En Mara, el pueblo halló aguas amargas y murmuró contra Moisés. Dios los puso a prueba y les dio una ley como norma de vida, enseñándoles a confiar en Él.
Llegaron a Mara, lugar que se llama así porque sus aguas son amargas, y no pudieron apagar su sed allí. Comenzaron entonces a murmurar en contra de Moisés, y preguntaban: “¿Qué vamos a beber?” Moisés clamó al SEÑOR, y él le mostró un pedazo de madera, el cual echó Moisés al agua, y al instante el agua se volvió dulce.
En ese lugar el SEÑOR los puso a prueba y les dio una ley como norma de conducta. Les dijo: “Yo soy el SEÑOR su Dios. Si escuchan mi voz y hacen lo que yo considero justo, y si cumplen mis leyes y mandamientos, no traeré sobre ustedes ninguna de las enfermedades que traje sobre los egipcios. Yo soy el SEÑOR, que les devuelve la salud”» (Éxodo 15:23–26).
En cierta ocasión visité la sección de pruebas de un gran molino de acero. Me vi rodeado por instrumentos y equipos que probaban pedazos de acero hasta sus límites y medían su punto de ruptura. Algunas piezas habían sido dobladas hasta que se quebraban y luego las etiquetaban indicando el grado de presión que habían alcanzado a soportar.
A otras las estiraban hasta que se rompían, anotando igualmente su nivel de resistencia. Incluso a otras las comprimían hasta el punto de trituración, midiendo y anotando como en los casos anteriores.
Gracias a estas pruebas, el administrador del molino sabía exactamente lo que cada pieza podía soportar si se usaba para construir un barco, un edificio o un puente.
Es algo muy parecido lo que a menudo ocurre con los hijos de Dios. Él no quiere que seamos tan frágiles y quebradizos como un vaso de vidrio o de porcelana. Él quiere que seamos tan resistentes como aquellas piezas de acero, capaces de soportar presiones hasta el grado del colapso.
Dios no quiere que seamos como plantas de invernadero, protegidas de los rigores del clima, sino que seamos como robles soportando las más rigurosas tempestades; no como dunas de arena que son llevadas a todos lados por cada ráfaga de viento, sino como las montañas de granito que permanecen inamovibles por más fieras que sean las tormentas.
Para comprobar nuestra resistencia, él puede llevarnos al cuarto de prueba de sufrimiento. Y muchos de nosotros no necesitamos otro argumento que nuestra propia experiencia para probar que, sin duda, el sufrimiento es de hecho el cuarto de prueba de Dios de la fe.
—J. H. M.