¡Es importante saber con claridad quién es Dios! La doctrina de la Trinidad se propone decir toda la verdad en cuanto al Señor, no importa lo difícil que sea para nosotros entenderla.
Puede ser más fácil contar la historia de Dios con el mundo y la humanidad, dejando fuera algunos detalles. La perspectiva cristiana es que Dios creó al mundo, lo redime en Cristo, y habita en nuestro ser por medio del Espíritu Santo. Eso es confuso, dirán algunos. ¿Qué pasa si tratamos de hacerlo más sencillo?
Digamos por un momento que Dios es simplemente alguien arriba en el cielo que hizo al mundo. Así es como pensaban muchos filósofos griegos. Entonces, ¿por qué los cristianos no adoptan este sencillo punto de vista? La razón es muy simple. Es un concepto totalmente inadecuado que poco tiene que ver con el Dios a quien adoramos.
Los cristianos sabemos que Dios entró en este mundo como Jesús de Nazaret: “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria” (Jn 1.14 LBLA). Una buena teología cuenta toda la historia, y permite a las personas desechar ideas inadecuadas en cuanto a Dios.
Tenemos que permitir que el Señor nos diga cómo es Él. Simplemente, no podemos hacer justicia a la experiencia cristiana y a la visión de Dios sin utilizar el lenguaje bíblico y teológico tradicional de Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Por supuesto, queremos simplificar las cosas. Sin embargo, la simplificación lleva fácilmente a la reducción, y la reducción a la distorsión. La teología es para hacer justicia a la realidad de Dios, no importa lo poco práctico que nos parezca. Nuestras dudas en cuanto a la Trinidad surgen debido a que la realidad de Dios no se plasma fácilmente en nuestro pensamiento.
Ahora bien, algunos leerán estas palabras y desearán con razón hacer una objeción. La fe de estas personas es sencilla. Creen en Dios y tienen la firme convicción de que han sido redimidas por Cristo. ¿Por qué tienen entonces que conocer acerca de la Trinidad? ¿Acaso no es suficiente una fe sencilla?
Si usted tiene una moneda en la mano y la suelta, ésta caerá a tierra. Si cultiva manzanas o peras en su huerta, el fruto caerá del árbol cuando esté maduro. Estas son observaciones muy sencillas, y no hay nada difícil en cuanto a ellas. Pero ¿qué implican estas observaciones en lo que tiene que ver con nuestro mundo?
Isaac Newton se dio cuenta de que estas observaciones cotidianas apuntaban a la existencia de algo más profundo —a una fuerza a la que llamó “gravedad”. Antes del tiempo de Newton, nadie parecía darse cuenta de que los cuerpos se atraen entre sí.
Todo el mundo sabía que las manzanas caían de los árboles; Newton explicó la razón de ese hecho: las manzanas que caen al suelo se rigen por el mismo principio general que se aplica a los planetas que giran en torno al Sol.
El mismo principio subyace en la doctrina cristiana de la Trinidad. Oramos y adoramos. Hablamos de ser salvos por Cristo. Hablamos de ser guiados por el Espíritu Santo. Pero ¿qué concepto de Dios está implícito en estas creencias? La doctrina de la Trinidad enfatiza la verdad de estas afirmaciones sencillas, pero también pregunta: ¿Cómo se demuestran que estas sencillas declaraciones de fe son ciertas y confiables?
Piense en un iceberg. La oración y la adoración son como la parte visible de un iceberg flotando por encima del nivel del agua. Pero el destino del transatlántico Titanic en su viaje inaugural nos recuerda que la parte más grande del iceberg no se ve. Casi el 90% está por debajo del nivel del agua. No podemos verlo —pero está allí, sosteniendo y sirviendo de apoyo a la parte del iceberg que sí vemos.
Piense en los lirios de agua que podemos encontrar en algunos jardines. Sus grandes hojas y sus elegantes flores parecen flotar sobre la superficie del agua creando una impresión de tranquilidad y armonía.
Pero lo que vemos en la superficie está sostenido por un complejo sistema de raíces. Los lirios de agua crecen sobre tallos que tienen sus raíces arraigadas en el fondo del estanque. Estas raíces dan apoyo físico y alimentación a la planta. Son parte de una realidad más completa que no es vista por quienes las observan.
Una “fe externa” es lo que vemos y experimentamos. Eso se refiere a la oración y la adoración. Tiene que ver con anunciar a Jesús de Nazaret como nuestro Señor y Salvador.
Pero detrás de esto hay una serie de convicciones profundas que están implícitas en nuestra “fe externa”. La doctrina de la Trinidad es como la parte del lirio de agua que se encuentra sumergida.
Está ahí, y tiene que estar allí. Pero en lo que tiene que ver con la vida cotidiana, no nos preocupamos por eso. Podemos vivir sin hablar explícitamente sobre la Trinidad. Lo que no podemos olvidar es que hay una profunda lógica trinitaria en el lenguaje de nuestra fe. Cuando decimos que “Jesús es Señor”, estamos diciendo que Dios es una Trinidad indivisible: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
En conclusión, la Trinidad no es algo que podemos esperar entender; es algo que desafía los límites de nuestra comprensión. Es como pararse al pie de un inmenso acantilado, y darse cuenta de que es demasiado difícil de escalar.
Nos deleitamos en lo que podemos ver, así como somos seducidos por lo que hay más allá de nuestro alcance. Esa es una de las razones por las que la adoración es tan importante para mantener la fe viva.