Tabernáculos, Fiesta de los
Una de las tres grandes fiestas que se celebraban anualmente en Jerusalén. A ella debían concurrir todos los israelitas varones (Éxodo 23:14, 17; Deuteronomio 16:13–16).
Se le llamaba así porque las familias debían habitar durante siete días en tabernáculos o cabañas de ramas y hojas de árboles. Se construían en los techos de las casas, en los patios, en el atrio del templo y aun en las calles.
De ese modo recordaban que habían habitado en tabernáculos durante los años de peregrinación en el desierto (Levítico 23:43). Todos debían regocijarse delante de Jehová por la protección sobre su pueblo y por la cosecha de los frutos de la tierra.
La Fiesta de los Tabernáculos se celebraba desde el día 15 al 22 del séptimo → MES, fin del año agrícola, cuando se recogían las cosechas de los cereales: el trigo y la cebada. El primer día y el octavo se declararon días de reposo: nadie debía trabajar en ellos.
En los sacrificios públicos se ofrecían dos carneros y catorce corderos, en cada uno de los siete primeros días, juntamente con trece novillos el primero, doce el segundo, once el tercero, diez el cuarto, nueve el quinto, ocho el sexto y siete el séptimo.
El octavo día se ofrecía un novillo, un carnero y siete corderos, con los presentes y libaciones correspondientes (Levítico 23:33–43). Se tenía la costumbre de leer la Ley cada séptimo año durante el primer día de la fiesta (Deuteronomio 31:10–13).
Después del cautiverio, se añadió la ceremonia de derramar agua mezclada con vino, en el sacrificio preparado, sobre el altar, como símbolo de gratitud por la provisión de agua en el desierto (Isaías 12:3).
A esta ceremonia parece que aludió nuestro Señor, cuando en el último día de la fiesta dijo: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba» (Juan 7:2, 37, 38). En la época de Jesús el atrio del templo se iluminaba en el primer día de la fiesta (Juan 8:12), y aun los venerables rabinos ejecutaban allí una danza de antorchas.