Resurrección de los muertos
El concepto de la resurrección aparece en diversas maneras en la historia de las religiones. A veces se concibe como el despertar del alma del sueño de la muerte, a veces como la esperanza de que los muertos serán resucitados al final del mundo presente y, en ocasiones, como una resurrección colectiva de los justos luego del juicio.
Hay ideas semejantes a estos conceptos de la Biblia, pero la resurrección tiene en ella un contenido y significado propios de la revelación que le son dados principalmente por la → resurrección de Jesucristo.
La idea de la resurrección no es prominente en el Antiguo Testamento. Se le encuentra principalmente en los escritos posteriores, y tanto la medida en que se afirma en el Antiguo Testamento como la influencia que otras religiones (babilónicas, zoroastrianismo) puedan haber ejercido son temas de discusión para los eruditos.
Es posible afirmar, sin embargo, que lo primero que aparece en el Antiguo Testamento es la esperanza de una resurrección (en sentido figurado, una reconstitución) del pueblo de Israel después del cautiverio (Isaías 26:19; Ezequiel 37:1–14; Oseas 6:1-2). Y, aun más, el profeta Isaías prevé una resurrección de los muertos para participar en la restauración del pueblo.
No hay duda de que el Antiguo Testamento afirma que el poder del Señor se extiende también a la morada de los muertos (1 Samuel 2:6; Job 26:6; → Seol). Por ello, aunque algunos pasajes discutidos pueden referirse a la liberación de un peligro inminente de muerte (Salmos 16:10-11; 49:15; 86:13; Oseas 13:14), está ya presente en ellos la esperanza de la resurrección que en Daniel 12:2 se afirma con toda claridad. Aunque el Antiguo Testamento no presenta una doctrina sistemática de la resurrección, afirma sin dudas el poder del Señor, cuya justicia y misericordia no pueden ser detenidas por la muerte.
En los libros → apócrifos y seudoepigráficos la afirmación de la resurrección es casi universal. Se le espera con la restauración de Israel como un fenómeno corporal, aunque las ideas griegas de la → inmortalidad del alma también influyen en algunas sectas judías (→ esenios; rollos del mar Muerto). Solo los saduceos niegan totalmente la resurrección (Marcos 12:18; Hechos 23:8; cf. 26:8).
Según los Evangelios, el Maestro afirma la resurrección y la fundamenta en el poder y la voluntad de Dios (Mateo 22:31-32); por tanto, rechaza los conceptos burdos y materialistas al respecto (Marcos 12:18–27). Las resurrecciones que Jesús mismo realiza (Marcos 5:35–42; Lucas 7:11–17; Juan 11:1–44) no son aún la resurrección definitiva, sino una señal de la presencia del Reino de Dios (Lucas 7:16) en la persona de Jesucristo; manifiestan su poder sobre todas las fuerzas enemigas, incluso la muerte. En el cuarto Evangelio se destaca que el que cree en Jesucristo ya tiene una vida nueva, «resucitada», que se revelará en la resurrección final (Juan 6:39-40, 44, 54; 11:17–27, etc.).
La resurrección del Señor es la manifestación cumbre del triunfo sobre la muerte (1 Corintios 15:25-26). Con ella comienza una nueva era, «los tiempos del fin», y el creyente, que por la fe se incorpora a Cristo, participa del poder de esa nueva vida, el poder de la resurrección y por tanto comparte la vida del Resucitado y su triunfo sobre la → muerte (Juan 14:19-20; Hechos 26:23; Efesios 2:5-6; Colosenses 1:18). El cristiano vive en la seguridad de la resurrección (1 Corintios 15:20–36; 2 Corintios 4:14; Colosenses 1:18), ya que el Espíritu Santo es agente de la misma (Romanos 8:11).
En el Nuevo Testamento es realmente poca la especulación acerca del modo y características de la resurrección. Frecuentemente se ilustra con símbolos y figuras corrientes en el ambiente: vestiduras blancas, o fragancia y luminosidad que representan lo nuevo, puro y glorioso de la nueva vida (1 Corintios 15:41-42, 53-54; 2 Corintios 2:15-16; Apocalipsis 3:5; 6:11; etc.), la semilla que brota o el despertar del sueño (Juan 12:24; 1 Corintios 15:6, 20, 43-44, 51; Efesios 5:14; 1 Tesalonicenses 4:13–17).
Es notable que el Nuevo Testamento acepta las doctrinas del judaísmo sobre un → juicio final y las vincula a la parusía del Señor (Hechos 24:15; 1 Tesalonicenses 4:13-14 → segunda venida). En Apocalipsis encontramos también la idea de dos resurrecciones (20:4-5), pero en otros escritos se habla de una sola y un juicio (Juan 5:28-29). Lo que se destaca es, en todo caso, la participación de los creyentes en la victoria de Cristo (Romanos 5:17; 2 Tesalonicenses 1:10; Apocalipsis 20:4).
San Pablo habla de un → «cuerpo de resurrección» y en contraste con una doctrina cruda de continuidad, señala la diferencia entre la vida futura y la vida actual (incorruptibilidad, gloria, etc.). Destaca el carácter personal, concreto y comunitario de la vida resucitada, en oposición a las ideas de una → inmortalidad puramente incorpórea y aislada, individualista (Romanos 8:11; 1 Corintios 15:35-36; Filipenses 3:21; 1 Juan 3:2).
Y como en otros aspectos del tema, Jesucristo es el modelo y señal de la nueva vida: seremos semejantes a Él; veremos a Dios cara a cara; permanecerá el amor; esto es lo más importante acerca de la nueva vida. Dios dispone un cuerpo espiritual porque es el que mejor conviene a la expresión del Espíritu.
Con respecto a un «estado intermedio», entre la muerte y la resurrección, Pablo utiliza la imagen del sueño. No se describe la naturaleza de ese estado, pero sí se afirma que el creyente está con Cristo, y por tanto, es una experiencia positiva y gozosa (Filipenses 1:22-23).
Finalmente, hay que señalar que en el Nuevo Testamento la esperanza de la resurrección, lejos de conducir a un descuido de las tareas y responsabilidades de esta vida, les da sentido y estímulo. El creyente anticipa en esta vida, en fe, esperanza y amor, la calidad de vida que aguarda plenamente en la resurrección.
Bibliografía:
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