La mayoría de los protestantes evangélicos acogieron con aplausos y alivio la llegada de las técnicas modernas de control de la natalidad. Dado que carecían de una teología sustancial del matrimonio, el sexo o la familia, los evangélicos dieron la bienvenida a «la píldora» casi del mismo modo en que el mundo celebró el descubrimiento de la penicilina: como un hito en la marcha inevitable del progreso humano y la conquista de la naturaleza.
Al mismo tiempo, los evangélicos vencieron su reticencia tradicional en temas de sexualidad y produjeron toda una industria en crecimiento de libros, seminarios e incluso series de sermones que celebraban el éxtasis sexual como una de las bendiciones de Dios para los cristianos casados. Quienes un día fueron reacios a admitir la existencia misma de la sexualidad, emergieron en la década de los sesenta dispuestos a distribuir el último consejo sexual sin ruborizarse. Como proclama uno de los manuales evangélicos más vendidos, el sexo marital es El placer sexual ordenado por Dios.
Muchos evangélicos parecen haber olvidado que también tenía otro propósito.
Para muchos cristianos evangélicos, el control de la natalidad solo ha supuesto un tema de preocupación para los católicos. Cuando el papa Pablo VI publicó su famosa prohibición encíclica con respecto al control artificial de la natalidad, Humanae Vitae, la mayoría de los evangélicos respondieron con indiferencia, sintiéndose quizás agradecidos por no tener un papa que pudiera promulgar un edicto semejante.
Un creciente número de evangélicos está reconsiderando el asunto del control de la natalidad y se enfrenta a las difíciles preguntas que plantean las tecnologías reproductivas. Varios acontecimientos han contribuido a esta reconsideración, pero el más importante de todas es la revolución del aborto. La pronta respuesta evangélica a la legalización de esta práctica fue lamentablemente inadecuada. Algunas de las mayores denominaciones evangélicas aceptaron, en un principio, alguna versión del aborto por encargo.
La conciencia evangélica se despertó a finales de la década de los setenta, cuando la asesina realidad del aborto ya fue innegable. En la elección presidencial de 1980, cuando el aborto sirvió de espoleta para la explosión política, se manifestó un reajuste masivo de la convicción evangélica.
Los conservadores protestantes emergieron como elementos principales del movimiento provida y defendieron junto a los católicos, luchando hombro con hombro, los derechos del nonato.
La realidad del aborto obligó, a su vez, a una reconsideración de otras cuestiones. Los evangélicos afirmaron que la vida humana ha de ser reconocida y protegida desde el momento mismo de la concepción, y admitieron que los dispositivos intrauterinos [DIU] eran abortivos y rechazaron cualquier control de natalidad de este tipo o que tuvieran dicho resultado. Esta convicción hace que, en la actualidad, también planee una sombra sobre la píldora.
Así, en un irónico giro, los evangélicos estadounidenses se replantean el control de la natalidad así como una mayoría de católicos romanos de la nación rechazan la enseñanza de su iglesia. ¿Cómo deberían pensar, pues, los evangélicos en este asunto del control de la natalidad?
En primer lugar, debemos comenzar por un rechazo de la mentalidad anticonceptiva que considera el embarazo y los hijos como una obligación que se debe evitar y no como regalos que se han de recibir, amar, y criar. Este tipo de mentalidad en contra de la concepción en un ataque insidioso contra la gloria de Dios en la creación, y el don que el Creador ha hecho a la pareja casada de poder procrear.
En segundo lugar, debemos afirmar que Dios nos dio el don del sexo con varios propósitos específicos, y uno de ellos es la procreación. El matrimonio representa una cadena de dones divinos que incluye el placer sexual, el vínculo emocional, el apoyo mutuo, la procreación y ser padres.
No debemos cortar estos «bienes» del matrimonio y escoger solo aquellos que deseamos para nosotros mismos. Todo matrimonio debe estar abierto al don de los hijos. Aun cuando la capacidad de concebir y dar a luz pueda estar ausente, la voluntad de recibir a los hijos ha de estar presente. Exigir placer sexual sin estar abiertos a la posibilidad de tener hijos es violar una confianza sagrada.
En tercer lugar, deberíamos considerar a fondo el argumento moral católico tal como figura en Humanae Vitae. Los evangélicos se sorprenderán al ver que están de acuerdo con una gran parte del argumento encíclico. Tal como el Papa advirtió, el uso extendido de la píldora ha conducido a «graves consecuencias», incluidas la infidelidad conyugal y la inmoralidad sexual desenfrenada.
En realidad, la píldora ha permitido un abandono casi total de la moralidad sexual cristiana en la amplia cultura. Una vez cortado el acto sexual de la probabilidad de traer hijos al mundo, la estructura tradicional de la moralidad sexual se derrumbó.
Al mismo tiempo, aunque los cristianos evangélicos estén útilmente informados por la ley natural, nuestra forma de razonamiento moral debe ser profundamente bíblica, y la Biblia debe ser la autoridad que gobierne. Para la mayoría de los evangélicos, el punto de desacuerdo principal lo constituye la insistencia de que «es necesario que todo acto conyugal permanezca ordenado en sí mismo para la procreación de la vida humana».
Es decir, que todo acto de relación sexual marital debe estar plena e igualitariamente abierto al don de los hijos. Esta afirmación es excesiva y atribuye una importancia desmesurada a los actos individuales de la relación sexual que no le da a la integridad total del vínculo conyugal.
El enfoque sobre «todos y cada uno de los actos» de la relación sexual dentro de un matrimonio fiel abierto al don de los hijos sobrepasa la exigencia bíblica. Como la encíclica no rechaza toda la planificación familiar, este enfoque requiere que se haga la distinción entre los métodos de control de natalidad «naturales» y los «artificiales».
Para la mente evangélica, esta es una diferenciación bastante extraña e inventada. Considerar la postura católica resulta de gran ayuda, pero los evangélicos también deben pensar por sí mismos y razonar a partir de las Escrituras con esmerada reflexión.
En cuarto lugar, la Escritura no ordena a las parejas cristianas que potencien al máximo el número de hijos que se puedan concebir. Dado el estado de salud general en las sociedades avanzadas, una pareja que se case a los veintipocos años y mantengan una vida sexual saludable y regular podría muy bien producir más de quince retoños antes de que la mujer supere los cuarenta y cinco. Este tipo de familias deberían recibir elogios y con toda la razón. Sin embargo, la Biblia no ordena en modo alguno este nivel de reproducción.
En quinto lugar y teniendo todo esto en mente, las parejas evangélicas pueden, en algún momento, escoger la utilización de anticonceptivos con el fin de planificar sus familias y disfrutar de los placeres del lecho conyugal. Deben considerar todas estas cuestiones con sumo cuidado y estar verdaderamente abiertos al don de los hijos.
La justificación moral para usar anticonceptivos debe ser algo muy claro en la mente de la pareja que, al mismo tiempo, ha de ser plenamente coherente con sus compromisos cristianos.
En sexto lugar, las parejas deben asegurarse de que los métodos escogidos sean realmente anticonceptivos y no abortivos. No todo control de la natalidad es una anticoncepción, sino que en vez de ello impiden que el óvulo fecundado se implante con éxito en la pared de la matriz. Este tipo de métodos implican nada menos que un aborto prematuro.
Esto es así en todo lo concerniente a DIUS y otras técnicas hormonales. En la actualidad, existe un intenso debate en torno a la cuestión de si, en algún sentido, la píldora pueda provocar efectos abortivos en lugar de impedir la ovulación. Las parejas cristianas deben ejercer el debido cuidado a la hora de escoger una forma de control de la natalidad que sea incuestionablemente anticonceptiva y no abortiva.
La revolución del control de la natalidad ha cambiado al mundo de manera literal. Las parejas de hoy rara vez reflexionan sobre el hecho de que la disponibilidad de anticonceptivos eficaces sea un fenómeno muy reciente en la historia del mundo.
Esta revolución ha desencadenado una tormenta de promiscuidad sexual y mucha miseria humana. Al mismo tiempo, ha ofrecido a las parejas concienzudas y cuidadosas la oportunidad de disfrutar de los gozos y plenitudes del acto conyugal sin permanecer igualmente abiertos en todo tiempo a la preñez.
Por tanto, los cristianos pueden hacer un uso cuidadoso y discriminatorio de las tecnologías adecuadas, pero sin caer jamás en una mentalidad anticonceptiva. No podemos considerar a los hijos como problemas que se han de evitar, sino en todo momento como dones que se deben acoger y recibir con alegría.
Aún queda mucho trabajo por hacer para los evangélicos. Debemos construir y alimentar una nueva tradición de teología moral sacada de las Santas Escrituras y enriquecidas por la herencia teológica de la iglesia.
Mientras no lo hagamos, muchas parejas evangélicas no sabrán por dónde comenzar con el proceso de pensar en el control de la natalidad dentro de un marco cristiano. Es hora ya de que los evangélicos respondan a esta necesidad.