¿Por qué enseñaba Jesús en parábolas, y cómo podemos interpretarlas correctamente?
Las parábolas de Jesús eran ingeniosas imágenes en palabras sencillas con lecciones espirituales profundas. Su enseñanza estaba llena de estas historias cotidianas. Algunas de ellas no eran más que breves palabras sobre incidentes cotidianos, objetos o personas.
De hecho, la más compacta de todas las historias cortas de Jesús ni siquiera llena un versículo completo de las Escrituras. Se encuentra en Mateo 13.33: «El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado».
En el texto griego original, esta parábola solo tiene diecinueve palabras. Es la más común de las anécdotas de la más común de las actividades dicha con las menos palabras posibles. Pero contiene una profunda lección acerca de los misterios del reino de los cielos.
Como todas las parábolas de Jesús, esta cautivó a sus oyentes y ha mantenido el interés de los estudiantes de la Biblia desde hace dos mil años.
Jesús fue el maestro de la narración.
No había una perogrullada por familiar que fuera o una doctrina por compleja que fuera que Él no pudiera darle una nueva profundidad y sentido mediante la narración de una historia sencilla. Estas narrativas personifican la simple y poderosa profundidad de su mensaje y su estilo de enseñanza.
Pensando correctamente acerca de las parábolas
A pesar de la popularidad de las parábolas, tanto el método como el significado detrás de la utilización de estas historias por Jesús eran a menudo mal entendidos y tergiversados, incluso por los estudiosos de la Biblia y expertos en el género literario.
Por ejemplo, muchos entienden que Jesús dijo parábolas por una sola razón: para que su enseñanza fuera lo más fácil, accesible y conveniente posible. Después de todo, las parábolas estaban llenas de características familiares: escenas fácilmente reconocibles, metáforas agrícolas y pastorales, asuntos propios del hogar y la gente común.
De manera natural, esto hacía sus palabras más simples para sus oyentes provincianos, permitiendo que se relacionaran con ellas y las comprendieran mejor. Este era sin duda un método de enseñanza brillante, revelando misterios eternos a mentes simples. Las parábolas de Jesús ciertamente demuestran que incluso las historias e ilustraciones más simples pueden ser herramientas eficaces para la enseñanza de las verdades más sublimes.
Algunos afirman que el uso de las parábolas por Jesús prueba que la narración es un método mejor para la enseñanza de la verdad espiritual que los discursos didácticos o la exhortación mediante sermones; que «las historias influyen con mayor vigor. ¿Quieres destacar un aspecto o plantear una cuestión? Cuenta una historia. Jesús lo hizo»
Otros van aún más lejos, afirmando que el formato del discurso en la iglesia siempre debe ser narrativo, no exhortativo o didáctico. Señalan como referencia a Marcos 4.33–34, que describe la enseñanza pública de Jesús durante la última parte de su ministerio en Galilea de esta manera: «Con muchas parábolas como estas les hablaba la palabra, conforme a lo que podían oír.
Y sin parábolas no les hablaba». De modo que el argumento es que la narración debe ser el método preferido de cada pastor, sino el único estilo de predicación que utilicemos. En palabras de un escritor:
Un sermón no es una conferencia doctrinal. Es un evento en un tiempo dado, una forma de arte narrativo más parecido a una obra de teatro o a una novela en vez de a un libro. Por lo tanto, no somos ingenieros científicos; somos artistas narrativos por función profesional.
¿No le parece extraño que en nuestra formación en oratoria y homilética rara vez consideramos la conexión entre nuestro trabajo y el del dramaturgo, novelista o guionista de televisión? [...] Yo propongo que comencemos a considerar el sermón como una trama homilética, una forma de arte narrativo, una historia sagrada.
De hecho, ese es precisamente el tipo de predicación que ahora domina muchos púlpitos evangélicos y de mega iglesias. En algunos casos, el púlpito ha desaparecido por completo, siendo reemplazado por un escenario y una pantalla. Las personas clave en el personal de la iglesia son aquellas cuya tarea principal es dirigir el grupo de teatro o el equipo de filmación. La declaración de la verdad en forma proposicional está ausente.
Lo que está ahora en boga es decir historias, o representarlas, de una manera que aliente a las personas a adaptarse a sí mismas en la narración. Las historias son supuestamente más acogedoras, más significativas y más gentiles que los hechos rudos o los reclamos de la verdad sin ambigüedades.
Innumerables libros recientes sobre la predicación se han hecho eco de esta apreciación o algo similar. ¿Cuál es el remedio? Nos dicen una y otra vez que los predicadores deben verse a sí mismos como narradores, no como maestros de doctrina. He aquí una muestra típica:
Contrariamente a lo que algunos nos quieren hacer creer, la historia, no la doctrina, es el ingrediente principal de la Biblia. No tenemos una doctrina de la creación, tenemos historias de la creación. No tenemos un concepto de la resurrección, tenemos maravillosos relatos del Domingo de resurrección. Hay relativamente poco, ya sea en el Antiguo como en el Nuevo Testamento que, de una forma u otra, no descanse en la narrativa o historia.
Declaraciones como estas son peligrosamente engañosas. Es un completo disparate poner a la historia contra la doctrina como si fueran hostiles la una a la otra o, peor aún, enfrentar a la narrativa contra la proposición como si fueran de alguna manera mutuamente excluyentes.* La idea de que «una doctrina de la creación» o «un concepto de la resurrección» no pueden expresarse mediante la narración es simple y obviamente falso.
Asimismo, es evidentemente falso afirmar que «no tenemos un concepto de la resurrección» enseñado en las Escrituras aparte de las narraciones. Vea, por ejemplo, 1 Corintios 15, un capítulo largo, dedicado por completo a una sistemática, pedagógica y polémica defensa de la doctrina de la resurrección corporal, repleto de exhortaciones, argumentos, silogismos y abundantes declaraciones proposicionales.
Por otra parte, hay una diferencia clara y significativa entre una parábola (una historia hecha por Jesús para ilustrar un precepto, proposición o principio) y la historia (una crónica de los acontecimientos que sucedieron en realidad). La parábola ayuda a explicar una verdad; la historia da un relato real de lo que sucedió.
Parábolas de John MacArthur es un libro profundo, que obliga a repensar la forma en que enseñamos y trasmitimos el mensaje de Dios.