1. La Biblia es divina
2. La Biblia es humana
3. La Biblia es histórica
4. La Biblia es espiritual
5. La Biblia es práctica
6. La Biblia es Autointerpretativa
7. La Biblia es doctrinal
8. La Biblia es teológica
9. La Biblia es escatológica
La Biblia es escatológica en el sentido de que siempre está mirando hacia la culminación de los propósitos divinos. Pasa por varias etapas desde la creación del universo hasta su meta y clímax en el cielo nuevo y la tierra nueva.
Podríamos comparar la Biblia con un roble. Un roble se origina en una bellota y crece paulatinamente hasta la madurez. De igual modo, la Biblia «crece» poco a poco a partir de sus raíces en el libro de Génesis y llega finalmente al esplendor majestuoso de Apocalipsis. Su crecimiento es tanto histórico como teológico, estando del todo entretejidos estos dos aspectos. No se puede separar la historia bíblica de la teología.
El tronco del árbol bíblico es el reino de Dios. Esta expresión se ha de entender en términos puramente espirituales. En lo esencial, significa el dominio de Dios hecho visible en el mundo. Tal dominio se manifiesta por evidencias concretas en vidas humanas. Hay que distinguirlo de la soberanía de Dios, que es más bien invisible y que por tanto se acepta por la fe a base de lo enseñado en las Escrituras.
El concepto del reino de Dios es la goma que pega toda la revelación divina en una unidad orgánica, desde el dominio del Creador en Edén por medio de sus instrucciones específicas (Génesis 2:16-17) hasta aquel momento en el que los reinos del mundo vengan a ser «de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos» (Apocalipsis 11:15).
Al crecer el árbol bíblico, aparecen continuamente nuevas ramas. Estas muestran de algún modo e1 desarrollo del reino de Dios en el mundo. Las ramas más significativas son las que están relacionadas con cuatro figuras claves - Abraham, Moisés, David, Cristo - y los pactos que hizo Dios con o por medio de ellos (Génesis 12:1-3; Éxodo 20-24; 2 S. 7, Salmo 89:3-4, 34-37; Lucas 22:20, Hebreos 9:11-15). Estos pactos representan distintas fases del plan divino de la salvación.
Si examinamos una bellota o un pimpollo, no podemos pronosticar exactamente cómo será el árbol maduro. Asimismo no es posible adivinar cómo terminará el reino de Dios leyendo (por ejemplo) la historia de Noé o de Moisés. Es preciso leer todo lo que sigue para entender correctamente lo tocante a Noé y Moisés a la luz de la revelación completa.
El crecimiento que se ve en el Antiguo Testamento continúa en el Nuevo Testamento. Además, el árbol no llega a la madurez en los cuatro evangelios. Sigue creciendo en él resto del Nuevo Testamento -especialmente en las cartas, que representan la cumbre teológica de la revelación divina. Por este motivo, las cartas son de importancia primordial si queremos entender la Biblia en su conjunto.
«Pedid por la paz de Jerusalén», dice el salmista (Salmo 122:6). «Traed todos los diezmos al alfolí», dice el profeta (Malaquías 3:10). ¿El Nuevo Testamento arroja luz sobre el significado de Jerusalén y nuestro uso del dinero, para que sepamos interpretar acertadamente estas exhortaciones del Antiguo Testamento?
En la Sección III de nuestro estudio contestaremos esta pregunta y algunas más en relación a Jerusalén y el diezmo. Nos ocuparemos de estas dos cuestiones desde distintos puntos de vista a fin de comprender el enfoque bíblico dentro de un marco muy amplio. Pensaremos también en otros temas bíblicos, con el mismo propósito.
10. La Biblia es Cristocéntrica
El Nuevo Testamento indica claramente que la Biblia es un libro Cristocéntrico. Si erramos en esto, erramos en todo.
Jesús mismo dijo a los judíos que las Escrituras del Antiguo Testamento daban testimonio de Él (Juan 5:39). Al principio de su ministerio llamó la atención sobre una Escritura específica que acababa de cumplirse en Él (Lucas 4:16-21). Dijo a sus discípulos que había venido para cumplir la ley y los profetas (Mateo 5:17).
Después de su resurrección, Jesús explicó a dos viajeros lo que de Él decían todas las Escrituras, «comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas» (Lucas 24:27). Más adelante en aquel mismo día, manifestó a un grupo de discípulos que «era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos» (Lucas 24:44).
Esto no significa que todo detalle del Antiguo Testamento se haya de interpretar cristológicamente. Si fuese así, algunas de nuestras conclusiones resultarían absurdas. Pero sí hay muchas «pistas» en el Antiguo Testamento que conducen a Cristo.
Según el apóstol Pedro, los profetas habían discernido que estaban prediciendo la gracia de Dios en Cristo (1 Pedro 1:10-12). El apóstol Pablo afirma que «todas las promesas de Dios son en él Sí...» (2 Corintios 1:20).
Esta es una afirmación teológica de gran envergadura. Significa que todas las promesas del Antiguo Testamento se cumplen directa o indirectamente en Cristo.
Esta idea de «cumplimiento» se ha de entender de una manera muy amplia, porque Cristo es el foco de la Biblia entera. Todo culmina en Él. ¿Hay promesas en el Antiguo Testamento? ¿Hay profecías? Todas ellas se cumplen en o por medio de Cristo. Se puede decir lo mismo de los tipos del Antiguo Testamento, esas realidades físicas (personas, objetas, sucesos) que prefiguraron las realidades espirituales correspondientes en el Nuevo Testamento.
A la luz de estos hechos, no es de sorprender que d cumplimiento por Cristo en el Nuevo Testamento se exprese de muchas formas diversas. Esta diversidad se evidenciará a través de los ejemplos que se pondrán a continuación.
Cristo fue la simiente de Abraham (Gálatas 3:16). Cristo cumplió, de modo extraordinario, la profecía «De Egipto llamé a mi Hijo» (Oseas 11:1, Mateo 2:15). De acuerdo con la palabra profética, Cristo llevó tanto nuestras enfermedades como nuestros pecados (Isaías 53:4, 5, 12, Mateo 8:17, 1 P. 2:24). La resurrección de Cristo cumplió la promesa de Isaías «Os daré las misericordias fieles de David» (Isaías 5:59, Hechos 13:34). Cristo está sentado ahora en el trono de David en los cielos (2 Samuel 7:16, Salmo 132:11, Isaías 9:7, Lucas 1:32-33, Hechos 2:25-36).
Además, Cristo fue el Adán verdadero (Romanos 5:14), la pascua verdadera (1 Corintios 5:7), el maná verdadero Juan 6:25-58) y el templo verdadero Juan 2:18-22).
Más sutilmente, los tres días que pasó Jonás en el vientre del pez prefiguraron los tres días que pasó Jesús en el corazón de la tierra Jon. 1:17, Mateo 12:40); y la prueba de Israel en el desierto prefiguró la prueba de Jesús siglos después en otro desierto con un fin mucho más elevado (Deuteronomio 8:1-18, Mateo 4:1-11).
Por supuesto, estos ejemplos comunican un mensaje de gran trascendencia en cuanto a lo cristocéntrico de la revelación bíblica. No obstante, por muy importantes que sean las evidencias textuales, son menos importantes que el fundamento teológico que las apoya.
La verdad teológica que forma la base de las interpretaciones cristocéntricas de los apóstoles es la siguiente: El propósito divino de establecer un reino eterno, que históricamente tuvo su origen en Edén y se desarrolló de diversas maneras a lo largo del Antiguo Testamento, se realiza y finalmente se consumará por el Rey de ese reino, Jesucristo. Así cumple Jesús el Antiguo Testamento en su totalidad. Esta convicción les permite a los apóstoles, bajo la dirección del Espíritu Santo, advertir a Cristo en donde nosotros nunca le habríamos visto.
El Antiguo Testamento prepara el terreno para Cristo tanto positiva como negativamente. Positivamente, contiene todos los «materiales de construcción» del reino de Dios: el hombre, el hijo de Dios, la salvación, sacerdocio y sacrificio, la monarquía, profecía, sabiduría.... Todos estos temas encuentran su expresión perfecta en Cristo.
Negativamente, estos «materiales de construcción» -mejor dicho, la encarnación humana de ellos- sufrieron invariablemente muchos defectos como consecuencia del pecado. Este hecho señaló la necesidad de otro reino en el futuro, un reino no manchado por estos defectos. Tal reino lo inauguraría Cristo. Lo haría siendo todo lo que sus predecesores habían dejado de ser.
El primer hombre fue un fracasado, a pesar de ser hijo de Dios (Génesis 3:1-7, Lucas 3:38). Posteriormente la nación de Israel vino a ser hijo de Dios (Éxodo 4:22), pero Israel fracasó también (Romanos 2:17-24). Por contraste, Cristo fue el hombre perfecto y el hijo perfecto (Hebreos 4:15, Mateo 3:17). Moisés, el primer líder y salvador de Israel, consiguió únicamente una salvación física (Éxodo 12-15); pero Cristo procuró una salvación perfecta y eterna (Hebreos 2:1-4, 5:8-9).
Los sacerdotes de Israel tuvieron que ofrecer sacrificios por sus propios pecados (Hebreos 7:27); y los sacrificios mismos nunca podían solucionar el problema del pecado (Hebreos 5:1-3, 10:1-4,11). Cristo, en cambio, fue el sacerdote perfecto -«santo, inocente, sin mancha»- e hizo d sacrificio perfecto ofreciéndose a sí mismo (Hebreos 7:23-27).
David, aun siendo varón conforme al corazón de Dios (Hechos 13:22), estaba lejos de ser el rey perfecto (2 S. 11, 24). Lo fue Cristo, mediante su sacrificio perfecto (Fil. 2:5-11). Los mejores de los profetas sabían que eran pecadores (Isaías 6:5, Dan. 9:20); pero Cristo fue el profeta perfecto, a quien hay que oír (Mt. 17:5).
El hombre más sabio de Israel, Salomón, hizo «lo malo ante los ojos de Jehová» (1 R. 11:6). Su sabiduría no le impidió pecar. Cristo, siendo sin pecado y perfecto en todos sus oficios, pudo encarnar la sabiduría verdadera y final de Dios: «justificación, santificación y redención» (1 Corintios 1:30).
Conclusión y aplicación
Las diez características que hemos considerado forman un cuadro más o menos completo. No es fácil tenerlas todas en cuenta cuando leemos las Escrituras. Pero a medida que lo logremos, acertaremos con nuestras interpretaciones y usaremos la Biblia de una manera correcta.
Nos toca ahora poner un ejemplo para dar una idea de como se reúnen estas características en el estudio de un texto dado. Las aplicaremos a Isaías 30:21, que dice: «Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es d camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda». Seguiremos un orden diferente. Pero empezaremos por el punto que siempre ha de ser el primero: la Biblia es divina.
La profecía de Isaías fue una palabra divina para tiempos del profeta. También lo es para hoy. Es una palabra fidedigna que debe aplicarse a nuestra situación. Esta convicción crucial tiene que ser nuestro fundamento y punto de partida. De lo contrario, se perderá todo.
Una vez aceptada la autoridad infalible de la palabra profética, estamos en condiciones de analizar el texto. Si conocemos bien las Escrituras, sabremos tal vez que la frase «a la mano derecha... a la mano izquierda» aparece igualmente en los libros de Deuteronomio y Josué (Deuteronomio 5:32-33, 17:11-20, 28:14, Josué 1:7, 23:6). Puesto que la Biblia es autointerpretativa, conviene que busquemos estos versículos para averiguar su significado e interpretar Isaías 30:21 a la luz de ellos.
Al examinarlos, vemos que la frase en cuestión se emplea en el contexto de la obediencia a la ley de Moisés. Específicamente, Dios prohíbe la desviación de su ley «a diestra o a siniestra». Isaías sin duda está usando esta frase en el mismo sentido, ya que el cometido de los profetas fue principalmente recordar al pueblo las exigencias de la ley.
La profecía de Isaías radica en ciertas circunstancias contemporáneas. Por tanto hay que aplicar la tercera característica de la Biblia: es histórica. ¿Cuál era la situación histórica en aquel entonces?
Poco antes del año 700 los asirios amenazaban con invadir el país. El pueblo de Judá acudió a Egipto a pedir ayuda en vez de buscar a Dios (30:1-2).
Esta reacción infiel se explica por la situación interna de la nación. «Porque este pueblo es rebelde, hijos mentirosos, hijos que no quisieron oír la ley de Jehová; que dicen a... los profetas: No nos profeticéis lo recto...; dejad el camino,... quitad de nuestra presencia al Santo de Israel» (30:9-11).
El mensaje de los profetas se rechazaba, y los profetas mismos se habían escondido. Efectivamente los «maestros» habían sido quitados (30:20). Por consiguiente, el pueblo estaba en un vacío espiritual. No obstante, aunque el pueblo había hecho callar la voz profética, Dios en su misericordia intervendría (30:19-20).
Muchas secciones de la profecía de Isaías consisten en poesía hebrea; y aun en las porciones de prosa se usan imágenes que se pueden calificar de poéticas. Este es un factor humano que debemos tener presente. El lenguaje poético no se ha de interpretar de una manera literalista.
¿Qué quiere decir Isaías con la frase «Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra...»? Se trata de una imagen agrícola. Para comprenderla, hay que pensar en bueyes u otros animales que oyen «a sus espaldas» una voz humana que los dirige. Aplicación: al arrepentirse el pueblo, volverá a escuchar a sus «maestros» los profetas (30:20) y serán tan obedientes como animales guiados (30:22).
Este énfasis en la obediencia llama la atención sobre el contenido doctrinal del texto. Es evidente que Isaías 30:21 enseña un aspecto muy importante de la doctrina de la santificación. El fundamento de una vida santa es la obediencia a la ley de Dios.
Además, el pueblo de Dios ha de responder a la gracia divina separándose del mundo y confiando plenamente en el Señor. Pero los habitantes de Judá, al suprimir el ministerio docente de los profetas y recurrir a los egipcios, no manifestaban ni obediencia ni confianza en Dios.
Si queremos hacer justicia a Isaías 30, tenemos que considerar en un marco más amplio la situación que se describe en este capítulo. Hay que mirar hada atrás y, sobre todo, hacía adelante para ver la culminación escatológica de lo acontecido en tiempos de Isaías.
En el desarrollo de la historia redentora, que empieza en Génesis y llega a su clímax en Apocalipsis, la profecía de Isaías se encuentra aproximadamente hacia la mitad. Después del fracaso de Adán y sus consecuencias catastróficas, que culminaron en el diluvio y luego en la torre de Babel, Dios empezó de nuevo con Abraham. Abraham había de ser santo (Génesis 17:1) y sus descendientes físicos habían de ser «gente santa» (Éxodo 19:6).
La historia de Israel demuestra que no vivieron en conformidad con esta descripción. De aquí la queja de Isaías al principio de su profecía: «Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás» (Isaías 1:4).
Si Dios era «el Santo de Israel» (Isaías 30:11, 12, 15, etc.), su pueblo tenía que ser santo también (Lv. 19:1-2). Pero como produjeron únicamente fruto malo (Isaías 5:1-7) en vez del fruto de santidad, Dios los rechazó finalmente a favor de los que iban a producir buen fruto (Mateo 21:33-43).
Las cartas del Nuevo Testamento indican cómo se cumplió esto en la iglesia. El pueblo de Dios bajo el nuevo pacto es lo que Israel nunca fue: una «nación santa» (1 Pedro 2:9). Los que pertenecen a ella morarán eternamente en «la santa ciudad, la nueva Jerusalén», donde no habrá «ninguna cosa inmunda» (Apocalipsis 21:2, 27).
La perspectiva escatológica está estrechamente relacionada con la teológica, que se resume en la promesa divina «Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios.» Al considerar esta promesa a la luz de la profecía de Isaías en su conjunto, vemos que tiene dos dimensiones.
Para Isaías, «mi pueblo» significaba a veces sus contemporáneos en la nación de Judá, que estaban bajo el juicio divino (Isaías 13, 3:12-15, 58:1). En otras ocasiones abarcaba todas las naciones con miras al futuro (Isaías 19:23-25, 40:1-5, 52:4-10, 53:8).
La promesa de Isaías 30:21 tiene su lugar dentro de este marco teológico. Fue dirigida a la nación rebelde y evocó una reacción positiva (Isaías 30:22). Pero no tuvo efecto duradero. Isaías fue esencialmente un profeta del futuro. Comprendía que «mi pueblo» consistiría a la larga en hombres y mujeres de todas las naciones, los descendientes espirituales del remanente piadoso.
¿De qué manera apunta Isaías 30 a Cristo? Si la Biblia es Cristocéntrica, ¿cómo lo expresa este pasaje? En términos generales, prepara el terreno para el Hijo perfecto de Dios (Mateo 3:17). Su vida intachable contrasta con la rebeldía que sale a luz en este capítulo, la rebeldía del hijo primogénito de Dios (Éxodo 4:22). Ese primer hijo estropeó el ideal divino; Cristo lo cumplió.
Más específicamente, la promesa de una palabra que dijera «Este es el camino...» prefiguró a Jesús en d sentido de que enseñaba infaliblemente el camino de Dios. Esto lo reconocieron incluso sus enemigos (Mt. 22:16). Además, era en su propia persona «el camino» (Juan 14:6). Queda claro que el camino de que habla Isaías es el camino de santidad y obediencia. Este es básicamente el mensaje espiritual de Isaías 30.
La santidad y la obediencia tienen muchas ramificaciones. En este capítulo, que gira en torno del pecado de Judá al buscar la ayuda de una nación pagana, suponen «descanso y... reposo,... quietud y... confianza» (Isaías 30:15). En otras palabras, el pueblo había de rechazar soluciones humanas y descansar en Dios, estando seguro de que Él actuaría.
El mensaje espiritual de Isaías 30 es también práctico. El rumbo que tomaba el pueblo de Judá -hacia Egipto- conduciría a la ruina (Isaías 30:3-7). En cambio, el descanso y el reposo los llevarían a la salvación (Isaías 30:15). Serían librados de sus enemigos. ¡Muy práctico!
Mirándolo desde otro punto de vista, se puede decir que este capítulo nos instruye sobre la cuestión práctica de la seguridad. No había seguridad en Egipto (Isaías 30:5). La seguridad se encuentra únicamente en Dios: «bienaventurados todos los que confían en él» (Isaías 30:18).
Tomado de Andamio, usado con permiso.