La creación, narrada en Génesis 1 y 2, es el fundamento de la fe judeocristiana sobre el origen del mundo. Dios, como Creador soberano, habló y el universo cobró vida en seis días, culminando con el descanso en el séptimo día. Cada etapa revela un proceso ordenado y lleno de propósito: desde la separación de la luz y las tinieblas hasta la creación del ser humano.
El punto culminante es la creación del hombre y la mujer a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26-27), lo que les otorga dignidad única y autoridad sobre la tierra. Este acto refleja la intención divina de una relación cercana y significativa con la humanidad.
El relato también subraya la bondad intrínseca de la creación. Después de cada día, Dios declara que “era bueno”, y tras crear al ser humano, afirma que “era muy bueno” (Génesis 1:31).
Además de explicar el origen del mundo, la narrativa establece principios esenciales: la soberanía de Dios, el valor del ser humano y la importancia del descanso y la adoración. La creación no es solo el inicio de la historia bíblica, sino también una invitación a reconocer a Dios como el autor y sustentador de la vida.