Nabucodonosor: Ruina y Remedio. Bosquejos Bíblicos para Predicar Daniel 4:29-37
Toda la Escritura es útil para doctrina, reprensión, corrección, e instrucción en justicia (2 Ti. 3:16). En las experiencias registradas en este capítulo hay algo que podría reprender nuestro egoísmo, corregir nuestras acciones, e instruir en la justicia de Dios.
Este testimonio personal de Nabucodonosor fue dado como Edicto Regio. Uno puede saber mucho acerca de los caminos de Dios, y ser sin embargo un total extraño a su gracia salvadora. Piensa:
I. En sus privilegios. Él había sido favorecido con unas oportunidades especiales. En el capítulo 2 vemos a Dios revelándole a él, en aquella «Gran Estatua», el carácter y la historia de los imperios gentiles.
Él había oído a Daniel, el hombre de Dios, interpretar aquella visión. Él había visto el inmenso poder y la gracia de Dios al salvar a los tres hebreos del horno ardiente. Él había también confesado públicamente que no había otro dios como el Dios de los hebreos. Más aún, había sido solemnemente advertido por Dios mediante esta visión de un gran árbol talado, y de que su corazón sería mudado en corazón de bestia.
Además, recibió este consejo: Rompe con tus pecados practicando la justicia, y con tus iniquidades haciendo misericordia. ¡Cuántos hay en este día de gracia que igualmente han recibido un misericordioso trato mediante visiones, advertencias y alientos! Su necesidad, como la de este rey, es arrepentimiento para con Dios.
II. Su orgullo. Al cabo de doce meses, mientras se paseaba por el palacio real de Babilonia, se puso a hablar el rey y dijo; ¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué con la fuerza de mi poder?, etc.
Estos doce meses fueron días de gracia, pero como «todas las cosas» parecían continuar como eran, la advertencia de Dios fue descuidada y olvidada. Desde el Palacio Real, a una altura de unos ciento veinte metros, tenía una vista panorámica de toda la Gran Babilonia que yacía a sus pies, cuadrada, con un perímetro de unos cien kilómetros.
Había veinticinco calles que se cruzaban en ángulo recto, con una anchura de cuarenta y cinco metros y una longitud de alrededor de veinticuatro kilómetros. La ciudad tenía cien portones de bronce, y estaba amurallada con una masiva estructura de noventa metros de altura y veinticuatro metros de anchura, de manera que pudieran cruzarse holgadamente en la parte superior dos carros de cuatro caballos cada uno. Esta muralla estaba adornada con doscientas cincuenta torres. El río Éufrates fluía lentamente por en medio de la ciudad.
El gran puente construido por el rey, y los palacios reales a cada lado, con el magnífico templo y los espléndidos jardines colgantes, debían estar todos delante de sus ojos cuando exclamó: ¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué con la fuerza de mi poder y para gloria de mi majestad?.
Cuando el fariseo dijio: Te doy gracias, oh Dios, que no soy como otros hombres, estaba gloriándose también en su gran Babilonia de justicia propia. El Cardenal Wolsey se gloriaba en su Babilonia de honra mundana. Todo gloriarse que no sea en el Señor vendrá a ser nada.
III. Su caída. Aún estaban estas palabras en la boca del rey, cuando vino una voz del cielo: El reino ha sido quitado de ti, etc. (vv. 31, 32). Antes de la caída [es] la altivez de espíritu (Pr. 16:18). El que se gloriaba de la grandeza de sus propias obras es ahora expulsado de la presencia de los hombres como un maníaco delirante. La causa de raíz fue su rebelión contra la Palabra de Dios. El pecado, como la locura, separa e inutiliza para la comunión de Dios.
IV. Su recuperación. Mas al cabo del tiempo señalado alcé mis ojos al cielo, y recobré la razón. ¡Qué despertar! ¡Descubrir que vivía la vida de una bestia! La vida de la bestia es la de comer y beber, sin conocimiento de Dios. Hay multitudes que necesitan de tal despertar.
Lo que él necesitaba era entendimiento. No era que le cortaran el cabello, que le recortaran las uñas ni que echasen encima de él un manto real la restauración que necesitaba. La reforma exterior nunca puede tomar el lugar de una comprensión interior.
Los ojos del entendimiento tienen que ser alumbrados. No se trata de una nueva facultad, sino de una nueva visión de la culpa y de Dios. El hijo pródigo hizo este descubrimiento volviendo en sí. La evidencia de su verdadera conversión fue: Ahora, pues, alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo Él puede humillar a los que andan con soberbia.