Paz: Tranquilidad y sosiego, lo opuesto de turbación. Puede referirse a relaciones entre hombres (Mateo 10:34), entre naciones (Lucas 14:32), o entre Dios y el hombre (Romanos 5:1). También se usa como sinónimo de amistad (Hechos 15:33), liberación de molestias (Lucas 11:21), orden nacional (Hechos 24:2) u orden eclesiástico (1 Corintios 14:33).
En muchos de los libros del Antiguo Testamento Dios promete a su pueblo cesación de la guerra, que es causa de tanto sufrimiento, como premio por guardar su pacto y sus enseñanzas (Levítico 26:6). Y a la luz de esto no podemos sino creer que la falta de paz en nuestra época, al igual que en el Antiguo Testamento, se debe a la desobediencia a Dios. El hombre no puede estar en conflicto con Dios y en paz con su prójimo. En la bendición sacerdotal de Números 6:22-23 se afirma que la verdadera paz es interior y viene de Dios (cf. Isaías 48:18).
En las profecías del Mesías se destaca vivamente la paz: su nombre sería «príncipe de paz» (Isaías 9:6) y traería una paz perdurable (Isaías 9:7). Cristo no solo es el cumplimiento de Isaías 9:6, sino también de Nahúm 1:15 porque anuncia el evangelio de paz. El coro angelical anunció paz en la tierra por medio de Jesús (Lucas 2:14).
En plática íntima con sus discípulos, la noche antes de su muerte, el Señor Jesús prometió su propia paz a ellos y a todos los suyos. Esta tranquilidad interior no es pasajera como la paz del mundo, ni depende de las circunstancias externas (Juan 14:27).
El evangelio anuncia que hay paz con Dios y entre los hombres por medio de Jesús (Hechos 10:36). Dios es el Dios de paz (1 Tesalonicenses 5:23) y ofrece una paz que sobrepasa todo entendimiento humano (Filipenses 4:7). La paz del alma es fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5:22).