a la justicia de Dios si sólo puede llegar a establecer la suya propia (Ro. 10:3), y cuando ora es consigo mismo (Lc. 18:11). Adula a los hombres con sus formas externas, mientras que su actitud interna de corazón es una abominación para Dios (Stg. 4:8).
III. Se preocupa por menudencias, y descuida las cosas indispensables. «Pagáis el diezmo de la menta, de la ruda, y de toda hortaliza, y pasáis por alto la justicia y el amor de Dios» (v. 42). Dios exigía que el fruto de la tierra fuera diezmado (Lv. 27:30), pero ellos diezmaban incluso las plantas aromáticas, y pasaban por alto la justicia y el amor de Dios como si fueran indignos de ser tenidos en cuenta. Los tales no le robarían una aguja a un niño, pero le robaban a Dios sus vidas enteras.
«Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios» (1 S. 15:22). Por sus frutos los conoceréis; se mantienen firmes con respecto a órdenes y formas de culto, mientras que pasan por alto las promesas de Dios y el poder del Espíritu Santo. Argumentarán con vehemencia en favor de la autoridad de la Iglesia, y pasarán por alto la ley del espíritu de vida que es en Cristo Jesús.
Son muy meticulosos en cuanto a qué melodías adaptan a qué salmos, pero no les importa nada si están ellos mismos reconciliados con Dios y adaptados al reino de los cielos. No podrían pasar delante del cepillo de las ofrendas a la puerta dela Iglesia sin poner algo en él, pero pueden pasar a través de todo el servicio sin dar a Dios un sentimiento de gratitud por el don de su Hijo. Pasan por alto el AMOR DE DIOS.
IV. Busca su propia gloria a través de la profesión de la religión. «¡Ay de vosotros, fariseos!, que amáis el primer asiento en las sinagogas y los saludos respetuosos en las plazas». (v. 43). El hipócrita es religioso, pero sólo hasta allí donde le sirva para honra de sí mismo y para ministrar a su vanidad.
No tiene ningún deseo de adornar la doctrina de Dios nuestro Salvador, sino que busca ser adornado por la doctrina. Si mantiene un cargo en la Iglesia, es para que ello añada a su dignidad. Querría apropiarse todos los privilegios adquiridos por la agonía y muerte del Hijo de Dios para la exaltación de su propio y engañoso yo.
Pocas veces se encuentra a disgusto en la casa de oración, pero su dios es él mismo. No es la sinagoga o la iglesia lo que tanto ama como aquel «primer asiento» que le sirva de ayuda para exaltarse.
Será muy celoso en la religión si por medio de ello consigue la adulación de los demás. Es uno que se sienta en el lugar de Dios y que le roba de su honra y gloria. Un hipócrita, como ha sido bien dicho, es «como una luciérnaga, parece tener luz y calor, pero cuando se le toca no tiene nada».
V. Su verdadero carácter es odioso, aunque no se haga patente a la vista de los hombres. «¡Ay de vosotros!, que sois como sepulcros que no se ven, y los hombres que andan encima no lo saben» (v. 44).
Los que caminaban por encima o pasaban junto a aquellos sepulcros blanqueados poco pensaban en la corrupción y negror que había dentro. «Por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia » (Mt. 23:27). Una puerca lavada es tan solo una puerca lavada.
Un hipócrita puede conseguir, mediante su emblanquecimiento, no ofender a su prójimo, pero Dios mira al corazón (1 S. 16:7). No os engañéis, Dios no puede ser burlado; el hombre oculto del corazón está desnudo y descubierto delante de los ojos del Señor, y éste será el hombre que tendrá que dar cuenta de sí delante de Dios (Sal. 7:9).
El hipócrita vive para lo que es «muy estimable» para los hombres, pero esto «delante de Dios es abominación» (Lc. 16:15). Tu mal, hipócrita, se está avecinando, porque ¿no dijo el Señor Jesucristo: «Yo soy el que ESCUDRIÑA LA CONCIENCIA Y EL CORAZÓN»? (Ap. 2:23). ¿Qué harás tú en aquel solemne día?
