A cualquier persona le preocupa ser citado para comparecer ante un juez. Y también, es un tremendo alivio escuchar las palabras del juez que avisan: «Está exonerado» o «Está sobreseído.» «No hay cargo en su contra.» Pero hay muchas ocasiones cuando le es necesario juzgar, sentenciar y condenar al culpable.
Dios es el Creador y es también el Consumador. Es el que dio origen y sentido a todas las cosas y es el que evalúa la acción y la conducta de todos. La Biblia nos informa que:
La palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón. Ninguna cosa creada escapa a la vista de Dios. Todo está al descubierto, expuesto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas. Hebreos 4:12–13
Sabiendo esto, hermanos, nos conviene juzgarnos a nosotros mismos, tal como exhorta el apóstol Pablo. Pues el que se juzga a sí mismo, no será juzgado por Dios.
¿De qué manera opera la palabra de Dios como nuestro juez?
1) REDARGUYE el pecado. Nuestro Dios es muy misericordioso y lleno de gracia. Pero no puede perdonar el pecado que no se reconoce. El pecador morirá por su pecado y no tendrá excusas delante de Dios. La palabra de Dios arroja la luz de Dios en el corazón humano y revela allí la maldad, la rebelión, el fraude, la mentira, la fornicación y el adulterio y aun las malas intenciones.
Este ministerio esencial es el resultado de la predicación de la palabra de Dios. No nos toca a nosotros producir la convicción de pecado; solo nos toca comunicar el evangelio. El Espíritu de Dios toma esa palabra y hace la obra en el fuero íntimo del ser humano.
2) REVELA la justicia de Dios. Pablo nos informa en Romanos 1:17:
De hecho, en el evangelio se revela la justicia que proviene de Dios, la cual es por fe de principio a fin, tal como está escrito: «El justo vivirá por la fe».
Lo que Pablo quiere decir aquí es que la única manera de conocer la justicia de Dios en la vida viene por recibir y creer el evangelio. El evangelio anuncia que Cristo murió por nosotros y que en su muerte llevó sobre sí la culpa nuestra y pagó nuestra gran deuda delante de Dios.
Esta buena noticia cambia nuestra relación con Dios cuando la recibimos con fe. La posibilidad de conocer y experimentar la justicia de Dios «es por fe de principio a fin»; o sea, no podemos acceder a eso por cuenta propia. La fe en Cristo que se revela en el evangelio es la única forma por la cual podemos gozar del acceso a Dios y ser justos en su presencia.
Este argumento de Pablo muestra la estrecha relación entre la fe y la palabra de Dios. Para que la palabra efectúe en nosotros la voluntad de Dios, la tenemos que creer. La fe es la respuesta del corazón humano que baja la resistencia y las barreras para que la verdad de Dios haga en nosotros su obra maravillosa y transformadora.
3) RESTAURA la gloria de Dios. La salvación es una obra divina de restauración, de abrir de nuevo el camino a Dios para el hombre perdido. Pero no es el propósito de Dios devolvernos la inocencia, sino reencaminarnos según su diseño original: quiere que el ser humano, el ser redimido, sea un vaso de barro lleno de la gloria de Dios. El genio del evangelio tiene dos aspectos:
A) Dios condesciende a la situación real del ser humano perdido en su pecado y rebelión y toma su lugar; y
B) lo redime y restaura a su propia imagen y lo llena de la gloria de Dios.
Dios no deja las cosas a medio hacer o a medio camino. Cuando él completa su obra, el ser humano brillará como estrella en el firmamento de Dios. El ser humano redimido por el evangelio es el trofeo de la gracia de Dios revelado en el evangelio de Cristo Jesús. ¡Y toda esta obra magnífica se realiza por la operación dinámica de la palabra de Dios!