Hasta aquí hemos visto que surgen problemas si negamos la existencia de Adán, pero no debemos detenernos ahí. También hay otras buenas razones para creer que Adán existió. Y comienza con algo que todos reconocemos en nosotros mismos: nuestro sistema operativo básico es profundamente imperfecto.
Nuestra naturaleza es pecadora y nuestros corazones están corrompidos. ¿Cuál, entonces, podría ser la causa de ello? ¿Qué podría hacernos tener esta naturaleza pecaminosa? Hay tres –y solo tres– posibilidades de por qué tenemos una naturaleza pecadora. O no hay una razón (no hay una causa o explicación de por qué la tenemos), o la causa somos nosotros mismos (lo generamos nosotros), o es causada por otros. Consideremos una a una las opciones.
Nuestra naturaleza pecadora no tiene causa
La opción menos plausible es que no haya una causa para poseer una naturaleza pecadora. ¿Por qué? Bueno, dicho simplemente, porque es imposible. Decir que nuestra naturaleza pecaminosa no tiene una causa dejaría implícito que algo (una naturaleza pecadora) comenzó a existir de la nada, y sin ningún motivo. El problema con esto es que niega el principio obviamente verdadero de que cualquier cosa que comienza a existir debe tener una causa para su existencia.
Imagine lo que le haría a nuestra investigación científica el negar un principio de sentido común como este. Cuando tratamos de encontrar la causa del cáncer, los investigadores médicos deberían acariciar la posibilidad de que sencillamente no hay una causa del cáncer, que este puede aparecer de repente sin ningún motivo (tal vez ese sea el próximo argumento de la industria tabacalera).3
Nuestra naturaleza pecaminosa es causada por nosotros mismos
La primera opción es a todas luces un fracaso, ¿pero qué hay acerca del segundo intento? ¿Podríamos cada uno de nosotros ser la causa de nuestra naturaleza pecadora? Las perspectivas no parecen tan promisorias, porque en esta visión nuestra elección por el pecado precedería a nuestra posesión de una naturaleza pecaminosa, cuando es precisamente lo contrario.
No solo esto se confirma en nuestra experiencia personal, sino que las Escrituras también enseñan que nuestra naturaleza pecaminosa viene primero y nuestra elección por el pecado viene después. Jesús nos dice que “del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mateo 15:19). Nuestros malos pensamientos no originan nuestro corazón deforme, sino al revés. Aquí algunos podrían objetar este orden aduciendo: “Tú no sabes que hubo un tiempo mucho antes –tanto que ahora no lo puedes recordar– en que (al igual que Adán) no tenías una naturaleza pecadora sino que la diste a luz por tu propio libre albedrío”.
El problema con esta objeción es que contradice el Salmo 51:5: “He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre”. Ninguno de nosotros estábamos pecando desde el momento de la concepción, claro; eso no es siquiera posible. Pero David dice que de todos modos éramos “pecadores”. La implicación aquí es que podemos ser pecadores sin pecar de hecho, y que esa pecaminosidad está presente desde la concepción. Claramente entonces, nuestra naturaleza pecadora viene antes y nuestras elecciones de pecado vienen después, dejando fuera esta segunda opción.
Nuestra naturaleza pecadora es causada por otro
La última opción es que otro originó nuestra naturaleza pecadora. Heredamos la naturaleza caída de nuestros padres, quienes a su vez heredaron las suyas y así hasta continuar con la línea. Ahora aquí hay un punto importante. Esta cadena de generaciones anteriores de las cuales hemos heredado nuestra naturaleza de pecado no puede retroceder infinitamente.
Porque entonces no habría explicación de por qué todos tuvieron una naturaleza pecadora, y no habría explicación de cómo entró el pecado en la raza humana por empezar. La mejor explicación de la existencia de una naturaleza de pecado es la que vemos en el relato bíblico. Había un par original de seres humanos, Adán (“el hombre”, Génesis 2:20 (NVI) y Eva (“la madre de todos los vivientes”, Génesis 3:20), que pecaron pero no lo hicieron porque tuvieran una naturaleza pecadora. Es la existencia física de Adán y Eva lo que detiene esa regresión de la naturaleza pecaminosa y brinda una explicación de porqué la tenemos ahora.
CONCLUSIÓN
Hay muchas maneras en las que uno puede conducirse para discutir ideas falsas. Una es mostrar que la idea tiene consecuencias inevitables y problemáticas. Este método nos da las herramientas para refutar la afirmación anterior de Lamoureaux de que negar la existencia real de Adán “no tiene ningún impacto en las creencias de base del cristianismo”.
Es sencillamente falso que una negación así no tenga impacto sobre las creencias de base del cristianismo. Cualquier visión que termine con Jesús y Pablo creyendo y enseñando ideas falsas, necesariamente tendrá un tremendo impacto en la comprensión nuestra del cristianismo.
Como hemos visto, esto es lo que ocurre. Negar que Adán y Eva existieran significa que no solo Jesús y Pablo sostenían y comunicaban creencias erróneas (lo que obligaría a negar además la infalibilidad de las Escrituras), sino que tampoco tendríamos razón para aceptar algunas de sus afirmaciones teológicas porque dependen de esas falsas creencias. También tenemos que decir que tal argumento probablemente no persuada a alguien como McLaren, pero no debido a una falta en el argumento, sino más bien porque McLaren ya está comprometido con una revisión radical de las nociones históricas del cristianismo. Una vez que uno está listo para desechar por completo las nociones de “la caída” y el “pecado original”,4 entonces el rechazo de Adán y Eva es un tema menor.
Otra forma en la que podemos demostrar que una idea es falsa es dando un argumento positivo que establezca lo que la falsa idea niega. Hemos visto que hay un argumento filosófico contundente para la existencia de Adán y Eva; uno que simplemente hace uso de la noción absolutamente bíblica de la “naturaleza pecaminosa”. Combinadas, estas respuestas muestran que uno no tiene que escaparle a sostener lo que fueron un Adán y una Eva literales. De hecho, tenemos que hacer lo que Jesús y Pablo hicieron, proclamarlo con valentía entre los creyentes y aquellos que están fuera de la comunidad cristiana.
Ver primer articulo de esta serie: La Existencia de Adán y Eva bajo Ataque
Ver Estudio Biblico sobre Adán
Ver Estudio Biblico sobre Eva
Notas
- Denis Lamoureaux, Evolutionary Creation: A Christian Approach to Evolution [Creación evolutiva: un enfoque cristiano sobre la evolución], Wipf & Stock, Eugene, Oregon, 2008, p. 367.
- Brian McLaren, A New Kind of Christianity [Una nueva clase de cristianismo], HarperCollins Publishers, Nueva York, 2010, p. 48.
- Para profundizar en este punto, especialmente en lo que se refiere a que Dios creó el universo de la nada, recomendamos el artículo de Paul Copan en Enrichment Journal, “If God Made the Universe, Who Made God?” [“Si Dios creó el universo, ¿quién creó a Dios?”], vol. 17, nro. 2, (2012), pp. 122-125.
- McLaren, p. 43. De manera contundente, según McLaren, el relato de “la caída” no solo es la ausencia de una caída, sino que en realidad es la primera etapa del ascenso de la humanidad. (Ibid., p. 50).
Autores
Dr. en filosofía RICHARD DAVIS, Toronto, Ontario, es profesor asociado y director del Departamento de Filosofía de la Universidad Tyndale. Es autor o editor de libros, incluyendo 24 and Philosophy: The World According to Jack [24 y Filosofía: El mundo según Jack] y Alice in Wonderland and Philosophy [Alicia en el país de las maravillas y filosofía].
Dr. en filosofía W. PAUL FRANKS, Toronto, Ontario, es profesor asistente de filosofía en la Universidad Tyndale y ministro de las Asambleas de Dios. Se graduó de la Universidad Southwestern de las Asambleas de Dios, en el 2002. Su investigación académica se centra en el problema del mal, la oración de petición y la apologética cristiana.