Pentecostés es el milagro supremo y uno de los más profundos misterios de la gracia. Marca el comienzo de Ia dispensación cristiana. Las lenguas de fuego se posaron en cada uno de los que estaban allí reunidos. La palabra “posarse” marca en Ia Escritura un fin y un comienzo. El proceso de preparación ha terminado, y el orden establecido ha comenzado.
Marca el fin de la creación y el principio de las fuerzas normales. "Quédaron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos. Y acabó Dios en el día séptimo Ia obra que hizo; y reposo el día séptimo de toda Ia obra que hizo. Y bendijo Dios al dia séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación” (Genesis 2:1-3).
Pero Dios no descansó de Ia fatiga. Lo que esas palabras quieren decir es que toda la obra creadora estaba cumplida y terminada. La misma figura de lenguaje se usa con respecto al Redentor. Hebreos 1:3 dice asi: “habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de si mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas. . .” Ningún otro sacerdote pudo sentarse. Los sacerdotes del Templo tenían que ministrar de pie, porque su ministerio era provisional, preparatorio, y no se daba nunca por acabado. Era una figura y una profecía del sacerdocio inmutable de Cristo que habría de venir.
El propio ministerio de Cristo fue parte de Ia preparación para la venida del Espíritu. Hasta que Él se sentara en la gloria, no podia haber "dispensación del Espíritú". Juan dice sobre la promesa de nuestro Señor en el Templo: "Esto dijo del Espíritu que iban a recibir los que creyesen en él; pues aún no había sido dado el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado" (Juan 7:39). El descenso del Espíritu dependía del ascenso de Cristo a los cielos.
Cuando la obra de redención estuvo completa, fue dado el EspIritu Santo, y cuando El vino, se "sentó" o se "posó" sobre los Suyos. Él reina en la Iglesia, así como Cristo reina en los cielos. Esta dispensación en la que estamos viviendo es la dispensación del Espíritu.
El Espíritu Santo es el Don de Diosa Ia Iglesia que pertenece a Su Hijo. Para efectuar la obra de la Redención, el Hijo de Dios se vació a Sí mismo de las prerrogativas de su "estatus Divino", pero el Padre le dio el Espíritu para ejercer Su ministerio. "...y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, conforme a Ia eficacia de su fuerza, Ia cual ejercitó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, por encima de todo principado, autoridad, poder y señorío, y de todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la igiesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo Ilena en todos” (Efesios 1:19-23).
El Espíritu en Ia Iglesia
La esfera del Espíritu está en el Templo Viviente de aquellos que han sido salvos y regenerados. El no mora en templos hechos de manos. El Templo en Jerusalén fue un “error permitiddo", así como el reinado en Israel. En la Nueva Jerusalén no hay Templo. El Tabernáculo era un tipo de Ia realidad celestial.
El Templo tenía solidez, permanencia y magnificencia, pero Dios lo consideraba como algo temporal. A Dios no le interesan los edificios costosos, sino las almas de los hombres. El busca a los hombres para salvarles y morar así en sus corazones. Emanuel es la primera y la última palabra del Evangelio de la gracia. E. M. Bounds, en su libro sobre la oración, dice: “El plan de Dios consiste en transformar a los hombres. El hombre es Ia esencia de los métodos de Dios.
La Iglesia busca mejores métodos, pero Dios está buscando mejores hombres”. Dios ha estabiecido su reino entre los hombres. Ha confiado su precioso Evangelio a los hombres. La Iglesia es el período ininterrurnpido en el cual se aplican los nuevos métodos, nuevos planes, nuevos edificios y nuevas organizaciones, pero “los ojos de Jehová contemplan toda Ia tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con éI” (2.° Crónicas 16:9).
El Espíritu Santo no desciende sobre los métodos, sino sobre los hombres. El no unge a la maquinaria, ni obra a través de las organizaciones, sino de los hombres. El no mora en edificios hechos de manos, sino en los mismos hombres. El mora en el Cuerpo de Cristo, dirige sus actividades, distribuye sus fuerzas y da poder a sus miembros.
Aquellos que se habían reunido en el Aposento Alto se habían preparado adecuadamente para su venida. Ellos eran discípulos que conocían bien el Señorío de Cristo. Se habían percatado de su poder para salvar y estaban rendidos a su soberana voluntad. Durante diez días habian estado unidos en oración, y durante la mayor parte de tres días se sentaron a los pies de Jesús. El Señor los bendijo y cumplió Su promesa. “Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas como de fuego, que, repartiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos.
Y todos fueron Ilenos del Espíritu Santo...” (Hechos 2:2-4). El Espíritu había descendido para reinar sobre cada uno de ellos. El Señor Jesucristo había definido su misión y trazado su programa. El Espíritu unificaria a los creyentes en un Cuerpo y les guiaría a toda verdad, fortaleciéndoles para el servicio cristiano. En Ia Iglesia, El es el Suprerno Ejecutivo, pero tiene su lugar en el alma del creyente.
El dirige todas las cosas desde el centro espiritual que constituye nuestra vida interior. El cuerpo preparado para el eterno Hijo de Dios nació de una Virgen; el cuerpo preparado para el Espíritu Santo es engendrado en la fe en Jesucristo, el Hijo del Dios Viviente. La Iglesia es la esfera de su ministerio, el agente de sus propósitos y el lugar de su Presencia.
El Espíritu Santo en el creyente
"Y se les aparecieron lenguas como de fuego, que, repartiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos. Y todos fueron llenos del Espíritu Santo...” El “todos” es para cada uno. La historia de Pentecostés revela lo que el don de Dios hizo para con los hombres individualmente, así como tambien para con toda la compañia de creyentes. Pedro, según nos muestra la Escritura era un hombre de impulsos buenos y generosos que tenía los defectos de cualquier ser humano.
Hablaba con una decisión admirable, pero a veces fracasaba en la hora de la prueba. Pentecostés fue la experiencia que transformó radicalmente a este siervo de Dios. Pedro supo lo que era tener la seguridad de la verdad revelada en sus palabras, y la confianza de un poder invencible en su ser.
El hombre que lloraba de angustia por haber negado al Señor, ahora está libre de todo miedo y cobardía. El temperamento y las aptitudes naturales permanecieron inmutables, pero el discípulo aparece con una nueva energia, transfigurado con un nuevo Espíritu, efectivo como nunca con un nuevo poder.
El Espíritu de Cristo le había revestido de si mismo. Pedro hablaba con el mismo acento galileo, pero el que le daba la iniciativa y la inspiración para pronunciar sus palabras era el Espíritu. Pablo habla de Ia misma verdad cuando dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios... (Gálatas 2:20).
El apóstol atribuye toda su efectividad espiritual al poder del Espíritu que mora en él. “No que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos capacitó como ministros de un nuevo pacto, no de Ia letra, sino del espíritu; porque la letra mata, pero el espíritu vivifica” (2. Corintios 3:5-6). Hay otras clases de habilidades que aquellas que vienen de Dios por medio de su Espíritu, pero son temporales y no confieren vida.
El Espíritu es el único que da vida. Todo lo demás fracasa. La letra puede ser perfecta, el método maravillosamente ingenioso, el hombre tremendamente preparado y eficaz, pero lo que prevalece únicamente será aquello sobre lo cual el Espíritu se manifiesta. Las carnalidades no sirven de nada. El poder que puede transformar y perfeccionar pertenece al Espíritu de Dios. Nunca como en nuestros días hubo tanta perfección humana en Ia Iglesia, pero la Nueva Jerusalén no está construida por los poderes humanos, sino que desciende de los cielos directamente de Dios. Los creyentes sin el poder del Espíritu no pueden hacer un servicio agradable a Dios.
El Espiritu Santo en el mundo
La presencia del Espíritu en el mundo es un misterio que ha llenado la historia de la Iglesia con ciertas singularidades. Los hombres que son inadecuados estan tratando siempre de llevar a cabo cosas descabelladas e imposibles; en cambio, los hombres comunes y corrientes consiguen resultados asombrosos. Las obras más grandiosas de Dios fueron hechas por medio de hombres normales, que parecerían a veces los más improbables para llevarlas a cabo. Jóvenes desconocidos como David llegaron a matar a gigantes como Goliat. Los débiles confundieron a los poderosos, y las cosas más profundas de Dios le fueron ocultas a los sabios y entendidos, y reveladas a los hombres sencillos e ignorantes.
El Altisirno vuelve la sabiduría del hombre en locura, y la fuerza de los orgullosos en verguenza. Dios ha declarado que no hay poderoso sino El, pero el hombre insiste en mostrar su propia sabiduría y su eficiencia. Orgulloso de su lógica, su habilidad, su personalidad y poder, perpetúa el espíritu de Babel en la Iglesia de Dios, con el mismo e inevitable resultado.
Siempre acaba en derrota, desastre y deshonor. No puede hacer en el mundo ninguna conquista verdadera para Dios si no es por medio delEspíritu Santo. sólo El puede convencer al mundo de pecado, de justicia y de juicio. No hay otro poder en el Universo que pueda hacer eso, y sin convicción de pecado no puede haber ni salvación del alma ni Ia venida del Reino.
Lo que nos hace falta a los creyentes de hoy es el poder que viene del Espíritu. Para nuestra santidad y victoria, para nuestro servicio y prosperidad, El es lo único que necesitamos. El Espíritu Santo es el don de Dios. El poder no puede conseguirse ni con méritos, ni con dinero, ni con ninguna cosa más. Un don se recibe o se rechaza. Este don es para todos aquellos que creen y coronan al Señor Jesucristo en sus corazones.