Ni el propio Noé fue capaz de evitar el asombro.
Los ojos y las bocas de sus hijos y de las mujeres estaban abiertos como platos.
Los curiosos y los burlones huían corriendo.
Pero lo cierto es que la escena era impresionante.
Una monumental manada de animales se acercaba pesada y trabajosamente, andaban y se arrastraban, volaban y serpenteaban hacia el Arca.
Se oían gruñidos y bufidos, resoplidos y cacareos, silbidos y cantos, relinchos y graznidos, balidos, chillidos, ladridos y aullidos, todo tipo de sonidos.
Venían en fila india por parejas, siempre un macho al lado de una hembra.
Leones, tigres, caballos y monos, osos, cabras, cerdos y bueyes, conejos, cocodrilos, jirafas y perros, saltamontes, hormigas, camellos y ovejas, pájaros de todo tipo, mariposas, abejorros y abejas, ranas, sapos, erizos y serpientes. Había una pareja de cada especie animal.
Y ninguna amenazaba a ninguna otra:
Ni el león a la cebra, ni el gato al ratón, ni el erizo a los gusanos o a los escarabajos Los animales desfilaban en perfecto orden hacia la puerta del Arca.
Noé escuchó la voz del Señor:
—Yo he elegido a los animales y he reunido la manada. Tú, Noé, habrías olvidado demasiados. También te ayudaré a hallar espacio para todos ellos.
La gente regresó al Arca cuando se dio cuenta de que la conducta de los animales era pacífica. Sus ojos contemplaban llenos de asombro cómo la inmensa manada desaparecía dentro de la nave.
Noé, sus hijos, Naamah y las mujeres de los hijos se dejaron ver por última vez frente a la puerta del Arca. Elevaron los brazos al cielo, como si saludaran a alguien.
Después, la puerta se cerró.
Como no sucedía nada, los curiosos empezaron a irse. Sus burlas contra Noé eran ahora más grotescas: se había encerrado con toda su familia y un montón de animales en ese sitio oscuro, mientras fuera el sol brillaba en todo su esplendor.
¡Está loco!