
Noé, obedeciendo las indicaciones del Señor, había cerrado la puerta y las ventanas del Arca. Sin embargo, dentro de la embarcación no había oscuridad, puesto que una luz suave iluminaba los camarotes.
Dios envió el diluvio universal al amanecer del séptimo día, tal como había anunciado a Noé. Ríos de agua brotaban del suelo y caían desde el cielo. Los arroyos, los ríos y los lagos se desbordaron e inundaron los campos. Las terribles tormentas hacían temblar la tierra.
La gente y los animales, presas del pánico, huían de sus casas, cabañas, establos, cuevas y moradas. Ya nadie se burlaba.
El nivel del agua subía con rapidez, anegando jardines y cultivos, pueblos y ciudades.
La gente y los animales intentaban buscar refugio en lo alto de colinas y montañas, pero la inundación los alcanzaba en seguida. Algunos corrieron hacia el Arca de Noé. Pero cuando se encontraban a unos pasos de ella, el agua inundó la colina y el barco empezó a navegar.
Se produjeron luchas despiadadas para obtener los últimos lugares de tierra firme, en lo más alto de las montañas, tanto entre los hombres y los animales, como entre los fuertes y los débiles. Y los guerreros más terribles eran los que a menudo sentían más miedo.
Hubo peleas también por los últimos maderos, tablas y troncos flotantes, pero nadie resultó vencedor. Transcurridos algunos días con sus noches, incluso los más fuertes perecieron ahogados.

Y la lluvia continuó cayendo, y la tierra continuó liberando el agua que había descansado en sus profundidades. Durante cuarenta días y cuarenta noches. Hasta que las cimas de las montañas más altas también fueron engullidas por el diluvio universal.
Pero el Arca de Noé resistió las terribles tormentas y venció a las olas más violentas.
Noé, su mujer, sus hijos y sus mujeres estaban ocupadísimos. Cuando las olas inclinaban el Arca hasta que parecía que iba a naufragar, tenían que tranquilizar a los asustados animales pese al miedo que ellos mismos sentían.
Además, debían alimentar a los animales y atender a las hembras que tenían a sus crías durante el viaje.
Todos respiraron aliviados cuando, después de cuarenta días con sus respectivas noches, la tormenta amainó.
El agua no había empezado todavía a descender, pero el Arca navegaba tranquilamente por el gran océano del mundo.