Los comerciantes se llevaron a José a Egipto y lo vendieron a Potifar, el comandante de la guardia real. Pero Dios el Señor protegía a José en todo lo que hacía. Potifar pronto se sintió muy satisfecho de su esclavo y lo nombró administrador de todos sus bienes.
Quien no se sentía complacida con José era la mujer de Putifar. En realidad lo odiaba, pues no la halagaba ni la idolatraba como ella quería.
De modo que un día, muy enojada, se quejó de él a su marido.
—¡El esclavo José me ofende desde hace mucho tiempo!
—exclamó—. ¡Estoy harta! ¡Retíralo de mi vista!
Potifar confiaba en su mujer, pues era muy bella y la amaba mucho. No hizo ninguna pregunta y ordenó que José fuera encarcelado.
Pero, incluso en la prisión, Dios el Señor continuó protegiendo al hijo de Jacob. José pronto se hizo amigo del carcelero.
Un día, el mayordomo del faraón (así llamaban los egipcios a su rey) fue llevado a la cárcel. Un taimado funcionario de la corte había contado mentiras sobre él, el faraón las había creído y, de pronto, el mayordomo se enfrentaba a una condena de muerte.
En su segunda noche en la cárcel, el mayordomo tuvo un extraño sueño.
Contó el sueño a los demás prisioneros, pero ninguno supo interpretarlo.
Y en eso llegó José, que le traía la comida. El mayordomo también le relató lo que había soñado:
—Soñé con una parra que tenía tres racimos. Verdeaban y florecían, y sus uvas maduraban. Recogí las uvas, exprimí el zumo en una copa y se la di al faraón.
—No soy yo quien interpreta tu sueño —dijo José—. Dios el Señor lo hace a través de mí. Los tres racimos significan tres días.
En tres días, el faraón te perdonará y volverás a servirle sus copas de vino, como antes.
—Si eso es cierto, me gustará concederte un gran deseo —dijo el mayordomo.
—Recuérdame cuando seas libre —le pidió José—. Háblale de mí al faraón, pues yo también me encuentro aquí injustamente.
El mayordomo prometió que así lo haría.
Ocurrió tal como José había predicho. Tres días después, el faraón ordenó liberar al mayordomo, que volvió a desempeñar su trabajo.
El perdonado no cabía en sí de felicidad y celebró su puesta en libertad con su familia y sus amigos.
Pero se olvidó del esclavo José.