"El Espíritu Santo está aquí, en la tierra, como en el día de Pentecostés. Gracias a Dios, vivimos para ver el cumplimiento de las promesas de la Biblia."
LA IGLESIA DOTADA DE PODER Hechos 2:1-13
Una Iglesia en oración será siempre una Iglesia poderosa. La verdadera y real influencia de una Iglesia no reside en la cantidad ni en la posición social de sus miembros, ni en la elegancia del edificio, ni en el tamaño de sus contribuciones, sino en la presencia y poder del Espíritu Santo. Allí donde está ausente el ministerio del Espíritu, la Iglesia es tan solo un cuerpo sin aliento. «Es el Espíritu el que vivifica.» Observemos:
I. Dónde estaban.
«Estaban todos unánimes juntos» (v. 1). Estaban todos «juntos», en un lugar, porque estaban todos «unánimes». Ésta es una condición del corazón absolutamente necesaria para recibir el poder del Espíritu Santo. Para ser llenados con el Espíritu debemos quedar vaciados de todo egoísmo y falta de caridad. Cuando los hermanos moran juntos en unidad, entonces el Señor enviará su bendición.
II. Cuándo vino la bendición.
«Cuando se cumplió el día de Pentecostés» (v. 1, margen). Según el tipo, esto fue cincuenta días después que (Cristo como) la gavilla de las primicias fue presentada como ofrenda mecida (Lv. 23:15-16).
Las obras de Dios están siempre en armonía con la «plenitud del tiempo» (Gá. 4:4). Él nunca hace nada prematuro; hay una idoneidad eterna en las sazones divinas. Hay una contrapartida terrenal, así como celestial en todo lo dispuesto por Aquel cuyas obras son perfectas. El Espíritu Santo sigue dispuesto para venir sobre todos aquellos que están listos a acudir a Él. Los que esperan en el Señor tendrán nuevo vigor.
III. Cómo sobrevino la bendición.
«De repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba… y se les aparecieron lenguas como de fuego» (vv. 2-3). No vino como un proceso de crecimiento y de desarrollo; no evolucionó de su propia consciencia interior; fue el don directo del Padre en respuesta a la oración creyente de ellos, y en cumplimiento de su propia promesa llena de gracia.
Vino como «un viento recio» y como «lenguas como de fuego », simbólico de una personalidad que no puede ser limitada ni controlada por la mera voluntad del hombre (Jn. 3:8).
IV. A quién le vino la bendición.
«Se posaron sobre cada uno de ellos» (vv. 3-4). Dios no hace acepción de personas; cada uno de los corazones que esperaban fue llenado con el Espíritu. Cada uno de ellos recibió el mismo don, aunque la manifestación del poder en sus vidas individuales fuera diferente; pero era el mismo Espíritu. La lección indudable para nosotros es que cada discípulo creyente de Jesús puede y debería ser «lleno del Espíritu Santo».
Más que esto, cada uno que en aquel aposento alto fue bautizado con el Espíritu Santo era perfectamente consciente de este hecho. A este respecto no hay diferencia alguna entre el siglo primero y el veinte (Lc. 11:13). El mismo Dios es rico para con los que le invocan.
V. Efectos producidos. Fueron dobles:
(1) Sobre ellos mismos. «Fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen». Estaban poseídos y controlados por el infinito poder de Dios. Como vasos terrenales, estaban encargados con un tesoro celestial, un precioso don que está para siempre ocultado a los sabios del mundo, y que es revelado sólo a los pequeñuelos (Mt. 11:25).
(2) Sobre otros. «Y estaban atónitos y desconcertados… Mas otros, burlándose, decían…» (vv. 7-13). La venida del Espíritu Santo será siempre una evidente innovación. No hay manera de ocultar su poder. Es un movimiento tan alejado de lo terrenal que los impíos filósofos quedan atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto? (2 Co. 10:4). Ésta era ciertamente una iglesia «rica», rica en poder espiritual y en fruto.
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