A veces oímos frases con palabras bonitas, dulces, atractivas. Palabras que, cuando se refieren a Dios y su Reino, pueden esconder, pese a sus buenas intenciones, reduccionismos o, directamente, mentiras disfrazadas.
Es lo que acontece con expresiones como "el Reino de Dios es una propuesta de vida".Analicemos la afirmación. En un sentido, no podemos dejar de relacionar el Reino de Dios con la vida porque, precisamente si es el Reino de Dios, el Dios que proclama la Biblia y el Evangelio es el Dios viviente, portador de vida, dador de vida.
Pero el problema de esa afirmación no radica en ello sino, tal vez, en el uso de la palabra "propuesta". Nuestra cultura del diálogo, la fraternidad, la igualdad, la globalización y el ecumenismo, nos conduce a pensar en propuestas.
Qué es una propuesta? Significa simplemente pro-poner, es decir, colocar algo delante de otro, frente a otro, metafóricamente, diríamos, "poner las cartas sobre la mesa", delante del otro, para que el otro las considere, las evalúe, y responda ante esa oferta.
Es lo que habitualmente oímos en expresiones como las siguientes: "Juan le propuso matrimonio a María", o "te propongo ir a tomar un café". En la esencia misma del concepto hay dos actores –o más- de igual o similar nivel de dignidad. Propuestas puede haber entre pares, porque ningún rey propone, en la realidad, un rey manda, dirige, señala, ordena.
En segundo lugar, definir al Reino como una "propuesta" es colocar al Reino y al Evangelio del Reino, como una oferta más en el ya poblado mercado religioso. Es, en palabras de Dietrich Bonheffer, "gracia barata", gracia que se ofrece al mejor postor, malbaratar el Evangelio de Jesucristo.
Una gracia que no tiene nada que ver con la gracia del Evangelio que, en virtud del sacrificio de Jesús, nunca puede ser barata, porque –como decia ese moderno mártir cristiano- "lo que le costó caro a Dios no puede resultar barato a nosotros."
En el trasfondo ideológico que hay en la expresión "propuesta" se esconde, una vez más, la vieja aspiración humanista –encarnada en la teología liberal del siglo XIX- de pensar que al Reino de Dios, al fin y al cabo, lo traemos los hombres. Frente a ello, con firme convicción debemos decir junto a Wolfhart Pannenberg: "El reino de Dios no será establecido por los hombres. No será el resultado de ninguna planificación de las perspectivas del futuro.
Es sumamente serio que permanezca el reino de Dios, cuyo camino a través de la historia se ha dado a conocer, la mayor parte de las veces, com la caída del orgullo humano." Si el Reino de Dios no es fruto de la acción humana ni de la planificación humana, tampoco lo es de la bondad humana o su aceptación a un ofrecimiento divino. En otras palabras, para que el Reino de Dios sea, efectivamente como lo es, de Dios, es necesario que no sólo su diseño sino también su realidad procedan de Dios.
Es, precisamente aquí, donde empalmamos con la segunda idea. Si el Reino de Dios no es una mera propuesta que Dios nos hace, Qué es entonces? A la luz del Evangelio, resulta claro que la respuesta es que el Reino de Dios más que una propuesta es una irrupción. Hablar del Reino de Dios en el Nuevo Testamento, es referirnos no solamente al gobierno de Dios, sino también a su intervención decisiva y poderosa en la vida humana.
Ese Reino que vino con Jesús se manifestó una y otra vez en su ministerio entre los hombres y las mujeres de su tiempo. Acusado de echar demonios por el poder de Beelzebú (o Beelzebul, una referencia a Satanás) Jesús replica: "Ahora bien, si yo expulso a los demonios por medio de Beelzebú, los seguidores de ustedes por medio de quién los expulsan? Por eso ellos mismos los juzgarán a ustedes. En cambio, si expulso a los demonios por medio del Espíritu de Dios, eso significa que el reino de Dios ha llegado a ustedes." (Mt. 12.27-29 NVI). El Reino de Dios irrumpe con Jesús.
Su mensaje inicial es: "Se ha cumplido el tiempo –decía-. El reino de Dios está cerca, Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas!" (Mr. 1.15 NVI). El Reino de Dios se manifiesta en poder, en fuerza que avasalla, en instancia de decisión, en mandato de cambio de actitud. Donde el Reino se manifiesta, allí se despliega el poder de Dios, la dynamis de Dios que es el Evangelio (Ro. 1.16). Donde el Reino irrumpe, irrumpe la vida, la liberación, el milagro, lo que nos deja estupefactos, como en el caso del endemoniado de Capernaúm liberado por el poder de Jesús (Mr. 1.21-27). Cuando irrumpe el Reino en la vida de una persona o de una comunidad, surge otra vez la pregunta: "Qué es esto? Una enseñanza nueva con autoridad!" (v. 27).
Para que el Reino venga a nuestras vidas es preciso una condición: que nos arrepintamos, que cambiemos de actitud hacia Dios. El arrepentimiento –el verdadero y no el del escenario religioso o el de la mera representación litúrgica- es una forma concreta y decisiva de la caída de nuestro orgullo. De dejar de reinar nosotros para permitir el despliegue del Reino de Dios que manifiesta en salvación, perdón y liberación.
El Reino de Dios, por su naturaleza, es una realidad escatológica, es decir, pertenece "al futuro de Dios". Es eso lo que permite decir a Pannenberg: "el futuro del reino de Dios libera y pone en marcha una dinámica para cada presente, una dinámica que repetidas veces se ha apoderado de los hombres con una fuerza visionaria." Definir el Reino de Dios como una mera propuesta que Dios nos hace –a pesar de que el elemento "vida" esté en ella- es reducir el papel de Dios a un simple comerciante que ofrece algo a los consumidores. Estos lo pueden aceptar o no. Pero no hay demasiadas diferencias entre su aceptación y su rechazo.
Hoy, más que nunca, necesitamos recuperar la dimensión avasalladora del Reino de Dios como un poder que primero derrumba nuestro orgullo, nuestra vanagloria y nuestra auto-suficiencia para después levantarnos y permitir que caminemos el camino trazado por Jesús, el portador del Reino y quien lo abrió definitivamente en virtud de su muerte y resurrección.
El autor es argentino, doctor en teología. Actualmente vive en Londrina, Brasil, donde se desempeña como profesor de Teología Sistemática, Ética filosófica y teológica y Fenomenología de la Religión. Proximamente publicará en Buenos Aires su octavo libro, titulado Jesús en acción. Un comentario dinámico al evangelio de Marcos.