APRENDIENDO A PEDIR PERDÓN. Por Sixto Porras
Tenemos que aprender a pedir perdón. Tenemos que aprender la forma en que a la otra persona le agrada que nos disculpemos. Esto es identificación y es necesaria para restaurar al otro.
Cuando nos disculpamos de tal forma que el otro logra interpretarnos de la manera correcta, facilitamos que él nos otorgue el perdón y que la relación recobre su confianza.
No solo tenemos que aprender a pedir perdón para que comprendan que estamos arrepentidos, sino que debemos estar dispuestos a recorrer el camino que facilita sanar la herida. Esto significa generar espacio y dar el tiempo que sea necesario.
EL PROCESO DEL PERDÓN
El sabio de Proverbios nos dice en el capítulo 19, versículo 11: «El buen juicio hace al hombre paciente; su gloria es pasar por alto la ofensa».
Para que surja el perdón y se restaure la relación, las partes involucradas deben prepararse: tanto el ofensor, demostrando una actitud de arrepentimiento, una responsabilidad asumida y una restitución por el daño, como el ofendido, mostrando paciencia, tolerancia y hasta sabiduría.
Lo que inicia el proceso es estar dispuesto a recorrer el camino. Requiere valentía y la capacidad de valorar los sentimientos de la otra persona.
En ocasiones, debemos disculparnos, a pesar de que consideremos que no hemos lastimado, o bien, que lo que hicimos no es tan grave; e igualmente, mostrar misericordia por el otro si somos los agraviados. ¿Cómo lo hacemos?
1. Expresemos arrepentimiento Esta cita es impresionante: «El que afirma que está en la luz, pero odia a su hermano, todavía está en la oscuridad. El que ama a su hermano permanece en la luz, y no hay nada en su vida que lo haga tropezar. Pero el que odia a su hermano está en la oscuridad y en ella vive, y no sabe a dónde va porque la oscuridad no lo deja ver».
—1 JUAN 2:9–11 Arrepentimiento es experimentar un cambio de actitud, un cambio de conducta. Es cambiar nuestro estilo de vida porque tenemos conciencia de que no estuvo bien lo que hicimos o dijimos.
Todo arrepentimiento inicia con un cambio en la forma de pensar, en asumir una nueva perspectiva de la vida. El arrepentimiento se demuestra con obras que evidencian ese cambio, una actitud humilde de reconocimiento que permite volver a darle forma al carácter. El arrepentimiento no es una emoción, pues pocos sienten arrepentirse por lo que hicieron; es una acción madura y pensada.
Una persona arrepentida admite que falló y cambia de dirección o corrige su conducta. Es el arrepentimiento lo que nos conduce a tener una identificación con los sentimientos de la otra persona. Es lo que nos mueve a decir: «Lo siento, lo siento mucho».
Si gritábamos, ya no lo hacemos más. Si castigábamos con el silencio, procuramos hablar y expresar lo que sentimos para producir un acercamiento. Si menospreciábamos los pensamientos de la otra persona, ya no lo hacemos; ahora otorgamos toda nuestra atención.
No significa que seamos perfectos, pero sí damos fruto de arrepentimiento y, por lo tanto, experimentamos un cambio ascendente.
2. Aceptemos la responsabilidad Para experimentar un verdadero arrepentimiento, debemos examinar nuestra actitud y reconocer el daño provocado. Debemos hacer una evaluación honesta de lo ocurrido y asumir la responsabilidad. «Soy responsable por lo que hice». Eliminemos las excusas y asumamos una actitud honesta con nosotros mismos y con el otro.
3. Restituyamos el daño provocado Si hemos lastimado, debemos buscar ser perdonados, pero para esto debemos asumir nuestra responsabilidad y estar dispuestos a restaurar a la otra persona. Es lo que nos mueve a preguntar: «¿Qué puedo hacer para restituirte?».
Y es el arrepentimiento el que definitivamente nos va a guiar a restituir el daño provocado. No solo pedimos perdón, sino que nos sentimos obligados a subsanar el dolor ajeno. Y lo hermoso es que Dios no nos deja solos en esta tarea:
«Éste es el mensaje que hemos oído de él y que les anunciamos: Dios es luz y en él no hay ninguna oscuridad.
Si afirmamos que tenemos comunión con él, pero vivimos en la oscuridad, mentimos y no ponemos en práctica la verdad. Pero si vivimos en la luz, así como él está en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado».