Sería como tratar de separar su vida y obra del Padre, de quien vino, para quien trabajó, de quien habló, y al cual retornó.
Esta unión del Espíritu Santo con Jesús se ve primero en la profecía. "Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová" (Isaías 11:2). "He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi espíritu; él traerá justicia a las naciones" (Isaías 42:1).
La profecía que es probablemente más familiar se encuentra en Isaías 61:1,2: "El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová".
Esta fusión de las personalidades divinas para el ministerio terrenal estuvo en el plan y propósito eterno del Padre.
El misterio de la concepción se expresa de manera sucinta en el registro sagrado: "Lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es" (Mateo 1:20). Nada de elaboración. Nada de explicaciones. Una simple declaración. El relato de Lucas da más detalles: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual el Santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios" (Lucas 1:35; véase también versículos 26 y 38).
Después de la visita de los pastores y de los magos, no oímos más acerca de Jesús hasta que tenía 12 años, cuando su familia lo encontró en el templo hablando con los doctores de la ley.
Nuevamente hay silencio hasta que Jesús se presentó a Juan el Bautista mientras éste estaba bautizando en el Jordán. Los Evangelios (Mateo 3:13,17; Marcos 1:9,11; Lucas 3:21,22, y Juan 1:29,34) todos registran su bautismo por Juan. Aun cuando los relatos difieren algo, una cosa es común en todos ellos: el Espíritu descendió como una paloma y se posó sobre Jesús. Dígase lo que se diga de este fenómeno, fue visible a Juan el Bautista, porque dijo: "Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él" (Juan 1:32). Él declaró más adelante: "El que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo" (versículo 33). Inmediatamente Juan conectó esto con la deidad de Jesús: "Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios" (versículo 34).
Aun cuando Jesús nos enseñó a orar, "no nos metas en tentación" (Mateo 6:13), Él "fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo" (Lucas 4:1; Mateo 4:1). Marcos dijo: "El Espíritu le impulsó al desierto" (Marcos 1:12). Tenía que ser así, para que pudiera escribirse de Él que "fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado" (Hebreos 4:15). Él pasó esos días en ayunas y comunión con el Padre y derrotó a Satanás con la palabra de Dios.
Ser "lleno del Espíritu Santo" no impedirá que haya grandes tentaciones. Pero la más fuerte de las tentaciones no puede privarnos de la unción de Dios. Cuando el diablo hubo hecho lo máximo y Jesús salió victorioso, Él "volvió en el poder del Espíritu . . . y se difundió su fama . . . y enseñaba en las sinagogas de ellos y era glorificado por todos" (Lucas 4:14,15). Algunos temen que su tentación sea una señal de que han sido removidos de la voluntad y de la unción de Dios. Obviamente, esto no fue cierto respecto de Jesús. Y no es cierto respecto de nosotros si continuamos adndando "en el Espíritu" sin satisfacer los deseos de la carne (Gálatas 5:16).
Jesús comenzó su ministerio en el poder del Espíritu Santo. Lucas bosquejó el propósito de esta unión esencial del Espíritu Santo con Cristo cuando registró la proclamación de Jesús: "El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; . . . a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor" (Lucas 4:18,19).
Lucas mantuvo este pensamiento en Hechos cuando registró el mensaje de Pedro al gentil Cornelio, ad decir: "Cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él" (Hechos 10:38).
No fue por deidad esencial que se llevaron a cabo todas estas obras. Si ese hubiera sido el caso, entonces nosotros no podríamos cumplir con las demandas de la Gran Comisión. Jesús no hizo nada por medio de su deidad esencial; de otro modo, no habría podido ser nuestro ejemplo. Jesús dijo: "No puede el Hijo hacer nada por sí mismo" (Juan 5:19) y: "No puedo yo hacer nada por mí mismo" (versículo 30). Pero como un hombre, ungido por el Espíritu Santo, trabajó, enseñó, sanó, liberó, ató, y predicó. De este modo, llegó a ser nuestro ejemplo.
También es importante reconocer que Jesús enfrentó a Satanás, no en su entendimiento o sabiduría de hombre, sino en el poder del Espíritu Santo. Cuando los fariseos lo acusaron de echar fuera los demonios por Belcebú, Jesús dijo: "Yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios" (Mateo 12:28).
Si algo menos que el Espíritu de Dios hubiese podido, entonces los siete hijos de Esceva habrían podido tener buen éxito en echar fuera los demonios. Ellos eran judíos. Su padre era jefe de los sacerdotes. Ellos probaron la fórmula: "Os conjuro por Jesús, el que predica Pablo" (Hechos 19:13). Pero el demonio contestó: "A Jesús conozco, y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois? (versículo 15). ¿Por qué el demonio reconocía tanto a Jesús como a Pablo? Porque ambos operaban bajo la misma autoridad. Hechos 16:18 registra: "Pablo ... se volvió y dijo al espíritu: Te mando en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella. Y salió en aquella misma hora".
En 1 Corintios 2:4,5 Pablo declara: "Ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios".
Si el poder de Dios no fuese necesario, los hijos de Esceva habrían tenido buen éxito. Si la divinidad no fuera requerida, entonces Pablo no habría tenido buen éxito. Tanto Jesús como Pablo trabajaban bajo la unción del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo, que colaboraba con el Padre y con el Hijo en el concilio de la eternidad, y que obró en la matriz de María ese divino misterio, más tarde apareció en el sepulcro. "Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros" (Romanos 8:11). Esta fue la prueba final e irrefutable de que Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios: "Declarado Hijo de Dios con poder ... por la resurrección de entre los muertos" (Romanos 1:4).
La resurrección ya había pasado. La ascensión estaba cerca. Jesús estaba reunido una vez más con sus discípulos. Las dudas de Tomás habían de ser satisfechas para siempre. El descorazonado y frustrado Pedro estaba a punto de ser restaurado y confirmado. Jesús no tenía mucho tiempo. Cada movimiento y cada minuto debían ser aprovechados. Él había orado al Padre en Juan 17:18: "Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo". Tras puertas cerradas se reunió con su pequeño, temeroso, y sorprendido grupo, y les dijo: "Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío" (Juan 20:21).
¿Qué significó? El versículo 22 nos dice: "Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo". "Cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret" (Hechos 10:38), ahora Él asegura a sus discípulos que tendrán la misma unción.
El Espíritu Santo nos confirma que somos hijos de Dios y herederos juntamente con Cristo Jesús (Gálatas 4:4-7; Romanos 8:14,17). La misma dotación que Dios proveyó para su Hijo, la provee para nosotros, con el mismo propósito: "Predicar el evangelio a los pobres, ... sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a predicar el año agradable del Señor" (Lucas 4:18,19).
Tal como Pablo echó mano a esta ilimitada reserva de poder, así podemos hacer nosotros. A través de la historia de la iglesia, ha habido aquellos que han experimentado esta poderosa unción del Espíritu Santo que produce las obras de Dios. No necesitamos-no, no debemos- intentar hacer la obra del Padre y del Hijo sin la misma rica unción que el Padre proveyó para el Hijo.
Jesús dijo: "Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber" (Juan 16:13-15).
Por esto Jesús podía decir con tanta confianza en Juan 14:12: "El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también, y aun mayores hará, porque yo voy al Padre".
Owen C. Carr es evangelista ordenado de las Asambleas de Dios con residencia en Tulsa, Oklahoma.