El GRAN TEJEDOR de Vidas. Por Ravi Zacharias
Cómo Dios nos va formando a través de los eventos de nuestra vida
«¿Por qué Dios hizo que fuera tan complicado creer en él? Si amara a alguien y mi poder fuera infinito, lo usaría para manifestarme más obviamente. ¿Por qué Dios hizo tan difícil de ver su presencia y su plan?»
Esta es una pregunta válida y recurrente.
Para referirse a ella, los teólogos hablan del «ocultamiento de Dios». Por su parte, los escépticos usan términos más duros y dicen que Dios desertó y nos dejó sin signos visibles de su existencia.
Ahora bien, ¿cómo sacar algo en limpio de esta discusión? ¿Habrá alguien que niegue que en verdad desearía tener algún tipo de «visitación» periódica de Dios, alguna evidencia tangible de su existencia? ¿Y quién de nosotros no se interesaría en conocer su plan?
Si bien la pregunta parece justificada, sostengo que las respuestas que daré servirán para que, quien la formula, se plantee, solo como hipótesis, que tal vez no la haya pensado bien. Por ejemplo: ¿con qué frecuencia desearíamos que Dios se revelara? ¿Una vez al día? ¿Siempre que haya una emergencia? ¿Desearíamos escuchar una voz de vez en cuando que nos diga: «Confía en mí»?
Lo interesante de esta exigencia es que, en efecto algunos han visto la presencia de Dios; otros han escuchado su voz… pero esto no parece haberles facilitado creer en él. Resulta que, cuando se es todopoderoso, siempre habrá alguien que exija una demostración.
Juan el Bautista, el profeta que presentó a Cristo al mundo, vio muchos milagros. Sin embargo, cuando estuvo en la cárcel, se preguntó si Jesús era realmente quien decía ser. Debió pensar: «Si Jesús es de verdad el Cristo, ¿por qué dejó que me pudriera en esta prisión?»
Pedro fue testigo ocular de la revelación más dramática presenciada por hombre alguno cuando vio la transfiguración de Jesús en la montaña. Estaba tan sobrecogido que no quería descender. Sin embargo, no mucho tiempo después, cuando arrestaron a Jesús y lo condenaron a la cruz, negó conocerlo.
¿Cinismo o clímax?
Siempre nos agrada saber cómo termina una historia, ¿no es cierto? De lo contrario, nos sentimos defraudados. En ese sentido, ¿puede una desilusión o un imprevisto desagradable echar por tierra todo lo que creíamos? ¿La desilusión será un signo en la ruta que nos señala una curva, o el fin del camino para nosotros?
Si ampliamos la pregunta, ¿será el fin de la vida el hecho más glorioso que nos podría suceder, o será apenas un largo viaje hacia la oscuridad? Si juzgamos por lo mucho que vemos y escuchamos, tendríamos verdadera dificultad para no caer en el cinismo sobre la vida.
Cada vez más, cuando sucede algo espantoso, afirmamos: «¡Así es la vida!»; como si la desilusión y el desconsuelo alcanzaran para explicar toda nuestra existencia.
No vemos las rosas, solo prestamos atención a las espinas. Damos como cierto la tibieza del sol y nos deprimimos porque llueve o nieva demasiado seguido. No escuchamos los sonidos de vida que salen de un jardín de infantes porque estamos preocupados por el sonido de las sirenas de los socorristas que acuden a responder una emergencia.
Es más, un matrimonio que ha soportado la prueba del tiempo ya no nos maravilla porque estamos desalentados por la angustia de los seres queridos cuyas uniones conyugales se terminaron.
Debemos reconocer que la intervención divina no es ni remotamente una cosa tan simple como nos agradaría creer. Para que nos sostenga y nos permita resistir, y además de eso nos ayude a mantenernos firmes y a ver la mano de Dios obrando en todas las etapas de nuestra vida, deberá ser bastante distinta de lo que desearíamos.
No puede ser solo un viaje de inconfundible bendición ni un camino sin obstáculos. Para permitir que Dios sea Dios, debemos seguirlo por lo que es y conforme a sus intenciones, no de acuerdo a nuestros gustos o preferencias.
Este libro, por consiguiente, tratará justamente de eso: ver el designio de la mano de Dios y su intervención en nuestra vida de tal manera que podamos saber que tiene un propósito específico para cada uno de nosotros y que nos acompañará hasta aquel día en que lo observemos cara a cara y podamos conocernos completamente.
En el devenir de la historia, las personas han llegado a Dios por medio de diferentes experiencias, pero, en última instancia, han visto el designio de una mano que dio forma a su vida y circunstancias. Eso les bastó. Confiaron implícitamente en Dios, sin necesidad de un «milagro» continuo para mantener viva su fe.
Creo que Dios interviene en la vida de cada uno de nosotros, que nos habla de diferentes maneras y en distintas oportunidades para que podamos saber que él es el autor de nuestra mismísima personalidad. Además, quiere que sepamos que tiene un llamado para cada uno, diseñado para satisfacer la singularidad de cada individuo.
Por eso Juan y Pedro y una gran multitud estuvieron dispuestos a pagar el precio más alto, aun cuando procuraban el poder y la presencia de Dios en aquella «noche oscura del alma».
De hecho, creo que a Dios le importa mucho más nuestra vida que lo que nosotros mismos creemos. Tal vez no comprendamos cabalmente su diseño a medida que adquiere forma, pero no por ello deberíamos concluir que carece de un plan director.
Contenido del libro: El GRAN TEJEDOR de Vidas. Por Ravi Zacharias
1 Tu ADN importa
2 Tus desilusiones importan
3 Tu llamado importa
4 Tu moralidad importa
5 Tu espiritualidad importa
6 Tu voluntad importa
7 Tu adoración importa
8 Tu destino importa
Epílogo
Notas
Apéndice: veinticinco preguntas clave