Pero también podemos conocerlo de esa manera.
La posibilidad de tener una relación así con Dios, fue una idea revolucionaria en el primer siglo (Mateo 6:9). El Antiguo Testamento contiene apenas quince referencias a Dios como “Padre”, y éstas se refieren fundamentalmente a Él como el padre del pueblo hebreo; la idea del Señor como un Dios personal de las personas, no es evidente sino hasta el Nuevo Testamento. Sin embargo, ésa fue exactamente la razón por la que Jesucristo vino a la tierra, para morir en la cruz por nuestros pecados y revelar al Padre celestial, para que usted y yo pudiéramos conocerlo a Él más íntimamente.
“Padre”, que aparece 245 veces en el Nuevo Testamento, fue la palabra favorita de Jesús para referirse a Dios; la mencionó catorce veces sólo en el Sermón del monte, y también utilizó este nombre para comenzar a orar (Mateo 5-7). El propósito de Dios es revelar que Dios no es solamente una fuerza trascendente en algún lugar del universo, sino más bien un Padre celestial amoroso y personal que está profundamente interesado en los detalles de nuestra vida.
Muchas personas, incluso los creyentes, no piensan que Dios sea un padre tan cercano, especialmente si se hallan viviendo en desobediencia. Pero la Escritura se refiere una y otra vez a Él como “Padre”. Las cartas de Pablo, por ejemplo, comienzan de esa manera, y el apóstol describe a los creyentes como una casa o una familia de Dios, los llama hijos de Dios y coherederos con Su Hijo Jesucristo (Romanos 8:17).
El privilegio de conocer a Dios como Padre implica más que conocerlo como una persona o un espíritu; va más allá de la simple familiaridad de Su gracia, amor y bondad incomparables, e incluso supera el conocerlo en Su santidad, equidad y justicia. ¡Qué maravilloso es que nosotros, simples criaturas, podemos conocerlo personalmente como nuestro mismísimo padre celestial!
Al dirigirse a Él como “Padre”, Jesús reveló Su intención de que nosotros comprendiéramos lo que los santos del Antiguo Testamento no pudieron entender totalmente: que podemos tener la bendición de un parentesco íntimo con el Dios vivo del universo.
En realidad, es a través de la persona de
Jesucristo que podemos conocer a Dios de esta manera. Lamentablemente, muchos creen equivocadamente que ese privilegio le pertenece a toda la humanidad. A veces escuchamos frases como “la paternidad de Dios, y la hermandad de los hombres”; estas terminantes palabras expresan la idea equivocada de que Dios es el Padre de todos, y de que todos somos hermanos. Desde luego, por ser Dios el Creador de la vida, pudiéramos en un sentido identificarlo como el padre de la humanidad. Pero la Biblia utiliza el nombre de “Padre” para indicar una relación íntima y personal, que definitivamente no se aplica a toda la humanidad.
Cuando el Señor Jesús dio a sus discípulos un modelo de oración, dirigió Sus palabras al “Padre nuestro que estás en los cielos” (Mateo 6:9). Algunas personas alegan que ésta es una oración que cualquiera puede hacer, pero observe las palabras que siguen: “Santificado sea tu nombre”.
Es interesante que, inmediatamente después de la referencia a nuestro Padre celestial, se mencione la santidad de Dios, precisamente el atributo que separa al hombre pecador del Él. Por eso, aunque es verdad que todo el mundo puede pronunciar esta oración, sólo aquellos que verdaderamente pueden llamar a Dios su Padre, tienen el derecho de hacerla.
Por otra parte, Jesús dijo: “Nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). El intento de acercarse al Padre prescindiendo del Hijo, equivale a llamar mentiroso a Jesús. La explicación es que la palabra “Padre” implica una relación y el ser parte de una familia. Cristo es la puerta para ingresar a esa familia (Juan 10:9, Gálatas 3:26); por eso, ¿cómo puede un incrédulo decir que es un “pariente” si rechaza la única entrada que hay a la familia de Dios?
Jesús ahonda en el asunto cuando dice a los fariseos incrédulos: “Mi palabra no halla cabida en vosotros. Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre” (Juan 8:37, 38, cursivas añadidas). Por esta razón sabemos que hay dos padres espirituales en el universo. Uno es Jehová, el Padre del Señor Jesucristo.
Pero, ¿quién es el otro? Jesús se los explicó claramente: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él... Y a mí, porque digo la verdad, no me creéis” (vv. 44, 45).
Eso suena duro, pero nuestro Salvador siempre habla la verdad (Juan 14:6a), y por eso Sus palabras son dignas de crédito. Jesús nos dice que, si usted no tiene una relación de fe con Jehová, entonces su padre espiritual es Satanás. Jehová es el Padre espiritual únicamente de aquellos que aman a Jesús y confían en Él como Salvador. Si usted, ha rechazado al Hijo de Dios, ha negado el sacrificio hecho a su favor en el Calvario, y por más difícil que le resulte aceptarlo, su padre es el diablo.
Si no está seguro de a qué familia pertenece, tome un momento para preguntarse lo siguiente ¿Uso de manera irreverente el nombre de Dios, y un minuto después digo que creo en Él?¿Clamo a Él en una crisis, pero no lo tomo en cuenta en otros momentos?¿Amo a Jesús? Recuerde: la Biblia dice que si usted no conoce al Hijo, no puede conocer al Padre (Juan 14:6).
Por esa razón vino Cristo al mundo: para darnos una pequeña muestra de quién es el Padre y de cómo es Él. Como dice Juan 1:18 (NVI): “A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito... nos lo ha dado a conocer. Jesús, nos dice: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).
¿Cómo reveló el Hijo de Dios a Su Padre? Él llamó a los niños a venir a Él, y los tomó en sus brazos; sanó a los enfermos; atendió las necesidades de las personas. Hizo todas las cosas que haría un padre.
La manera como Dios expresa Su paternidad
Al observar el modelo de paternidad de Dios, comprendemos mejor nuestra relación con Él. Y al obedecer Su dirección, seremos capaces de expresar correctamente la paternidad a nuestros hijos. Teniendo esto en mente, fijémonos en los siete aspectos de Su paternidad hacia nosotros.
Primeramente, Él desea tener una íntima relación con nosotros. La Biblia nos dice que nos dirijamos a Él como “Padre”, no sólo como “Dios”, “Rey soberano”, “Santo” o “Juez”. Aunque debemos conocerlo en todos los aspectos, el Señor quiere que nos acercarnos a Él de manera transparente en todo, incluyendo nuestras necesidades, debilidades y fracasos.
En segundo lugar, Dios anhela comunicarse con nosotros. Mateo 6:6 nos dice que busquemos un lugar apartado para orar a nuestro Padre, “que ve en lo secreto [y que] te recompensará”. Es decir, Dios nos escucha cuando hablamos con Él, y el Señor responde la oración. Él es la clase de Padre a quien podemos hablarle, y aunque es posible que no nos dé todo lo que queremos, el Señor responderá a nuestras peticiones dándonos lo que Él sabe que es lo mejor para nosotros (Mateo 7:7-11).
Dios nos ama a cada uno de nosotros incondicionalmente. La naturaleza de Dios es amar tanto al santo como al pecador, basado exclusivamente en el hecho de que Él es amor (1 Juan 4:8). El incrédulo simplemente se ha colocado en una posición en la que no puede experimentar ese amor, una situación cuyo remedio es confiar en Jesús como Salvador.
Nuestro Padre celestial suple todas nuestras necesidades. La Biblia nos asegura que nuestro Padre celestial conoce todas nuestras necesidades, aun antes de que le pidamos, y que Él las suplirá “conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Mateo 6:8; Filipenses 4:19). Sus recursos son ilimitados, y podemos tener la seguridad de que ninguna de nuestras necesidades dejará de ser satisfecha.
Dios disciplina a Sus hijos (Hebreos 12:5-10). Él no nos castiga por ira, sino con amorosa corrección para nuestro bien. Este castigo es, una evidencia de que somos, en verdad, Sus hijos.
Dios siempre nos guía para que hagamos lo correcto. Jesús dijo que nuestro Consejero el Espíritu Santo, nos guiaría a toda verdad (Juan 14:26; 16:13). Dios nunca nos conduce en la dirección equivocada; el Señor “enderezará nuestras sendas” si confiamos en Él en vez de hacerlo en nuestro propio juicio (Proverbios 3:5, 6).
Nuestro Padre celestial está siempre con nosotros. Mientras que los padres humanos no pueden garantizar que estarán físicamente con sus hijos para siempre, en otro sentido podrán estar con ellos. Por ejemplo, hasta el día de hoy puedo escuchar la manera como mi madre pronunciaba “Charles” cuando oraba por mí y presentaba mi nombre delante de Dios.
Todavía recuerdo oraciones específicas que hacía a mi favor, sigo sintiendo su compasión, su amor, y su preocupación por mí. Aunque salí de mi casa a los 18 años de edad para ir a la universidad, yo nunca me marché del hogar, pues todavía sigo viviendo con los desafíos que me hacía mi madre de que fuera lo mejor y que me esforzara en todo. Con mucha mayor razón, nuestro Padre que está en los cielos promete que nunca nos desamparará, ni nos dejará (Hebreos 13:5), y Su Espíritu, que mora en nosotros, está siempre presente para guiarnos e inspirarnos.
¿Conoce usted a Dios como su Padre celestial? Si no lo conoce, sepa que Él está listo para adoptarle en Su familia (Romanos 8:15; Gálatas 3:26). Lo único que tiene que hacer, es confiar en Su Hijo Jesucristo como su Salvador personal. Como dice Juan 1:12: “A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.