¿Cuándo fue la última vez que usted se dio un banquete de sus platos favoritos, y exclamó: “¡No puedo comer un bocado más!”? Es probable que usted no tenga que ir muy lejos en sus recuerdos para acordarse de esa comida. También es probable que ese recuerdo incluya a personas que estuvieron comiendo con usted, ya que la comida y el compañerismo son componentes importantes de una celebración.
Aunque son comunes las experiencias como estas en la actualidad, en el Israel antiguo, la mayoría de la gente apenas comía diariamente el equivalente a un sándwich de mermelada y mantequilla de maní. No era ningún secreto para los antiguos judíos que Dios valoraba las celebraciones, pues las ordenó en el libro de Levítico.
El Sucot (llamada también Fiesta de los Tabernáculos) era una celebración que duraba una semana, en la que cada familia permanecía en una cabaña, o sucat. Las cabañas se hacían con sauces frondosos, ramas de mirto y ramas de palma, y los rabinos pedían que dejaran agujeros en los techos para experimentar a Dios en el centelleante cielo nocturno. La celebración tenía lugar inmediatamente después de la cosecha, cuando las provisiones eran abundantes e Israel estaba, literalmente fluyendo leche y miel (y aceitunas, higo, almendras y dátiles).
LEA Levítico 23.39-43
Después de pedirle a los israelitas que recogieran el fruto de la tierra, Dios les ordenó que descansaran, comieran y se regocijaran agitando ramas de palmera. El Sucot era un agradable respiro de una dura temporada en la que había que levantarse temprano para ocuparse de las cosechas.
Pero era también un tiempo para reflexionar en cómo el éxodo de los israelitas de la esclavitud fue recibido con un desbordamiento de provisión. En el camino a su establecimiento como nación libre en la tierra prometida, el Señor no solamente liberó a los israelitas de las manos de sus enemigos; también les proveyó de maná, codornices y agua para sus necesidades físicas. Y más que eso, Él moraba con ellos —un hecho que era recordado claramente al permanecer en cabañas.
Como celebración de Dios y el hombre morando juntos, el Sucot nos recuerda también el tabernáculo del Antiguo Testamento. Comenzando en Éxodo 25, el Señor había dado instrucciones detalladas en cuanto a la construcción y el mobiliario de esa estructura. Llamada también tabernáculo de reunión, o santuario, era aquí donde los israelitas experimentarían su presencia en el desierto.
La compleja tarea estaba ya terminada en Éxodo 40.33, y los dos versículos siguientes describen un espectáculo que debió haber llenado al pueblo tanto de temor reverente como de confianza: “Entonces una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo. Y no podía Moisés entrar en el tabernáculo de reunión, porque la nube estaba sobre él, y la gloria de Jehová lo llenaba”.
Durante el resto del tiempo de los israelitas en el desierto, Dios estuvo visiblemente presente con ellos: “Porque la nube de Jehová estaba de día sobre el tabernáculo, y el fuego estaba de noche sobre él, a vista de toda la casa de Israel, en todas sus jornadas” (v. 38).
Siglos después, Dios moraría una vez más visiblemente con el hombre, por medio de la encarnación de Jesucristo: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Jn 1.14). Después de la muerte, la sepultura y la resurrección de Jesús, Él ascendió al Padre pero no dejo solos a sus seguidores; desde entonces, los cristianos han seguido experimentando la divina presencia por medio del Espíritu Santo que habita en ellos (14.17, 18).
Pero un día, estaremos unidos con el Señor en comunión perfecta, celebrando “el banquete de bodas del Cordero”. El tabernáculo del Antiguo Testamento en el desierto era un anticipo del maravilloso espectáculo que le espera a la iglesia. “Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Ap 21.3, 4).
El Señor mismo valora el banquete y la celebración, y puesto que nos hizo a su imagen, regocijarnos es crucial para nuestra existencia. Pero nuestro anhelo de gozo será satisfecho solo cuando Dios y la humanidad estén juntos por la eternidad.
REFLEXIONE + EXPLORE
• La imagen divina del cielo incluye un banquete.
Lea Isaías 25.6. Cuando usted piensa en el cielo, ¿imagina un banquete y una celebración? ¿Por qué sí o por qué no?
• Cuando Dios planifica una fiesta, esto incluye siempre la adoración.
Lea Salmo 22.27-29. Adorar es una manera de contar lo que Dios ha hecho en su vida. Cuando usted adora al Señor, ¿por cuáles obras específicas lo alaba?
• El banquete representa nuestra participación en la vida eterna.
Lea Juan 7.37-29. ¿Cómo esta “agua viva” satisface de una manera distinta?
RESPONDA
Responda a las siguientes preguntas:
• ¿En qué aspectos serían diferentes para usted las fiestas y otras tradiciones, si no incluyeran comidas?
• Recuerde la vez que se sintió impulsado a adorar a Dios con tanta pasión, que agitó sus manos en celebración por lo que Dios ha hecho por usted.
• ¿Dónde puede usted ver presente la fidelidad de Dios en la historia de su vida?