Efesios 4:31-32. Líbrense de toda amargura, furia, enojo, palabras ásperas, calumnias y toda clase de mala conducta. Por el contrario, sean amables unos con otros, sean de buen corazón, y perdónense unos a otros, tal como Dios los ha perdonado a ustedes por medio de Cristo.
«Todo lo que usted no perdona, lo transmite», dijo sabiamente un consejero a una mujer que se quejaba amargamente de su esposo infiel. Es comprensible que esta mujer estuviera destrozada, pero cuando una ofensa se encona en nuestro corazón, es imposible recluirla en nuestra alma.
Antes bien, termina derramándose en otras relaciones. Como incienso que arde en una casa, el olor no puede quedar encerrado en una habitación, sino que avanza por el pasillo, a los cuartos de baño, y hasta la puerta.
De igual manera, nuestra amargura envenena las relaciones personales, sin importar cuánto nos esforcemos por mantenerla confinada a una sola habitación de nuestro corazón.
Alimentar una ofensa, en sentido literal, nos hace ciegos a nuestras propias faltas, distorsiona nuestras relaciones personales, y deforma nuestra percepción de nosotros mismos.
Las personas ofendidas piensan con frecuencia que tienen el derecho de lastimar a otros. Después de todo, ¡piensen en lo que a ellas les ha tocado vivir!
¿Cómo obedecemos la exhortación de Pablo a perdonar a otros como hemos sido perdonados? Primero, debemos gozarnos en el perdón que nosotros mismos hemos recibido.
Cuando Dios nos perdona, quita la barrera que el pecado ha puesto entre Él y nosotros, de modo que la comunión queda restaurada. Jesús contó una parábola acerca de un hombre a quien se le perdonó una deuda equivalente a millones de dólares en la actualidad, pero que no perdonó a un hombre que le debía tal vez unos cincuenta dólares (Mt. 18:21-35).
Lo significativo es, por supuesto, que cuanto más conscientes somos del tamaño de nuestro propio pecado que Dios ha perdonado libremente, más dispuestos estaremos a perdonar a otros.
En segundo lugar, y esto es algo difícil de lograr, debemos estar dispuestos a renunciar a nuestra actitud de «víctima», y no volver a actuar nunca conforme a lo que otros nos hayan hecho. Algunas personas mantienen abiertas sus heridas emocionales, y no desean que sanen.
¡Son como el niño que se quita su costra para ver si su herida estaba sanando! Para estas personas, su doloroso pasado es su tarjeta de visita, su derecho percibido a volverse manipuladoras, a aprovecharse de otros, y a transferir su odio a su pareja o a sus hijos.
Alguien se refirió así a una pareja de esposos: «Ellos enterraron el hacha, pero la tumba era superficial y estaba bien demarcada».
En otras palabras, a menos que estemos dispuestos a renunciar a nuestro derecho a aferrarnos a nuestras heridas, siempre volveremos a ellas cuando surja una crisis.
Tercero, debemos tomar la ofensa contra nosotros y decidir entregársela a Dios con la confianza de que Él «hará justicia» en su propio tiempo y a su manera.
Debemos poner las heridas de Jesús en lugar de las nuestras. Debemos recordar que Él fue herido por nosotros y que, por consiguiente, Él llevó el sufrimiento que nos correspondía. Y de igual manera debemos aceptar el sufrimiento que otros nos han causado. Tome pues sus heridas y deposítelas al pie de la cruz.
Por último, venza cualquier pensamiento destructivo que pueda tener, reemplazándolo por el pensamiento de Dios tal como aparece en la Palabra.
Hace varios años, yo (Erwin) me encontraba en un programa de entrevistas con un hombre cuya esposa había padecido maltratos horribles, y ella a su vez había maltratado a otros.
Después de haberse convertido a Cristo, ella memorizó alrededor de 400 versículos de las Escrituras que le ayudaron a dejar atrás su pasado de tal modo que pudiera seguir adelante y ayudar a otros. Ahora tiene un ministerio convincente dirigido a aquellos que han sido lastimados emocionalmente como ella.
El resultado de nuestra decisión de perdonar es que seremos compasivos, y viviremos con una actitud de perdón que nos distinguirá como hijos de Dios. Como reza el dicho, nunca somos más humanos que cuando guardamos rencor ni más parecidos a Dios que cuando perdonamos.
Un rencor puede convertirse en un ídolo en nuestro corazón. El deseo de venganza puede volverse más importante para nosotros que obedecer el mandato de Dios de perdonar.
¿Qué ofensa se interpone entre usted y su relación con Dios? ¿Se ha clavado en su alma algún agravio u ofensa? Pase tiempo en la presencia de Dios y permítale mostrarle que su ídolo de amargura es pecaminoso y destructivo.
En última instancia, el camino a la sanidad es seguir el ejemplo de Cristo, el cual «no respondía cuando lo insultaban ni amenazaba con vengarse cuando sufría. Dejaba su causa en manos de Dios, quien siempre juzga con justicia» (1 P. 2:23).
Dios nunca dispuso que nosotros lleváramos la carga de la injusticia que hemos padecido, y en cambio ha prometido que hará eso por nosotros. El perdón es el único camino hacia la restauración de nuestra relación con Dios y hacia la libertad de nuestro ser para hacer su voluntad.
Una oración para los que han sido heridos
Padre, ¿irías a las profundidades de mi corazón? ¿Examinarías mi conciencia para revelar mi pecado? ¿Quitarías de mi corazón las dolorosas ofensas? ¿Me darías tú la fortaleza para buscar a quienes he ofendido o que me han lastimado? ¿Quién, oh Padre, quién es capaz de hacer estas cosas? Yo no puedo hacerlo solo. Acompáñame en este momento.
Libérame. Necesito tu ayuda. Necesito quebrantarme y rendirme. Concédeme todas estas cosas, te lo pido. Y no dejes de obrar en mí, a fin de que pueda llegar más lejos de donde estoy ahora. Oro en el nombre de Jesús. Amén.
Reflexión y cambio personal
1. ¿Cuáles son los peligros de albergar amargura, furia y enojo?
2. Pablo enseña que debemos perdonar a otros como hemos sido perdonados. ¿A qué se refiere? ¿Qué pasos nos exige tomar?
3. Todos hemos sido heridos por alguien. Si no permitimos que las heridas sanen, ¿qué resultados podemos esperar?
4. Cuando alguien nos ofende, ¿qué tan difícil resulta entregar ese agravio a Dios por la fe, y reemplazar las heridas de Jesús por las nuestras?
5. En el proceso de perdonar a los que nos han ofendido, una clave para vencer pensamientos destructivos que pueden envenenar nuestra mente y nuestro corazón es reemplazarlos con los pensamientos de Dios. ¿A qué pasaje bíblico acude cuando necesita perdonar a alguien?
6. Versículos adicionales para memorizar: Salmos 25:16-18; 38:18-22; 1 Juan 1:9.