1 Corintios 10:31. Así que, sea que coman o beban o cualquier otra cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios.
2 Corintios 3:18. Así que, todos nosotros, a quienes nos ha sido quitado el velo, podemos ver y reflejar la gloria del Señor. El Señor, quien es el Espíritu, nos hace más y más parecidos a él a medida que somos transformados a su gloriosa imagen.
La palabra gloria es un término poderoso en nuestro idioma, y nos remite de inmediato a palabras como alabanza, dignidad, y honor. En el Antiguo Testamento, la gloria de Dios era una expresión de su santidad.
Cuando Dios estaba con su pueblo, su gloria era visible. Cuando era contristado por causa del pecado, la gloria se iba. La gloria de Dios denota su esencia; es la expresión de su presencia personal.
Vivir para la gloria de Dios significa que honramos a Dios con nuestras respuestas ante las circunstancias de la vida. Lo importante no es si podemos eludir el sufrimiento y el dolor, si somos ricos o pobres, felices o infelices, sino si Dios recibe la gloria por medio de la fe que demostramos y de nuestra devoción sincera a Él.
Por supuesto, nuestro ejemplo es Jesús, el cual no buscó lo suyo, sino que estuvo dispuesto a sufrir la cruz para la gloria de Dios.
Cuando el apóstol Pablo dijo que debíamos comer y beber «para la gloria de Dios» se refería a vivir la totalidad de la vida, incluso los aspectos banales, para la gloria de Dios.
En la época medieval muchas personas pensaron que solo las obras de carácter religioso, como elevar una oración o dar limosnas, eran agradables a Dios. Pero el gran reformador Martín Lutero declaró que no es la obra en sí misma lo que agrada a Dios, sino más bien la actitud de adoración con que la llevamos a cabo. Eso es lo que cuenta.
Elisabet Elliot, cuyo esposo fue asesinado junto con otros cuatro misioneros en Ecuador, trabajó después arduamente y con ayuda de un informante para descifrar un lenguaje y transcribirlo en una época en la que no existían fotocopiadoras o computadoras.
La maleta en la cual archivó el trabajo de dos años de traducción fue robada, y ella tuvo que volver a empezar todo de nuevo. Cuando se le preguntó si estaba enojada por el robo de lo que representaba dos años de arduo trabajo, ella dijo: «No. Este fue un acto de adoración a Dios. Lo que hice por Él no se perdió». ¡Eso sí es trabajar para la gloria de Dios!
En lo que respecta a las dificultades de la vida, nuestra primera preocupación no debe ser cómo disminuir nuestros dolores o cómo lograr que las circunstancias se acomoden a nuestro agrado, sino más bien cómo podemos reaccionar de tal manera que honremos a Dios.
Cada mañana, antes de levantarnos de nuestra cama, deberíamos orar: «Dios mío, glorifícate hoy en mi vida, ¡y que sea a expensas de mí!». Solo cuando estemos dispuestos a orar así habremos decidido vivir para la gloria de Dios.
Y cuando estamos dispuestos a vivir con el único objetivo de glorificar a Dios, descubriremos que hacerlo ayudará a aminorar el estrés de nuestra vida. Ya no estaremos ansiosos procurando que todo salga perfecto.
En vez de eso, aceptaremos, como algo que viene de la mano de Dios, aquellos sucesos que están fuera de nuestro control. Y respecto a aquello que sí podemos controlar, nos contentaremos con hacerlo para alegrar y glorificar a Dios.
En 2 Corintios 3:18 el apóstol Pablo dijo que la gloria de Dios debería reflejarse en nuestra vida: «Así que, todos nosotros, a quienes nos ha sido quitado el velo, podemos ver y reflejar la gloria del Señor.
El Señor, quien es el Espíritu, nos hace más y más parecidos a él a medida que somos transformados a su gloriosa imagen». Lo que Pablo quiso decir es que cuando contemplamos la gloria de Dios somos transformados internamente para ser más como Cristo.
Empezamos a amar lo que odiábamos, y a odiar lo que amábamos. Y nos volvemos más como Jesús. Es obvio que no podemos vivir de esta manera sin morir a nuestras propias ambiciones y egos, y sin aceptar el derecho soberano de Dios de hacer con nosotros como a Él le plazca.
El escritor norteamericano Nathaniel Hawthorne escribió una historia acerca de unas rocas gigantescas junto a una montaña que, tras ser lanzadas juntas, formaron lo que parecía el rostro de un hombre.
En el pueblo al otro lado del valle, los aldeanos pensaban que un día aparecería una persona cuyo rostro sería semejante al Gran Rostro de Piedra. El pequeño Ernest, que creció en la aldea, tenía una gran fascinación por el rostro, y siendo niño, adolescente e incluso adulto le encantaba sentarse y mirar más allá del valle al Gran Rostro de Piedra. Pasaba horas contemplándolo.
Siempre que llegaba un visitante a la aldea, las personas se fijaban si su rostro se parecía al Gran Rostro de Piedra. Poetas y filósofos visitaron la aldea, pero ninguno se parecía al Gran Rostro de Piedra.
Cuando ya era viejo, Ernest se dirigió a los habitantes de la aldea y, mientras hablaba, ellos se dieron cuenta de que su silueta se parecía al Gran Rostro de Piedra. Entonces exclamaron: «¡Aquí está! ¡Aquí está! Ernest es semejante al Gran Rostro de Piedra!».
La lección aquí radica en que nos convertimos en aquello que contemplamos. Nuestra alma se aferra a aquello que miramos. Y así, cuando miramos a Jesús, llegamos a transformarnos en su imagen. Aquello que miramos es de suma importancia.
Si miramos las cosas de este mundo, nos volveremos como el mundo. Pero si contemplamos la gloria del Señor, seremos transformados. Contemplamos esa gloria mediante la lectura y la memorización de la Palabra.
La contemplamos cuando adoramos junto con el pueblo de Dios y permitimos que la Palabra de Dios more abundantemente en nuestros corazones. La gloria de Dios es lo único que importa.
¡Señor, glorifícate en nuestras vidas, y que sea a expensas de nosotros!
Reflexión y cambio personal
1. ¿Qué significa para un cristiano vivir para la gloria de Dios?
2. ¿De qué formas Jesús nos da ejemplo de vivir para la gloria de Dios? A partir de los relatos de los Evangelios, encuentre dos o tres ejemplos de cómo vivió Jesús para la gloria de Dios.
3. Lea 1 Corintios 10:31. ¿De qué maneras podemos poner en práctica ese versículo en nuestra vida?
4. ¿Cómo podemos vivir para la gloria de Dios en medio del dolor, el sufrimiento y otras circunstancias difíciles de la vida?
5. Como creyentes, damos la gloria a Dios cuando nos transformamos a su semejanza. ¿Cuál es la clave para volverse más como Cristo? Considere el ejemplo de creyentes en quienes usted observa la semejanza de Cristo. ¿De qué maneras específicas impactan ellos en las personas a su alrededor?
6. Versículos adicionales para memorizar: 1 Crónicas 29:10-13; Salmo 19:1; Ezequiel 43:2.