Hay un extraño error que da lugar a pensar que la santidad puede ser opcional. Se ve como algo deseable solamente para cierta gente en particular y bajo circunstancias especiales, pero no se tienen el pensamiento y la seguridad de que es para todos los creyentes, sin excepción.
Algunos predicadores hablan de la santidad como una alternativa para llegar al cielo, pero se le resta importancia a la vivencia práctica de ella en este mundo.
Otros piensan que es una especie de “lujo emocional”, o un capricho o rareza espiritual, y hay también quienes opinan que sus demandas son más emocionales que éticas, a la vez que opcionales antes que imperativas.
En general, los predicadores de hoy hablan muy poco de su carácter y aún menos de la urgente necesidad de ponerla en práctica, y, en consecuencia, son muy pocos los que buscan entrar a participar de esta experiencia tan enfatizada por la Escritura.
Algunos creyentes creen que si es tan necesaria, vendrá sola a sus vidas con el paso del tiempo, sin que tengan que preocuparse demasiado por ello.
Esta es la causa de que muchos creyentes no prosperen en su vida espiritual, y que, en lugar de avanzar, retrocedan en su carrera cristiana.
El llamamiento cristiano demanda la mayor diligencia y atención. Aquellos que no van tras la santidad dan oportunidad a la vida carnal para que florezca y produzca sus frutos amargos, convirtiéndose en creyentes como Esaú, quien vendió su herencia espiritual por un bien material.
Otro error que cometen muchos creyentes en cuanto a la santidad es el de afirmar que la misma viene por un crecimiento gradual en la gracia y un firme progreso de disciplina espiritual. Por supuesto que siempre están creciendo y yendo a una meta que nunca acaban de alcanzar.
Por fin el creyente muere sin nunca haber logrado la vida de santidad, y ese futuro esperanzador queda súbitamente truncado.
Es una pena, pero muchas veces, los creyentes nunca se atreven a tomar ese paso definitivo y a dar lugar a ese acto de fe que les lleve a la vida de santidad.
La santidad no viene por el crecimiento, ni está identificada con él. El crecimiento es un proceso de la vida, y la santidad es el don de una vida abundante. El crecimiento es el resultado de la salud, y la santidad es la misma salud.
La santidad implica una crisis, una nueva experiencia, una vida totalmente transformada. No es una meta, sino un don de la gracia en el Espíritu Santo. Viene no por obras, sino por la fe.
Hay mucha gente bienintencionada que, sin embargo, mezcla cosas que difieren entre sí. Así por ejemplo, confunden la limpieza con la madurez, el motivo con el logro, y la perfección de la gracia con la perfección de la gloria de la resurrección.
Tal vez la confusión más común es la que asocia la perfección con la finalidad. Hay muchas personas que parecen tener miedo de vivir si no llegan a un punto donde ya no se haya más lugar para mejorar.
El amor nunca se agota ni llega a un límite de perfección. La salud nunca estorba el crecimiento. La perfección o la eficiencia no es final sino primaria.
Ninguna doctrina de la Biblia ha sido tratada con mayor cuidado, de manera que si alguien desea poseerla, necesita saber cuál es el camino para no errar en el blanco.
Tomado del libro: Volvamos a Pentecostés.