Mt. &:5-15; Sant. 1:6.
Si bien es cierto que los tres pasos que mencionamos ayer: Oír, Aprender y Obedecer, son los tres pasos generales en que consiste la oración, también es cierto que hay que poner en práctica los nueve siguientes:
1. Decide qué es lo que realmente quieres tú. Hay que hacer hincapié en ese “tu”, porque no debe ser una parte de ti, que ora ocasionalmente, sino todo tú quien se entregue a la oración. La oración no es un lujo; es vida.
Si tú tomas algo de Dios el resultado será que Dios te tomará a ti o la oración no tendrá efecto porque tú no te entregas. Tu solicitud debe estar apoyada por ti o la respuesta no será apoyada por Dios.
La oración envuelve una entrega mutua. Decide lo que en realidad quieres, porque si no lo quieres en realidad todo tú, entonces la oración no tiene efecto.
2. Decide si lo que quieres es cristiano. Dios es como Cristo; sus actos son actos cristianos. Cuando contesta lo hace siempre que lo que se desee esté de acuerdo con Cristo.
Eso es lo que quiso decir Jesús cuando dijo: “Si pidiereis en mi nombre…” es decir, si pidiereis lo que está de acuerdo con mi carácter y con mi espíritu. No trates de pedirle a Dios algo que no es cristiano. No lo podrá dar, porque no está en su naturaleza dar lo que no es cristiano. Dentro de ese límite El te deja en libertad de pedir”lo que quieras”.
3. Escribe lo que pides. La expresión profundizará la impresión. He descubierto que escribir una cosa es para mí casi imposible cambiarlo. Con Pilatos decimos: “Lo que he escrito, he escrito”. Si te decides a escribir lo que quieres es porque en realidad lo quieres.
Al escribirlo haces dos cosas: Lo grabas más hondo en tú corazón y te comprometes más resueltamente a una línea de acción. Escribir nuestra oración es un paso en obligarnos a nosotros mismos.
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Sal. 62:5; 55:22; 46:1-2, 10.
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4. Aquieta tu mente. De la misma manera que la luna no puede reflejarse en un mar agitado, Dios no puede descender a una mente intranquila. “Estad. Quietos, y conoced”; estad inquietos y no conoceréis. Dios no puede en esas condiciones descender a nosotros.
En la quietud, nuestra oración puede ser corregida, pues Dios no solo contesta sino que corrige nuestra oración y la hace más digna de contestación. Una noche incliné la cabeza en oración antes de pronunciar un sermón y pedí mentalmente a Dios: “Ayúdame”. Inmediatamente vino la respuesta: “Haré algo mejor: me serviré de ti”.
Esa corrección indudablemente que constituía una mejoría. Le pedía a Dios que me ayudara; es decir yo era el centro y quería que Dios hiciera posibles mis propósitos; pero el me convirtió en un instrumento para realizar Sus propósitos. La respuesta de Dios cambió por completo el centro de gravedad de mi oración.
5. Habla con Dios. El orden en que se encuentran colocados estos pasos es importante. Oye a Dios antes de hablar tú, porque, como alguien a dicho: “En lugar de decir, `Habla, Señor, que tu siervo escucha’, muchos parecen decir ‘Escucha, Señor, que tu siervo habla’.” Deja a Dios que él diga la primera y la última palabra.
Entre una y otra, puedes hablar tú; pero al hacerlo, pon todo en las manos de Dios. Conviértete tú en el instrumento de su Propósito. Recuerda esto: “Habla con Dios”, no “a Dios”. Has que tu oración sea un diálogo, no un monólogo.
6. Prométele a Dios lo que tú harás por tu parte para que la oración se cumpla. Así como el diálogo es la plática en que toman parte dos personas, el resultado de la oración tiene que obtenerse por el concurso de Dios y tú; Dios contesta tus oraciones contigo, no en lugar de ti. La respuesta a toda oración es un esfuerzo de cooperación.
El interés de Dios no radica en darte lo que pides, sino hacerte a ti mismo, por medio de eso que pides. El fin del proceso entero de la oración no es la oración, sino la persona.
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Sal. 40:1; 121:7-8; 1 Pedro 5:10; 1 Jn. 3:16-18.
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7. Haz todo acto de amor que atraviese tu mente durante la oración. Ese “todo acto de amor” es importante. Si lo que se te ocurre no incluye amor, viene de abajo, tal vez de lo profundo de tu subconciencia; pero si incluye amor, entonces proviene de arriba.
Alguien dijo: “En lo único que no puede meterse el diablo es en el amor de Cristo, porque si lo hiciera dejaría de ser el diablo”. La Palabra “haz” también es importante, porque si tu no estas dispuesto a “hacer” lo que te corresponde, de hecho estás atando las manos de Dios. La oración es una actitud que exterioriza lo que Dios pone dentro de nosotros.
8. Dale a Dios gracias porque contesta de acuerdo con Su voluntad. Recuerda que “No” es también una contestación como lo es “Si”. Algunas veces, como dice Tagore, Dios tiene que salvarnos a base de “negativas ásperas”. Pero si él se niega a concedernos algo, lo hace para ofrecernos algo mejor. El “No” de El corresponde siempre a un “Si” superior.
Si nuestra oración a sido adecuada y la contestación que con toda seguridad se nos va a dar es “Si”, tal vez de demore para fortalecer nuestro ánimo y acrecentar nuestras persistencias. Frecuentemente tarda en contestar para vigorizar nuestro carácter y acostumbrarnos a no esperar como niños malcriados, que lo que pedimos se nos dé inmediatamente.
9. Deja que salga tu oración de tu conciencia. Si tu oración es verdadera y se ha apoderado de ti, continuará trabajando en tu subconciencia y habrá un aire de oración en cuanto hagas; pero si la dejas salir por completo, de manera que no se convierta en una ansiedad y en una tensión constante, te sentirás mejor.
El hecho mismo de dejarla salir de tu conciencia es un acto de fe en Dios. Tú descansas y confías en que Dios hará lo que sea mejor.
Llevando a cabo estos nueve pasos asciendes de tu propio vacío a la plenitud de Dios. La oración es eso precisamente: el conducto por el cual ascendemos de nuestro vacío a la plenitud divina.