LA CONQUISTA DE JOSUÉ
Bosquejo bíblico para predicar de Josué 10:7-14
Toda la tierra de Canaán era el don de Dios a su pueblo Israel, pero fueron lentos en entrar y poseer. Dios está siempre más dispuesto a dar que nosotros a tomar:
I. La obra a llevar a cabo.
Cinco reyes de los amorreos, con todas sus huestes, habían acampado delante de Gabaón, con quienes recientemente Josué había hecho alianza. Ellos le enviaron un mensaje urgente, diciendo:
«No niegues ayuda a tus siervos; sube prontamente a nosotros para defendernos y ayudarnos». Tan pronto como los gabaonitas se hicieron aliados de Israel, se convirtieron en enemigos de los amorreos.
Josué considera su honor comprometido a ayudar a sus hermanos más débiles a mantener su posición contra el enemigo común. Tenían enemigos, y también nosotros los tenemos, con los que son imposibles las contemporizaciones.
II. El aliento dado. «No tengas temor de ellos; porque yo los he entregado en tu mano» (v. 8).
Esto dijo el Señor a Josué, cuando éste se preparaba para la batalla. Los que han propuesto en su corazón hacer la voluntad de Dios pueden esperar confiados la ayuda de Dios. Todo depende de la actitud que Dios toma hacia nuestras empresas, si van a prosperar, o si van a terminar en confusión (Gn. 11:4-8).
Su promesa: «He aquí, yo estoy con vosotros», puede ser reivindicada por cada uno que lucha contra todos los malos principios y hábitos que estorban a las almas de gozar del don de la gracia de Dios.
III. El método adoptado. «Y Josué vino a ellos de repente, habiendo subido toda la noche desde Gilgal» (v. 9). No perdió el tiempo. Todo lo que hagas, hazlo de corazón como para el Señor. «Subir toda la noche» implicó un cierto sacrificio personal, pero las grandes victorias en el Nombre de Dios pocas veces se ganan sin esto. Los que intentan grandes cosas sobre la autoridad de la Palabra Divina saben lo que es estar «un día y una noche en alta mar».
IV. Las armas empleadas. Hubo, naturalmente, la espada, pero nuestras armas no son carnales, sino espirituales y poderosas, para derribar las fortalezas de Satanás.
1 La espada del ESPÍRITU es también nuestra espada, que es la «PALABRA DE DIOS».
Si el Espíritu tiene una confianza inquebrantable en esta hoja de doble filo como irrompible y eficaz para vencer al enemigo y para el establecimiento del Reino de Dios, bien podemos tenerla nosotros. Ellos tuvieron otra arma llamada «grandes piedras desde el cielo».
Los que guerrean contra los propósitos revelados de Dios tienen más contra ellos que lo que puedan soñar. Esta destructora lluvia de grandes piedras eran las saetas del Omnipotente, disparadas desde el certero arco del juicio (Is. 30:30).
Los batallones del cielo están del lado de los que creen la Palabra de Dios y hacen su voluntad (Job 38:22, 23).
2 La siguiente arma que entró en acción fue una FE OSADA.
Cuando Josué clamó al Señor a la vista de Israel, y mandó: «Sol, deténte en Gabaón», no fue solo un aventurarse en fe sin precedentes, sino, nosotros habríamos imaginado, inimaginable. El aquel momento le pareció tan cercana y real la presencia del Omnipotente que «para el que cree, todas las cosas son posibles».
Allí y entonces pidió «algo grande, y lo recibió». No lo pidió por causa de sí mismo, sino para el cumplimiento de la misión que Dios le había encomendado.
3 Todo PODER en los cielos y en la tierra sigue estando a disposición de los que están consagrados a su servicio (Mt. 28:18-19).
Si fuera necesario, sería cosa tan fácil para Dios detener todo el sistema solar y volverlo a poner en marcha sin que se dislocara en ninguna parte, como para un maquinista detener el tren.
Es de la naturaleza de la fe esperar los milagros, y cuando es ejercitada de una manera decidida nunca se ve frustrada. El Señor continúa «escuchando la voz del hombre», y hace por él cosas memorables (v. 14).
219