Para asombro de todos, Sam Houston, el pintoresco soldado y político, aceptó a Cristo. Después de su bautismo, dijo que quería pagar la mitad del sueldo del ministro local. Cuando alguien le preguntó por qué, él le respondió: “Es que también mi billetera se bautizó”.
Es posible que usted, como le sucedía a Sam Houston, comprenda que la vida cristiana y el hábito de dar son inseparables. Pero quizá se pregunte: “Por dónde empiezo”.
Un lugar lógico para empezar es donde Dios comenzó con sus hijos del pacto antiguo: “Y el diezmo de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles, de Jehová es; es cosa dedicada a Jehová” (Levítico 27:30). La palabra diezmo significa la décima parte. Había que devolverle a Dios el diez por ciento. Había ofrendas voluntarias también, pero el diez por ciento era obligatorio.
Proverbios 3:9 dice: “Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos”. Los hijos de Dios le dan a Él lo primero y no lo último.
Cuando sus hijos no le estaban dando como debían, Él les dijo: “¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado. Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa”. (Malaquías 3:8-10)
Jesús señaló la validez del diezmo obligatorio, aun en las cosas pequeñas (Mateo 23:23). Sin embargo, no se vuelve a mencionar después en los evangelios. Ni se ordena ni se invalida, y entre los cristianos existe un acalorado debate sobre si los diezmos siguen siendo el lugar de partida a la hora de dar.
Yo tengo sentimientos encontrados con respecto a esto. Detesto el legalismo. Ciertamente no quiero tratar de echar vino nuevo en odres viejos, imponiéndoles restricciones ya reemplazadas del primer pacto a los cristianos. Todos los ejemplos del Nuevo Testamento en cuanto a dar van mucho mas allá del diezmo. Ninguno de ellos queda por debajo de él.
Hay una verdad eterna tras el concepto de darle a Dios nuestras primicias. Tanto si el diezmo sigue siendo la medida mínima de esas primicias, como si ya no lo es, me pregunto: “Espera Dios de sus hijos del nuevo pacto que den menos, o más? Jesús subió el nivel espiritual; nunca lo bajó (Mateo 5:27-28).
¿No es para preocuparse que en esta sociedad acaudalada, las “ofrendas por gracia” sólo constituyan una pequeña fracción de la norma seguida en el primer pacto? Sea lo que fuere lo que estamos enseñando hoy con respecto a dar, o no es fiel a las Escrituras, o el mensaje no está llegando, o estamos desobedeciendo.
En ese sentido, puede servir como puerta de entrada al gozo de dar por gracia. No es sano considerar el diezmo como el lugar donde detenerse, pero aun puede ser un buen lugar para comenzar. Aun bajo el primer pacto, no era el lugar donde terminaba todo; no olvidemos las ofrendas voluntarias.
El diezmo no es el techo de las ofrendas, sino el piso. No es la meta final a la hora de dar; solo es el lugar de partida y nos ayuda a desarrollar en nuestra mente, la capacidad de dar y el hábito hacerlo por gracia.
Malaquías decía que los israelitas le habían robado a Dios al retener no sólo sus diezmos obligatorios, sino también sus “ofrendas” voluntarias. Al dar en esas ofrendas voluntarias menos de lo que Él esperaba de ellos le estaban robando. Si ellos le podían robar a Dios al dar unas ofrendas voluntarias insuficientes, ¿acaso no podremos nosotros hacer lo mismo hoy?
Dios tiene expectativas para nosotros, aun cuando nuestras ofrendas sean voluntarias. Darle menos de lo que Él espera de nosotros, es robarle. Debemos dar en proporción a la forma en que Él nos ha bendecido. (Deuteronomio 16:10, 16-17)
Hay quienes dicen: “lo vamos a hacer en forma gradual. Vamos a comenzar con el cinco por ciento”. Sin embargo es como decir: “Yo solía robar en seis tiendas por año. Este año, con su gracia, solo voy a robar en tres”. La cuestión no está en robarle menos a Dios, sino en no robarle nada.
Es cierto que hay quienes se estarían sacrificando más al dar el cinco por ciento de sus ingresos que otros al diezmar, o incluso dar el cincuenta o el noventa por ciento. Ciertamente, los ricos nunca deberían desentenderse del asunto, como si al dar el diez por ciento estuvieran cumpliendo con su obligación automáticamente. El noventa por ciento también le pertenece a Dios.
Yo he tenido el privilegio de entrevistar a muchos dadores. En la gran mayoría de los casos, mencionan el diezmo como la práctica que los llevó al principio a dar más. Diezmaron y después vieron cómo Dios proveía. Vieron cómo su corazón se movía más profundamente dentro de su reino.
Ahora, años más tarde, están dando el sesenta, el ochenta o incluso el noventa y cinco por ciento de sus ingresos. Pero fue el diezmo el que los puso en el camino de dar.
Los diezmos son como los primeros pasos de un niño: No son ni los últimos, ni los mejores, pero son un buen comienzo. Una vez que se aprende a montar en una bicicleta, no hacen falta las ruedas auxiliares. Una vez que se aprende a dar, el diezmo se convierte en algo irrelevante.
No tengo problemas con los que dicen que “no estamos bajo el diezmo” siempre que no lo estén usando como justificación para dar menos. Pero en mi mente, las estadísticas actuales sobre las ofrendas entre los cristianos me indican a las claras que la mayoría de nosotros necesitamos algo que nos haga comenzar a dar. Si usted encuentra una puerta a la costumbre de dar que sea mejor que el diezmo, estupendo. Pero si no, ¿por qué no comienza donde comenzó Dios con sus hijos del primer pacto?
Tomado del libro: El principio del tesoro
Editorial: Unilit