La Obra del Diablo. Bosquejos Bíblicos para Predicar Job 16:7-14
En este libro vemos mucho más que «la paciencia de Job»; nos encontramos frente a frente con las terribles acciones del Diablo; porque en esta misma escena vemos a Job en manos de Satanás, pero con esta limitación divina: «Mas guarda su vida» (2:6).
El recto patriarca estaba dispuesto a ver la mano de Dios en todo ello, y esto le lleva a decir algo de Dios que viniendo de otros labios sería una llana blasfemia.
Pero Dios en gracia lo pasa todo por alto. Sabe que su siervo está en total ignorancia en cuanto al propósito y a la causa de sus sufrimientos. Por permisión divina, Satanás era la causa de todas sus miserias. Job, en medio de su desesperada miseria, es un acabado espécimen de la obra del Diablo, cuyo propósito es matar y destruir.
Es algo terrible caer en manos del Diablo. El «dios de este mundo» es también un «fuego consumidor». Nuestro Dios consume la paja y la escoria, pero este dios querría quemar el trigo y la plata. El Señor se deleita en dar, pero Satanás se gloría en sustraer. Observemos aquí algunas de sus acciones.
I. Separa de la mejor compañía. «Tú… has asolado toda mi familia» (v. 7). Su familia había sido cortada de él, y hasta su mujer vino a serle una extraña. La comunión en que anteriormente encontrara su deleite había quedado totalmente quebrantada por mano del enemigo, y sus nuevos amigos eran todos miserables consoladores.
Esto es lo que le sucede a cualquier hijo de Dios que cae en la condenación del diablo, por ceder al pecado. La comunión cristiana queda asolada, y la compañía que tiene, en su estado de recaída, le resulta una colección de consoladores miserables en su tiempo de necesidad. Satanás es un cismático profesional. Cuídate de él en la iglesia y en la familia.
II. Él desfigura el rostro. «Me has llenado de arrugas» (v. 8). El gozo y la paz que solían resplandecer en el rostro de Job ha dado paso ahora a la melancolía y al descontento. Los que caminan en comunión con el Señor ven sus rostros transfigurados con la luz celestial, pero los que están en poder del diablo tienen frecuentemente su propia imagen grabada sobre sus rostros.
El diablo daña y ennegrece el rostro de tal manera que su poseedor se ve avergonzado de levantarlo a Dios. Este cambio satánico ha sido observado en el rostro de los que recaen. Aquel rostro que debiera estar iluminado con la gloria de Dios, viene a ser un índice de la tiniebla de la muerte.
III. Introduce flacura en la vida. «Testigo es mi flacura». No es para asombrarse de que el rostro evidencie arrugas y quede desfigurado, cuando el alma se está muriendo de hambre.
Cuando el diablo logra cortar la comunión del hombre con Dios, pronto lo cortará del contacto con su Palabra. El grano del diablo es todo salvado, y su trigo no es nada más que paja.
Sus engañados seguidores confunden la cantidad por la calidad; pueden comer mucho, pero sigue siendo flacura lo que se «levanta contra» ellos. Ningún siervo del pecado puede conocer nada de la plenitud saciadora de alma del Señor Jesucristo.
IV. Se aprovecha de los que están lejos de la ayuda. «Su furor me despedazó, y me ha aborrecido. Crujió sus dientes contra mí; contra mí aguzó sus ojos mi enemigo» (v. 9). Este lenguaje es muy figurativo, pero terriblemente expresivo.
Satanás es implacable, y los débiles son para él los mejores. Job le ha sido entregado, por un tiempo, para ser probado, y se ocupa el diablo en amontonar dolor sobre dolor y agonía tras agonía.
Si logra posesión de un muchacho, lo desgarrará y lo echará al fuego y al agua (Mr. 9:22): no tuvo compasión alguna del impotente muchacho. Si llega a apoderarse de una manada de cerdos, los echará al mar. Estar sin Cristo es carecer de poder y de defensa contra las añagazas e ira del diablo. Las lágrimas no le causan efecto alguno (v. 16).
V. Desmenuza y despedaza (v. 12). Job estaba «tranquilo» en su prosperidad, como una nave en el mar con un viento favorable, pero de repente su nave se vio azotada por una terrible tempestad, e impelida furiosamente contra los escollos, destrozada y despedazada por la violencia de las olas.
Siempre que Satanás toma el timón de la vida, intenta llevar al naufragio de la fe. Desgarrará el alma, separándola todo lo que pueda de Dios y de las cosas espirituales, y sacudirá hasta despedazar las futuras esperanzas de sus víctimas.
VI. Tiene muchos ayudadores. «Me rodearon sus flecheros» (v. 13). El diablo tiene muchos ángeles, o demonios, que esperan a su invitación para asediar el alma, cerrando toda vía de escape, y listos para disparar sus dardos encendidos a cada intento que se haga para lograr la libertad y la salvación.
No es fácil para algunos escapar de las manos de este Gigante Desesperación. Sus flecheros tienen una vista bien clara, y tienen una larga práctica de cuidarse de los fugitivos.
Saben cuándo y dónde herir para la mayor eficacia. Los hombres y las mujeres que tienen posibilidad de causar daño a su reino están sometidos a especial vigilancia.
Sus siervos más celosos resultan ser en general, cuando libertados, sus más acerbos enemigos. Ninguna guarnición de demonios pueden estorbar a un alma ni por un momento cuando se deposita la confianza en la vencedora sangre de Cristo.
VII. Emplea potentes tácticas. «Me asaltó como un guerrero» (v. 14). No se toma a sus oponentes a la ligera. Cuando ve una posibilidad de vencer a un hombre recto, se lanza al asalto como uno apresurándose para atrapar a un delincuente, y se aferra a él en el acto con una mano de gigante.
Merodea por las puertas del alma, con tentaciones seductoras y con atracciones fascinantes, hasta que logra que se abra una puerta, y luego irrumpe como un gigante, para capturar la ciudadela.
Es fuerte, e intenta lograr poseer los bienes del alma humana, y luego hacer la paz, una paz que significa muerte y destrucción ciertas. Pero uno más fuerte que él ha venido a desposeerle de sus bienes, a establecer un nuevo orden de cosas, haciendo la paz e inaugurando el Reino de los Cielos. «Resistid al diablo, y él huirá de vosotros». Job anhelaba un hombre «que… pudiera abogar ante Dios.» Y Éste es Jesucristo para nosotros (v. 21).