Las polémicas actuales vuelven a suscitar esta cuestión entre los cristianos estadounidenses e incluso entre algunos evangélicos. No obstante, no hay forma de negar la enseñanza de la Biblia acerca del infierno y seguir siendo un evangélico genuino. Ninguna doctrina se mantiene por sí sola.
Después de reconsiderar el surgimiento de la era moderna, el crítico literario italiano Piero Camporesi comentó: «Ahora podemos confirmar que el infierno se ha acabado, que el gran teatro de los tormentos se ha cerrado por un periodo indeterminado y que, después de dos mil años de representaciones horripilantes, no se volverá a repetir la función.
La larga temporada triunfal ha llegado a su fin». Como si se tratara de una obra que ha estado mucho tiempo en cartel, por fin ha caído el telón y para millones de personas alrededor del mundo, la doctrina bíblica del infierno ya no es más que un recuerdo lejano. Para muchísimas personas en este mundo posmoderno, la doctrina bíblica del infierno se ha convertido sencillamente en algo impensable.
¿Acaso han decidido los occidentales posmodernos que el infierno ya no existe? ¿Podemos realmente deshacernos de esta doctrina? Os Guinness observa que las sociedades occidentales «han alcanzado el estado de pluralización donde la elección ya no es un mero estado de cosas, sino que es un estado de mente.
La elección se ha convertido por sí misma en un valor, incluso en una prioridad. Ser moderno es ser un adicto a la elección y al cambio. Éstos se convierten en la esencia misma de la vida». La elección personal se convierte en una urgencia; lo que el sociólogo Peter Berger denominó como «el imperativo herético».
En un contexto semejante, la teología sufre una rápida y repetida transformación liderada por las corrientes culturales. Para millones de personas en la era posmoderna la verdad es cuestión de elección personal, y no una revelación divina. Con toda claridad nosotros, los modernos, no elegimos que el infierno exista.
Este proceso de cambio suele ser invisible para aquellos que lo experimentan y negado por parte de aquellos que lo promueven. Tal y como comenta David F. Wells: «La corriente de la ortodoxia histórica que una vez regó el alma evangélica está ahora condenada por una mundanería que muchos no llegan a reconocer como tal, a causa de la inocencia cultural con la que se presenta». Y sigue diciendo: «Sin duda, esta ortodoxia no fue nunca infalible ni tampoco estaba exenta de imperfecciones y debilidades, pero estoy muy lejos de pensar que la emancipación de su núcleo teológico que gran parte del evangelicalismo está llevando a cabo haya resultado en una mayor fidelidad bíblica.
De hecho, el resultado es exactamente el contrario. Ahora tenemos menos fidelidad bíblica, menos interés en la verdad, menos seriedad, menos profundidad y menos capacidad de proclamar la Palabra de Dios a nuestra propia generación, de manera que ofrezca una alternativa a lo que piensa en realidad.
La insistente pregunta que nos preocupa es la siguiente: «¿Qué le ha ocurrido al infierno? ¿Qué ha pasado para que ahora nos encontremos con que incluso algunos que proclaman ser evangélicos promocionen y enseñen conceptos como el universalismo, el inclusivismo, el evangelismo post mortem, la inmortalidad condicional y el aniquilacionismo, cuando aquellos que se definían en tiempos anteriores como evangélicos eran precisamente conocidos por oponerse a estas misma propuestas?
Muchos evangélicos procuran encontrar una forma de salir de esa doctrina bíblica que está marcada por tanta torpeza y tanta vergüenza.
La respuesta a estas preguntas debe encontrarse en la comprensión del impacto de las corrientes culturales y la cosmovisión que impera acerca de la teología cristiana. Desde la Ilustración, los teólogos se han visto forzados a defender la validez de su disciplina y sus propuestas. Una cosmovisión secular que niega la revelación sobrenatural debe rechazar el cristianismo como sistema y como pretensión de la verdad.
Al mismo tiempo, procura transformar toda pretensión de la verdad en temas de elección y opinión personales. El cristianismo, despojado de su ofensiva teológica, queda reducido a una «espiritualidad» más entre otras.
No obstante, existen doctrinas particulares que son especialmente odiosas y repulsivas para la mente moderna y posmoderna. La tradicional doctrina del infierno como lugar de castigo eterno soporta ese escándalo de una forma particular. La doctrina es ofensiva para las sensibilidades modernas y resultan incómodas a muchos que se consideran cristianos.
Aquellos a los que Firedrich Schleiermacher definió como los «cultos despreciadores de la religión» menospreciaron especialmente la doctrina del infierno. Como un observador dijo en broma, el infierno debe tener aire acondicionado.
El protestantismo liberal y el catolicismo romano han modificado sus sistemas teológicos para eliminar esta ofensa. Nadie se encuentra en peligro de escuchar un sermón sobre «fuego y azufre» en esas iglesias. La carga de defender el infierno y debatir acerca de él recae ahora en los evangélicos, últimas personas que piensan que es algo que importa.
¿Cómo puede ser que tantos evangélicos, incluidos algunos de los más respetados líderes del movimiento, rechacen ahora la doctrina tradicional del infierno en favor del aniquilacionismo o de cualquier otra opción? La respuesta debe reducirse con seguridad al desafío de la teodicea, el desafío de defender la bondad de Dios contra las acusaciones modernas.
El secularismo moderno exige que cualquiera que hable en nombre de Dios deba ahora defenderle. El reto de la teodicea es principalmente defender a Dios contra el problema del mal. Las sociedades de las que nacieron décadas de mega muerte, el holocausto, la explosión del aborto y el terror institucionalizado exigirán ahora que Dios responda a sus preguntas y se vuelva a definir, pero que esta vez lo haga de acuerdo con sus dictados.
En el trasfondo de todo esto se encuentra una serie de cambios culturales, teológicos y filosóficos interrelacionados que apuntan a una respuesta para nuestra pregunta: ¿Qué ha ocurrido con las convicciones evangélicas acerca del infierno?