Llevando Fruto. Bosquejos Bíblicos para Predicar Juan 15:1-8
Israel, como vid, fue sacada de Egipto y plantada en Canaán, después que los paganos hubieran sido echados fuera como malas hierbas (Sal. 80:8). La vida, aunque noble, y de una simiente correcta, pronto degeneró hasta ser una planta extraña para Dios (Jer. 2:21).
Pero Jesucristo es la VERDADERA Vid, traída del cielo y plantada en la tierra. Él fue el testigo fiel y verdadero. No había nada en Él que originara un sentimiento de alienación o de frustración en el corazón de Dios.
Él fue fiel a Dios, fiel a su propia naturaleza, fiel a su medio, y a los hijos de los hombres. Pero el principio pensado aquí es que, como Vid, Él es fiel a aquellos que están asociados con Él como pámpanos, para que puedan dar fruto. Obsérvese:
I. El origen del fruto. «La vid.» El pámpano no puede dar fruto por sí mismo (v. 4). «Separados de mí nada podéis hacer» (v. 5). Las ramas empobrecidas en esta vid no constituyen evidencia alguna de una vid empobrecida, porque Dios no le da a él el Espíritu con limitaciones (Jn. 3:34). Todos los tesoros de sabiduría y conocimiento, de gracia y poder, están en él, sí, la «plenitud de la Deidad». «De Mí será hallado tu fruto» (Os. 14:8).
II. La eliminación de los sin fruto. «Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quita» (v. 2). «El que en Mí no permanece, es echado fuera como mal pámpano, y se seca» (v. 6).
Esto puede referirse a aquellos que están en Él religiosamente, pero no espiritualmente; aquellos que desde su nacimiento han sido criados en la forma de piedad, pero que nunca han conocido el poder ni la dulzura de su comunión.
Hay una semejanza externa con la rama de la vid, pero ninguna producción de fruto de la vid, por lo que el labrador lo trata como carente de conexión con la vid.
Un pámpano así «echado fuera» no puede hacer otra cosa que secarse. Aparte de Cristo, no hay poder salvador ni preservador en el hombre. Son solo aquellos cuyas raíces están en el río de Dios que no verán sus hojas marchitarse (Sal. 1:3).
Estos pámpanos secos son recogidos, no por ángeles segadores, sino por hombres, que los echan en el fuego de la prueba, y quedan quemados. Una vida religiosa carente de Cristo nunca servirá de mucho a los hombres, y mucho menos a Dios. Lo mismo que la sal que ha perdido su sabor, para nada son buenos.
III. La poda de los fructíferos. «Todo aquel [pámpano] que lleva fruto, lo limpia, para que lleve más fruto» (vv. 2, 3). Hay desarrollos en la vida cristiana, como en la vid, que no tienden a dar fruto, brotes que muestran un vigor solamente bueno para la podadora. La riqueza de la gracia de Dios se ve aquí en buscar hacer más fructífero a lo fructífero.
Él desea hacer más adecuados para su servicio a los que son adecuados. El proceso puede ser penoso, como ver nuestros recién nacidos deseos y renovados esfuerzos cortados y echados a un lado como estorbos; mas sea hecha su voluntad. La vida del corazón debe ser mantenida pura por la fe (Hch. 15:9). La podadera es la Palabra de Dios, que es aguzada y eficaz… discerniendo los pensamientos y las intenciones del corazón. «Y ahora estáis limpios por la Palabra.»
IV. La naturaleza del fruto. «Que llevéis mucho fruto, y seáis, así, mis discípulos» (v. 8). El verdadero discípulo es aquel pámpano que lleva mucho del fruto de la vid. Nosotros somos los verdaderos discípulos de Cristo, siempre que su carácter se manifiesta en nuestras vidas.
Lo que la savia de la vid es para el pámpano, lo es el Espíritu de Cristo para el cristiano. El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, etc., porque el Espíritu mismo es todo esto, y cuando Él tiene acceso libre a nuestros corazones, y un pleno control sobre ellos, sus mismas características personales aparecerán como fruto en nuestras vidas.
V. La condición de la feracidad. «El que permanece en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto» (v. 5). El lado humano es: «Él en mí»; el divino: «Yo en él». «El pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, … así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí» (v. 4). «En mí», esto es, en mi carne, no mora el bien, pero en ÉL mora toda la plenitud.
El constante contacto con Él implica la actitud de una receptividad continua: «Yo en él». Permanecer en Él es permanecer en su Palabra, su voluntad, y su obra, y entonces Dios obra en nosotros tanto el querer como el hacer de su buena voluntad.
VI. Los resultados de la feracidad. «En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis, así, mis discípulos» (v. 8). El resultado es doble: El Padre es glorificado, y se demuestra nuestro verdadero discipulado. Es para honra del labrador que el árbol da abundante fruto. Es también muestra de la calidad del árbol, que de esta manera demuestra la bondad de su carácter por sus obras.
Allí donde hay un discipulado de todo corazón habrá fruto y una vida glorificando al Padre. El fruto es el resultado natural de un fiel seguimiento de Cristo, así como evidencia de ello. La vida vivida en Cristo, y para Él, es la única vida que glorifica a Dios. «Mucho fruto» significa mucho amor, mucho gozo, mucha paz, etc