Presente
De manera muy diferente a la costumbre occidental moderna, dar un presente era y es en el Oriente una expresión común de respeto y reconocimiento a un personaje de alto rango o posición. No se acostumbraba, ni se acostumbra, intercambiarlos solamente entre iguales o para demostrar superioridad sobre un subordinado. Más bien los superiores del Oriente esperaban presentes de sus gobernados o inferiores, y de ninguna manera esta costumbre era considerada señal de corrupción, aunque su propósito, generalmente, era obtener un favor (Gn 32.13; 43.11) o asegurarse una recepción favorable (1 S 16.20; 1 R 14.3).
Los presentes podían consistir en dinero (1 S 9.8; 2 S 18.11), vestidos preciosos, armas y alhajas (Jue 14.12, 13; 1 R 10.25), también de animales y comestibles. Por ejemplo, el rey Jeroboam I mandó al profeta Ahías diez panes y tortas y una vasija de miel para consultarle con respecto a la enfermedad de su hijo Abías (1 R 14.2, 3). Se daba presentes a los soberanos y a las autoridades (todo Judá daba presentes a Josafat, 2 Cr 17.5), de modo que estos formaban parte de los ingresos regulares de los reyes; aun los tributos exigidos de los pueblos conquistados o más débiles solían llamarse presentes (2 R 16.8; 20.12).
Por otra parte, se condenaba fuertemente la costumbre de ofrecer regalos a los jueces, pues esto se tildaba de cohecho (1 S 12.3; Salmos 15.5; Is 33.15) o soborno (Pr 17.23). No se erradicó completamente el soborno ni la corrupción en este sentido, y más bien hubo épocas en que la práctica de este mal se generalizó; pero los profetas supieron denunciarla y condenarla (Is 10.1, 2; Jer 22.3; Am 5.12; 6.12; Miq 7.3).