Y lo más grave es que multitudes de crédulos corren tras ellos, los consultan, creen sus “profecías” y siguen sus predicciones.
Es verdad que la tecnología ha logrado extender a horizontes increíbles el cálculo de las probabilidades. Las ciencias de las estadísticas y las encuestas pueden darnos un dato aproximado del resultado.
Los cálculos físico-matemáticos atmosféricos nos anticipan las posibilidades de ciclones y huracanes. Pero éstas y otras predicciones serias son el fruto de expertos que trabajan con datos científicos; y no de “charlatanes” que se hacen pasar por “videntes” y engañan y explotan a muchos ingenuos con sus imaginarias “profecías”.
Algo fundamental, olvida el sencillo gesto de “leer” los hechos de la vida que suceden a nuestro derredor y que deben inquietarnos por estar cargados de significados.
Como dice el Señor tantas veces en su Palabra: “el que tenga oídos para oír que oiga”. Porque al hombre de hoy le ocurre lo que decía el salmista acerca de los ídolos: «Tienen boca, pero no pueden hablar; ojos, pero no pueden ver» (Salmo 115:5). Se ha desarrollado en muchas conciencias una gran miopía y sordera alarmante para las cosas del espíritu.
La gente que padece este doble mal vive en un mundo opaco. Otros, en cambio, más sensibles a la acción de Dios a través del regalo sobrenatural de la fe, como que adquieren un sexto sentido que les permite percibir con los ojos del alma y el oído de su conciencia renovada y purificada por la acción de la gracia, el mensaje que la Providencia divina quiere darnos a través de los hechos cotidianos. Se cumple en éstos la promesa de Jesús: (Mateo 5:8).
¿De qué clase de signos estamos hablando? De una serie de realidades y hechos coincidentes que se dan en varios lugares al mismo tiempo, o que se producen con sorprendente frecuencia.
Algunos de estos signos son negativos: inseguridad, guerras, persecuciones, deserciones del bien y de la virtud de las masas, quebrantamiento de los derechos elementales como el de la vida, la libertad, el ejercicio libre de la religión, el desprecio de Dios y de los valores del espíritu.
Otros signos son positivos: la búsqueda de lo trascendental, la unidad de los creyentes, el desengaño de los valores materiales; la nueva valoración de la pureza, la búsqueda de Dios, etc.
El ansia de la libertad y la justicia que apremia, con fuerza incontenible, a las nuevas generaciones.
El «hambre de Dios», que se manifiesta en el incremento de miembros en muchas iglesias, y la proliferación de grupos de adultos y jóvenes que se juntan para orar, estudiar la Palabra y cultivar su vida espiritual.
El rechazo a la violencia en cualesquiera de sus manifestaciones: la violencia económica y política producida solapadamente por gobiernos e ideologías que favorecen solo a algunos, mientras mantienen a otros en la pobreza y la miseria; la violencia de las armas en todas sus formas.
Éstos y otros muchos hechos son «signos de nuestros tiempos», a través de los cuales Dios quiere hablar para los que quieran oír. Y pueden constituirse en manifestaciones de su gracia por medio de las cuales quiere orientar la acción de quienes trabajamos en la construcción de su Reino, o simplemente queremos propiciar la aparición de un «mundo mejor».
Basta tener un espíritu reflexivo y una conciencia clara, no prejuiciada por erradas filosofías o intereses creados, para identificar estos «signos» como señas que nos vienen de lo alto, indicaciones del Supremo Señor y Dueño del Universo que, a través de ellos, quiere orientar nuestro accionar en este mundo, como actores de bien que propician soluciones, en lugar de crear problemas. Como afirmaba un joven: «Para mí, ser justo y amar la belleza y la virtud por encima de todo son leyes básicas de mi vida».
La incapacidad para ver y oír estos signos puede llamarse hoy, como la llamó Jesucristo al combatirla en los directivos de su pueblo: «ceguera y dureza de corazón», fruto del orgullo y del egoísmo. Esta ceguera termina siendo para los mismos que la sufren, el peor castigo, cuando se ven desbordados por los acontecimientos muchas veces catastróficos, de un mundo y una sociedad sumidos en la violencia, la discriminación, el vicio y el desprecio por los valores superiores.
En la parábola del rico y Lázaro, Jesús explica esta incapacidad moral: «Si no les hacen caso a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán aunque alguien se levante de entre los muertos» (Lucas 16:31).
Nos queda a nosotros preguntarnos en qué estado de salud o deterioro están nuestros «sentidos morales» para percibir los «signos de los tiempos». Y pedir al Señor que los mantenga siempre sanos, que los redima con su gracia para «ver» y «oír». Es conmovedora la humilde oración del ciego que quería ser curado: «Señor, haz que vea».
Que vea mi propia debilidad, que escuche tu voz a través de los que me necesitan; que sienta como propio el dolor ajeno; que descubra mi vocación dentro de tu plan de salvación para el mundo eterno; que viva pendiente de tu voluntad por medio de los «signos de los tiempos» que me llegan del mundo donde me has colocado, para ser «solución» y no «problema».
Es dramática y amenazante la afirmación de Jesús, más válida hoy que nunca: «Yo he venido a este mundo para juzgarlo, para que los ciegos vean, y los que ven se queden ciegos» (Juan 9:39).
¿En qué grupo estás tú?
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Dr. Luciano Jaramillo
Luciano Jaramillo Cárdenas, nacido en Colombia, se desempeñó como pastor en varias iglesias en su patria. En la actualidad, ejerce el cargo de Director de Ministerios Hispanos de la S.B.I., desde su sede en Miami. Además, es miembro del Consejo Pastoral de Editorial Vida y profesor del Centro de Estudios Teológicos del Sur de la Florida.
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Este artículo ha sido tomado del libro:
Tentaciones - nuestro lado oscuro
por Luciano Jaramillo Cárdenas
Editorial Unilit