Los seres vivientes (o querubines) parecen ser seres reales del orden angélico (Isaías 6:2). Querubines o seres vivientes no son idénticos con los serafines (Is.6:2-7).
Los querubines parecen relacionarse con la santidad de Dios que ha sido ofendida por el pecado; los serafines, con el problema de la impureza en el pueblo de Dios.
El pasaje en Ezequiel es sumamente metafórico, pero el efecto fue la revelación de la gloriosa presencia del Señor. Revelaciones como ésta se hallan invariablemente asociadas con un nuevo servicio y una nueva bendición. (Ex.3:2; Is.6:1-10; Dn.10:5-14;.Ap.1:12-19).
2. Los Serafines. El título serafín habla de la adoración sin cesar, de su ministerio de purificación, y de su humildad. Aparecen una sola vez bajo esa designación en la Biblia en Isaías 6:1-3. Su triple atribución de santidad a Dios según la registra Isaías es repetida otra vez por Juan (Ap. 4:8), pero el apóstol los llama seres vivientes, y eso nos ayuda mucho a establecer su identidad y agrupación.
El Dr Scofield en su nota sobre Is.6:1-3 dice lo siguiente: “(6:2) Heb.: ‘abrasadores’. Esta palabra ocurre solamente aquí. Compare Ezequiel 1:5. En muchas maneras los serafines se hallan en contraste con los querubines, aunque ambos expresan la santidad divina, la cual exige que el pecador tenga acceso a la divina presencia solamente por medio de un sacrificio que en verdad vindique la justicia de Dios (Ro.3:24-26), y que el santo se purifique antes de ofrecer su sacrificio al Señor. Gn.3:24-26 es una ilustración de la primera de estas demandas; Is.6:1-8, de la segunda. Puede decirse que los querubines están relacionados con el altar y los serafines con el lavacro”.
3. Los Seres Vivientes. Esta frase es un título, y representa a estos ángeles en su obra de manifestar la plenitud de la vida divina, la actividad incesante, y la permanente participación en la adoración de Dios.
Lo incierto tiene que caracterizar el entendimiento humano en lo relacionado con los ángeles. Tocante a su majestad, su adoración de Dios y la gloria sobresaliente del objeto de su adoración, el Obispo Bull (1634-1710) (citado por el Dr. Gabelein) escribió lo siguiente:
“Cuando consideramos cuán gloriosos son los ángeles, pero al mismo tiempo son criaturas de Dios y Sus siervos como lo somos nosotros, y que ellos adoran ante el trono divino esperando cumplir los santos mandamientos de Dios, tal consideración, si la permitimos penetrar profundamente en nuestros corazones, tiene que llenarnos de las más reverentes estimaciones de la gloriosa majestad de Dios todo el tiempo, pero especialmente en nuestro acercamiento a Él en adoración, y hacernos sentir la más grande reverencia y humildad.
Muy a menudo debiéramos fijar nuestros pensamientos en la visión que tuvo Daniel quien vio al Anciano de Dios sentado sobre Su trono con millares de millares de ángeles que le servían y millones de millones que le asistían.
¡Con cuánta reverencia debiéramos conducirnos al dirigirnos a la majestad divina, ante Quien esconden sus rostros los mismos serafines! Y si ellos se encubren los pies dándose cuenta de sus imperfecciones naturales al compararse con el Dios infinitamente glorioso, ¡cómo debiéramos nosotros, tan viles pecadores como somos, sonrojarnos y sentirnos avergonzados en Su presencia, sin la presunción de confianza en nosotros mismos, sino descansar sobre la infinita misericordia divina y los méritos de nuestro Redentor y Abogado, Jesucristo!
Y cuando nos sentimos tentados hacia la vanidad y el orgullo, o pensamos más alto de nosotros o de nuestro servicio de lo que debiéramos, entonces reflexionemos en la enorme distancia que existe entre nosotros y los santos ángeles y cuán pobre, imperfecto y estropeado es nuestro servicio comparado con Su santo y excelente ministerio que los santos ángeles ejecutan para Dios y en nuestro favor. Sin embargo, cuando pensamos en el ministerio propongámonos tomarlos como modelos y ejemplos que debiéramos seguir”.