De joven, yo era un ateo agresivo. En realidad, cuando leo los escritos de Richard Dawkins me pongo todo nostálgico. ¡Es que solía ser como él, también!
Consideraba que las personas religiosas estaban engañadas, creyendo toda clase de disparates absurdos. Si me hubieran preguntado qué consideraba yo lo más ilógico de la fe cristiana, habría señalado la doctrina de la Trinidad. ¿Cómo puede Dios ser tres y uno al mismo tiempo? Eso no era más que una palabrería absurda.
Después de descubrir al cristianismo mientras estudiaba en la Universidad de Oxford, comencé a explorar el panorama de la fe. Esa fue una actividad gratificadora, pues me di cuenta de que yo era capaz de encontrarle sentido con bastante rapidez a muchas de las ideas cristianas fundamentales. Pero la doctrina de la Trinidad me seguía pareciendo absurda. Esa es la razón para querer explicar por qué esta doctrina es tan importante, y cómo podemos encontrarla lógica.
Comencemos por preguntar qué trata de hacer la teología. Una de las mejores respuestas es que intenta entretejer los hilos de la Sagrada Escritura. Trata de contar la historia, de modo que hagamos justicia a la maravilla y a la gloria de Dios. La fe cristiana es como un lente que nos ayuda a ver la luz que ilumina el paisaje de la vida para que podamos verlo más claramente. C. S. Lewis dijo: “Creo en el cristianismo como creo que el sol ha salido: no solo porque lo veo, sino además porque, por medio de él, veo todo lo demás”.
Entonces, ¿cómo podemos hacer justicia a Dios? ¡Dios es tan grande que nuestras mentes no pueden explicarlo! Cuando nos topamos con algo demasiado grande para entenderlo, nuestro instinto natural es reducirlo. No hay nada malo en ello, a menos, por supuesto, que creamos que nuestra reducida versión de la realidad es la verdad absoluta. Al final, nuestras mentes no son lo suficientemente grandes para entender a Dios. Él, sencillamente, rebasa nuestra capacidad mental.
Algunas veces, en nuestros intentos por dominar algo complicado, lo hacemos simple. Pero uno no puede simplificar algo complicado. Lo que uno hace, en realidad, es dejar fuera piezas complicadas o meter a la fuerza algo complejo. La simplificación tiene que ver siempre con la reducción de algo y, a veces también, con su distorsión.
Esto es igualmente cierto cuando reflexionamos en cuanto a Dios. Él no puede ser conocido a fondo. Él es supremamente resistente a nuestros intentos de reducir su realidad a nuestro nivel. Cuando Pablo expresa que la paz de Dios “sobrepasa todo entendimiento” (Fil 4.7), no está diciendo que esto no es lógico; más bien, está señalando la incapacidad de la mente humana de comprender tal cosa.
En el siglo V, uno de los primeros teólogos, Agustín de Hipona, escribió acerca de este problema. Al tomar un descanso mientras escribía su magna obra Sobre la Trinidad fue a dar una caminata a una hermosa playa cercana. Mientras caminaba, se encontró con un niño que tenía una conducta extraña. Una y otra vez, el niño iba a la orilla de la playa, llenaba un caracol con agua del mar y después lo vaciaba en un hueco que había hecho en la arena.
Agustín estuvo observando esto durante cierto tiempo, sin entender por qué lo hacía. Al final, decidió preguntarle al niño qué estaba pasando. Apuntando hacia el Mar Mediterráneo, el niño dijo: “Voy a vaciar el mar en este hueco que hice en la arena”. Según la leyenda, Agustín sonrió, y dijo: “No puedes hacer eso; nunca podrás meter el mar en ese pequeño hueco que has hecho”. El niño respondió: “Y tú estás desperdiciando tu tiempo escribiendo un libro sobre Dios. Nunca podrás meter a Dios en un libro”.
¡Muy cierto! La doctrina de la Trinidad nos priva de reducir a Dios al nivel de lo que somos capaces de entender. Su propósito es decir la verdad acerca de Dios, no importa lo difícil que nos resulte entenderla. Dios es nuestro creador. Él nos redime en Cristo. Y está presente ahora mismo en el Espíritu Santo. La Trinidad nos hace contar la historia completa de Dios, y nos impide disminuir su grandeza. Después de todo, esa es una de las razones por la que los cristianos lo adoramos. Nos damos cuenta de que Dios es tan grande y glorioso, que queremos alabarlo.