El Pecado Imperdonable
Frecuentemente recibo cartas de todo el mundo. La gente escribe para hacer preguntas, que a veces son preguntas más académicas, y a veces son más personales y prácticas. Muy a menudo, probablemente al menos una vez al mes, recibo una carta de alguien que está profundamente preocupado de haber cometido el pecado imperdonable del que habla Jesús. Si bien este es un asunto bíblico y teológico, no es abstracto, pues dicha preocupación atormenta profundamente a estas personas. La pregunta de si podemos caer o no de la buena gracia de Dios nos afecta en la base de nuestra fe y nuestra vida.
La advertencia que hace Jesús sobre el pecado imperdonable está en cada uno de los Evangelios Sinópticos. Al analizar el asunto, es importante tener en cuenta el contexto, porque sin él corremos el riesgo de malinterpretar lo que Jesús quiere decir. Para captar el contexto, veamos el relato de Mateo:
Un día le llevaron un endemoniado ciego y mudo, y él lo sanó, así que el ciego y mudo podía ver y hablar.
Toda la gente estaba atónita, y decía: “¿Será éste el Hijo de David?”. Los fariseos, al oírlo, decían: “Éste expulsa los demonios por el poder de Beelzebú, príncipe de los demonios” (Mateo 12:22-24). El asunto del pecado imperdonable surge después de que Jesús sana a un hombre poseído por demonios, lo cual asombró a los que presenciaron la sanidad y de inmediato surgió la pregunta: “¿Será este el Hijo de David?”, que equivale a “¿será este el Mesías?”.
Sin embargo, los fariseos, que eran fieros opositores de Jesús, sugirieron una interpretación alternativa del suceso. Ellos no estaban dispuestos a reconocer que Jesús había realizado este milagro en virtud de que él era el Mesías; más bien ellos dijeron que Jesús usaba el poder de Satanás mismo. Ellos dijeron que él hacía estas cosas por el poder de Beelzebú, el “señor de las moscas”, un título de Satanás.
Nótese que ninguna de las partes negó la realidad del poder que se había exhibido en esa ocasión. La interrogante era la fuente de ese poder y la identidad de la persona que ejercía ese poder. Sigamos revisando el texto:
Pero Jesús, que sabía lo que ellos pensaban, les dijo: “Todo reino dividido internamente acaba en la ruina. No hay casa o ciudad que permanezca, si internamente está dividida. Así que, si Satanás expulsa a Satanás, se estará dividiendo a sí mismo; y así, ¿cómo podrá permanecer su reino? Si yo expulso a los demonios por el poder de Beelzebú, ¿por el poder de quién los expulsan los hijos de ustedes? Por lo tanto, ellos serán los jueces de ustedes.
Pero si yo expulso a los demonios por el poder del Espíritu de Dios, eso significa que el reino de Dios ha llegado a ustedes. Porque ¿cómo va a entrar alguien en la casa de un hombre fuerte, y cómo va a saquear sus bienes, si antes no lo ata? Sólo así podrá saquear su casa. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama” (vv. 25-30). Jesús está diciendo, en efecto: “Este no es el poder de Satanás. Este es el poder de Dios, y específicamente el poder del Espíritu Santo”. Este es el contexto donde el Espíritu Santo entra en la discusión. Entonces Jesús hace su terrible advertencia:
Por tanto, les digo: A ustedes se les perdonará todo pecado y blasfemia, excepto la blasfemia contra el Espíritu. Cualquiera que hable mal del Hijo del Hombre, será perdonado; pero el que hable contra el Espíritu Santo no será perdonado, ni en este tiempo ni en el venidero (vv. 31.32). Es necesaria una observación técnica respecto a llamar a este pecado el “pecado imperdonable”. ¿A qué nos referimos con imperdonable? En el significado estricto del término, significa “imposible de perdonar”. Pero en términos técnicos, Dios tiene la capacidad de perdonar cualquier pecado si él lo desea.
Así que cuando lo llamamos el “pecado imperdonable”, con ello queremos decir que es un pecado que en efecto Dios no perdonará, no porque Dios no pueda hacerlo sino porque no quiere hacerlo. Esa es la advertencia que hace Jesús a aquellos que lo acusan de hacer sus milagros por el poder de Satanás. Él les advierte que Dios no perdonará ni en este mundo ni en el venidero.
Lo que más cuesta entender es que Jesús también dice que las personas pueden pecar contra el Hijo del Hombre y ser perdonadas, pero no serán perdonadas si pecan contra el Espíritu Santo. Cuesta conceptualizar esta idea por el simple motivo de que creemos en la Trinidad: un Dios en tres personas. Está el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, y estos tres son un Dios; el “Hijo del Hombre” se refiere a la segunda persona de la Trinidad. ¿Por qué el pecado contra la segunda persona de la Trinidad es perdonable pero un pecado en particular contra la tercera persona no es perdonable?
Hay una solución algo simple a este dilema. Nótese que Jesús no dice que cualquier pecado contra el Espíritu santo sea imperdonable. Nosotros pecamos contra el Espíritu Santo todo el tiempo. De hecho, cada pecado que cometemos como cristianos es una ofensa contra el Espíritu de santidad que mora en nuestro interior para obrar nuestra santificación. Y si cada pecado contra el Espíritu Santo fuera imperdonable, ninguno de nosotros podría ser perdonado. Por lo tanto, aquí Jesús está siendo muy puntual y específico acerca de un tipo de pecado en particular, uno que él define como blasfemia contra el Espíritu Santo.
Aquí debemos ser cautelosos, porque Jesús tampoco está diciendo que cualquier forma de blasfemia que se haya cometido sea imperdonable. Una vez más, si cualquier blasfemia fuese imperdonable, nunca seríamos perdonados. Cada vez que usamos el nombre del Señor en vano, es un acto de blasfemia. Pero la Biblia pone muy en claro que Cristo reconcilió a los blasfemos con Dios en su cruz.
Más que hacer una declaración general acerca de las palabras blasfemas, aquí Jesús está definiendo un pecado en un sentido extremadamente específico, particular y acotado. No todas las blasfemias son imperdonables, no todos los pecados contra el Espíritu Santo son imperdonables, y no todos los pecados contra el Hijo del Hombre son imperdonables.
Por lo tanto, ¿qué es específicamente lo que está en consideración aquí? Esta pregunta ha sido respondida de muchas formas en el transcurso de la historia de la iglesia. Algunos han asumido que el pecado imperdonable es el asesinato, porque el Antiguo Testamento prescribe la pena de muerte para ese crimen, pero esa respuesta confunde la cuestión: el asesinato no es blasfemia.
Al tratar de entender la naturaleza de este pecado grave, debemos partir por el hecho de que se lo identifica como blasfemia, y eso tiene que ver con las palabras. Bajo circunstancias normales, la blasfemia es algo que sale de la boca. Tiene que ver con lo que decimos. Esto podemos verlo en el verbo que usa Jesús: él especifica diciendo “el que hable contra el Espíritu Santo”. Por lo tanto, la blasfemia no es un acto pecaminoso en general, ni siquiera el acto pecaminoso de asesinar, sino más bien una acción de la lengua.
En la ética bíblica, hay una gran preocupación por los patrones de habla humana. Ya hemos visto que, en la primera petición del Padrenuestro, Cristo nos dice que oremos por que el nombre de Dios sea santificado, que sea considerado sagrado y sea tratado con reverencia y respeto; cualquier cosa inferior a eso es blasfemia. Toda blasfemia es una grave ofensa contra Dios, y la frecuencia con que se comete en este mundo de ninguna manera disminuye la severidad de la maldad de este acto. Pero en este caso en particular, estamos hablando de cierto tipo de blasfemia y no de la blasfemia en general.
Jesús está dando una respuesta a los fariseos, quienes han estado ocupados de continuo en una fiera oposición hacia él. Los fariseos eran los más entendidos en las cosas de Dios, en la ley de Dios, en la teología del Antiguo Testamento. Si había un grupo que debía haber sido el primero en reconocer la identidad de Cristo como el Hijo del Hombre y como el Mesías prometido, eran los fariseos. Pero ellos más bien fueron sus más fieros opositores.
Al mismo tiempo, en el Nuevo Testamento existe una clara conciencia de la profunda ignorancia que cubre los ojos de los fariseos. Esto lo vemos en la cruz, y lo vemos en 1 Corintios. En la cruz, cuando Jesús ora por el perdón de los que lo habían entregado a su ejecución, él dice: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Y en 1 Corintios, Pablo escribe: “Sabiduría que ninguno de los gobernantes de este mundo conoció, porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de la gloria” (2:8).
La respuesta de Jesús parece ser una advertencia a los fariseos de que se están acercando peligrosamente a un límite más allá del cual no habrá esperanza para ellos. Antes de cruzar esa línea, Jesús puede orar por su perdón sobre la base de la ignorancia de ellos, pero pasado ese límite, ya no hay perdón. Durante su vida terrenal, la gloria de Cristo estaba velada. Pero una vez que él fue levantado por el Espíritu Santo y se dio a conocer, por medio del Espíritu Santo, como el Hijo de Dios, entonces decir que Cristo realizó sus obras mediante el poder de Satanás en lugar del poder del Espíritu Santo sería ir demasiado lejos.
En consecuencia, una persona comete el pecado imperdonable cuando sabe con certeza, por la iluminación del Espíritu Santo, que Cristo es el Hijo de Dios, pero llega a la conclusión y declara verbalmente que Cristo era demoniaco. El libro de Hebreos nos resume este asunto:
Si con toda intención pecamos después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados… ¿Y qué mayor castigo piensan ustedes que merece el que pisotea al Hijo de Dios y considera impura la sangre del pacto, en la cual fue santificado, e insulta al Espíritu de la gracia? (Hebreos 10:26, 29). Por lo tanto, la distinción entre blasfemar sobre el Espíritu Santo y blasfemar contra Cristo se desvanece una vez que la persona sabe quién es Jesús.
Sabemos que una de las obras más importantes que efectúa el Espíritu Santo en la vida del cristiano es convencernos de pecado. Y el propósito de la obra del Espíritu de convencernos de pecado es llevarnos al arrepentimiento a fin de ser perdonados y restaurados a la plenitud de la comunión con Dios.
A las personas que temen que podrían haber cometido el pecado imperdonable, yo suelo decirles que si realmente lo hubieran cometido, lo más probable es que no estarían preocupadas por ello. Sus corazones ya se habrían vuelto tan obstinados y endurecidos que no estarían luchando y lidiando con ello. Las personas que cometen semejante pecado no se preocupan por ello, y el hecho mismo de que estas personas estén luchando con el temor de que quizá hayan ofendido a Dios de esta forma es una significativa evidencia de la realidad de que no se encuentran en tal estado.