«Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» (Mt. 14:31).
Este «por qué» de Cristo tiene la capacidad de hacer cerrar la boca. Muchos modernos Pedros dudan, encontrándose en medio mismo de la luz
y del privilegio y, sin embargo, sin poder dar razón alguna por la que dudan. Y era irrazonable porque tenía la certidumbre:
I. De la bondad de Cristo.Acababa de ser testigo de la alimentación de la multitud por Él con cinco panes. Tiene que haber conocido la gran compasión de Cristo, pero dudó. Puede que tú también vayas hasta tan lejos, creer en su amor, sus padecimientos y muerte, y carecer sin embargo de la certidumbre de la salvación.
II. El poder de Cristo. Él está ahora mismo viéndole caminar sobre la mar. Él sabe cuál es el poder de su omnipotencia, pero duda. ¿No estás perfectamente convencido de que Él es divino, y que le ha sido dado todo poder? ¿Por qué dudas?
III. La presencia de Cristo. Él estaba totalmente confiado en que el victorioso Señor estaba allí mismo, pudiéndole oír y ver; sí, pudiendo tocarle y salvarle, pero dudó. Él está cerca de todos los que claman a Él. Tú lo sabes: como Dios, Él está cerca, y está a la puerta y llamas. Pero dudas.
IV. La buena disposición de Cristo. Pedro había oído de los mismos labios del Señor su entrañable palabra: «Ven». Él sabía que la invitación le había sido dada a Él, y que le había sido dada por Aquel que solo podía dar aquella invitación. Pero dudaba. Jesús sigue diciendo: «Venid a Mí» (Mt. 11:28). Sabéis que este llamamiento es para los que son como vosotros. Dejad de dudar. «¿POR QUÉ DUDASTE?»

