Un Llamamiento a la Alabanza. Bosquejos Bíblicos para Predicar Nehemías 9:1-25
«Algunos murmuran cuando su cielo está claro Y resplandeciente a la vista, Si una sola nube aparece En su gran expansión azul. Y algunos de amor agradecido están llenos, Si tan solo de luz un rayo, De la luz de misericordia divina, Rompe de su noche la negrura»
Este capítulo abre con el gran día de ayuno y humillación. La simiente de Israel había roto su impía alianza con los extranjeros, y ahora había hecho pública confesión de sus pecados. El Libro de la Ley fue leído durante tres horas, y durante otras tres horas confesaron y adoraron.
Ahora llega el llamamiento de «Levantaos, bendecid a Jehová vuestro Dios desde la eternidad hasta la eternidad» (v. 5).
Habían estado leyendo y escuchando las grandes cosas que Dios había hecho por sus padres, hasta que sus almas se agitaron desde sus calladas profundidades para bendecir a Aquel que era poderoso para salvar y para guardar.
En esta revisión del pasado hay algunas razones poderosas por las que debieran ellos «levantarse y bendecir a Jehová». Por cuanto Él es:
I. El Dios de la creación. «Tú hiciste los cielos, y los cielos de los cielos, con todo su ejército», etc. (v. 6). Los cielos declaran la gloria de Dios, la gloria de su grandeza, de su sabiduría y poder.
La tierra denuncia la obra de sus manos, en la variedad y perfección exhibidas en la naturaleza. Los cielos y la tierra son las expresiones y pruebas visibles de la Mente Eterna, y debieran atraer la alabanza y la adoración. También debieran adorarle porque Él es:
II. El Dios de gracia. «Tú eres, oh Jehová, el Dios que escogiste a Abram, y lo sacaste de Ur de los caldeos, y le pusiste por nombre Abraham… e hiciste pacto con él» (vv. 7, 8). Por la fe Abraham salió, pero es por gracia que fue escogido. Por la gracia sois salvos.
La gracia que vino a Abraham por el llamamiento de Dios nos viene a todos en el Evangelio de Jesucristo.
Todos los que aceptan este llamamiento serán, como Abraham, llevados a una nueva esfera, recibirán un nuevo nombre, y entrarán en una nueva vida por la promesa del pacto: la vida de la fe. Desean complacerle a Él por cuanto Él es:
III. El Dios que da respuesta a la oración. «Y miraste la aflicción de nuestros padres en Egipto, y oíste el clamor de ellos» (v. 9). Él ve las aflicciones de su pueblo en el Egipto de este mundo, y da oído a su clamor cuando llegan al Mar Rojo de la dura prueba.
Su oído nunca se vuelve pesado por fatiga; Él es el Galardonador de los que diligentemente le buscan. Levántante y bendice por esto al Señor. Él es también:
IV. El Dios de la liberación. «Hiciste señales y prodigios contra Faraón (…) Dividiste el mar delante de ellos, y pasaron por medio de él en seco… Con columna de nube los guiaste de día, y con columna de fuego de noche» (vv. 10-12).
Los salvó de su fuerte enemigo, y los condujo por un camino nuevo. Cada movimiento de la columna fue una nueva liberación en favor de ellos. La Cruz de nuestro Señor Jesucristo fue el instrumento por el que todos nuestros enemigos han sido trastornados, y el Espíritu Santo es nuestra Columna Conductora y Libertador diario de la esclavitud de las tinieblas y de la fatiga de la peregrinación por el desierto. Levantaos y bendecid por esto a vuestro Dios. Además, Él es:
V. El Dios de la Revelación. «Y… descendiste, y hablaste con ellos desde el cielo, y les diste juicios rectos, leyes verdaderas, y estatutos y mandamientos excelentes» (v. 13). Todo don bueno y perfecto desciende del Padre de las Luces.
Debiéramos estar agradecidos a Dios que Él nos haya dado estatutos rectos, en los que el corazón se puede regocijar, y un mandamiento puro, que alumbra los ojos (Sal. 19:8, 9). Nadie puede, buscando, encontrar a Dios tal como a Él le ha complacido revelarse en su Palabra y por medio de su Hijo.
Se precisa de Dios para dar a conocer a Dios. Bendigámosle por haberse dado a conocer a Sí mismo, para que nosotros, por la fe, podamos regocijarnos en Él con ojos alumbrados. Además, Él es:
VI. El Dios que suple a toda nuestra necesidad. «Les diste pan del cielo en su hambre, y en su sed les sacaste aguas de la peña; y les dijiste que entrasen a poseer la tierra… la cual… juraste que se la darías » (v. 15).
Una provisión que cubría sus necesidades presentes y futuras. El hambre de aquellos que peregrinan con Dios sólo puede quedar satisfecha con «pan del cielo»; la sed de los tales solamente puede ser apagada con agua de aquella «Peña» que fue golpeada, y sus futuras perspectivas pueden solo ser iluminadas mediante su Palabra segura de «la Promesa».
Mi Dios suplirá a todas vuestras necesidades conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús. Levantaos y bendecidle por esto, y, finalmente, por esta otra gran realidad, que Él es:
VII. El Dios grande en misericordia. «Tú, con todo, por tus muchas misericordias no los abandonaste en el desierto» (v. 19). Obsérvese cómo tentaron a Dios. Fueron desobedientes, «no quisieron oír». Fueron olvidadizos, «ni se acordaron de tus maravillas».
Fueron rebeldes, «pensaron nombrar un jefe para volverse a su servidumbre». Fueron idólatras, «hicieron para sí becerro de fundición» (vv. 16-18). Sin embargo, en sus multiformes misericordias, Él fue «Dios que perdonas, clemente y piadoso, tardo para la ira, y grande en misericordia » (v. 17).
En lugar de responder a la ingratitud e incredulidad de ellos con juicio, añadió misericordia sobre misericordia, «y diste tu buen Espíritu para enseñarles», de manera que pudieran testificar, después de cuarenta años, que por lo que respectaba a la gracia y a la bondad de Dios, «de ninguna cosa tuvieron necesidad» (v. 21).
Al leer «en el libro de la ley», en aquel día veinticuatro del mes, de la maravillosa bondad de su Dios en el pasado, sus corazones comenzaron a arder dentro de ellos, y no es para asombrarse. ¿Por qué responden tan poco nuestros corazones a todas las manifestaciones de su maravillosa gracia para con nosotros en Jesucristo? ¿No nos levantaremos hoy, para bendecir su Nombre de gracia para siempre?