Genesis 37
Mucho tiempo después del diluvio universal, vivió en el país de Canaán un hombre temeroso de Dios llamado Jacob. Dios el Señor le dio el apodo de «Israel», que significa «el que pelea con Dios».
Jacob tenía doce hijos. El mayor se llamaba Rubén, y los dos más pequeños José y Benjamín.
José era el hijo predilecto de Jacob. El padre le regalaba hermosas ropas y le evitaba los trabajos más pesados.
Esto resultaba enojoso para sus hermanos, que sentían celos.
Un día, José les contó lo que había soñado:
—Atábamos gavillas de trigo en el campo —les relató—. Mi gavilla se alzaba y se mantenía derecha, mientras que las vuestras se inclinaban ante ella.
—¿Quieres decir que un día reinaras sobre nosotros y tendremos que obedecerte? —preguntaron los hermanos, que ahora lo odiaban.
Pero José no se daba cuenta de nada. Después de un tiempo les contó otro sueño que había tenido:
—Soñé que el Sol, la Luna y once estrellas se inclinaban ante mí. Este sueño encolerizó a los hermanos, que se lo contaron a su padre.
Hasta el mismo Jacob reprochó a José, el soñador:
—Si piensas que yo soy el Sol, tu madre la Luna y tus hermanos las estrellas, entonces fue un sueño maligno —dijo, disgustado—. ¿Por qué tendríamos que postrarnos ante ti? ¡No vuelvas a decir semejantes tonterías!
Pero, a pesar del regaño, José siguió siendo el hijo predilecto de Jacob y el odio de sus hermanos siguió creciendo.