Por ejemplo, puede ser que se enamore usted de la música siendo aún muy joven, y que sepa que quiere dedicar su vida a este objetivo. Pero pueden pasar años antes de que sea capaz de enfocar el aspecto de la música para el que tiene usted talento especial, como por ejemplo, tocar un instrumento, componer, etc.
Puede descubrir que tiene pasión por construir cosas. A medida que gana algo de experiencia en materia de construcción, quizá descubra que prefiere la construcción comercial en lugar de la residencial. Luego, quizá descubra que le gusta la ingeniería. De este modo, irá acercándose a su verdadero amor, que casi siempre estará allí donde mayor sea su talento.
En este proceso, vamos descubriendo y eliminando lo que no somos, al tiempo de encontrar lo que sí somos. A causa de esto, muchas personas que han dejado una marca en el mundo pasaron por un proceso de aparente fracaso antes de llegar al éxito. Entendidas de manera adecuada muchas experiencias que nos parecen fracasos, son solo cambios de curso hacia nuestro objetivo final. Estos cambios de curso deben distinguirse de los que presentan oposición u obstáculos.
Del mismo modo, hay éxitos que pueden significar un cambio de curso. Muchas personas logran su objetivo, para luego descubrir que no era el logro que esperaban. Debemos ver cada día de nuestra vida como una escuela que nos prepara para alcanzar nuestro objetivo.
Todo explorador ha llegado alguna vez a desfiladeros sin salida, y retrocedido hasta encontrar el camino adecuado. Esto no debe verse como tiempo perdido. Parte del trabajo de un explorador consiste en hacer un mapa del territorio, para que quienes vengan detrás puedan evitar los desfiladeros sin salida. Quines dejan su marca en el mundo, no llegan a su destino sin más ni más; abren el camino para que este sea más fácil cuando otros lo recorran más tarde.
Aún así, observaremos que para lograr el lugar de máxima efectividad debemos ver que nuestro camino se endereza a medida que avanzamos. Para lograr alcanzar aquello para lo que tenemos talento, debemos aprender a rechazar las cosas para las que no lo tenemos. Sabiendo quiénes no somos, recorreremos el proceso de aprender lo que sí somos.
Según mi propio trabajo de investigación, encuentro que hay un reducido porcentaje de personas que trabajan en aquello para lo que estudiaron. ¿Es que desperdiciaron el tiempo que pasaron en la universidad? Por cierto, muchos aprenden cosas importantes mientras estudian aún, si luego deben dedicarse a desarrollar su profesión.
Pero ¿cuánto más efectiva podría ser nuestra educación si supiéramos nuestro propósito antes de comenzar? Aprender a identificar nuestro propósito es el primer paso para lograrlo, y no lo habremos encontrado si no tenemos la certeza de que estamos tocando las fibras más intimas de la pasión que hay en nuestro corazón.
Si vamos a ser líderes y lograr algo importante, debemos conocer nuestro corazón y tener la fuerza de seguirlo. También debemos tener la sabiduría y la madurez que nos permitan distinguir nuestra pasión de las cosas que solo nos agradan, o de lo que es mera fantasía.
Especializarse es crecer
Una vez que estamos en el camino correcto, podemos esperar ver todo más claramente a medida que avanzamos. Si tomamos en cuenta el avance de la civilización, veremos que el progreso implica un patrón de continúa especialización. Es por eso que el desarrollo de la línea de montaje, donde diferentes personas hacen solo una parte del trabajo en lugar de que cada uno busque fabricar el producto completo, multiplica la productividad de manera tan impactante. A medida que se perfeccionó la línea de montaje, las diez personas que trabajaban juntas no multiplicaban la productividad diez veces, sino mil. Este desarrollo es hoy uno de los pilares del crecimiento de la civilización, más que cualquier otro factor, y es lo que nos lleva a la era moderna.
Pero es cierto que los empleos en líneas de montaje son aburridos, y es posible que nos alegre que los robots reemplacen a las personas en la mayoría de estas posiciones. Eso también es progreso, pero aún si nuestro empleo es monótono y tedioso, si lo hacemos con la pasión con que Miguen Ángel pintaba, encontraremos que nos sentimos mejor. Claro, es posible encontrar grandeza y realización en cualquier cosa que hagamos, y si hacemos todo con esta actitud, seguiremos progresando hacia cosas aún más grandes.
El estudio más básico del mundo demuestra que cuantos más empleos puedan descomponerse en campos de especialización, tanto más efectivo será cada puesto y tanto más rápido se avanzará. Podemos ver esto en la industria, la ciencia, la medicina y hasta en el deporte. Hace doscientos años, el peluquero del pueblo era también cirujano. ¿Cuántos querríamos volver a esa época? ¡Vea cuánto avanzó la cirugía desde que se decidió que debía ser una especialidad!
¡Y vea cuánto se ha avanzado desde que la cirugía también comprendió diversas especialidades según los órganos del cuerpo humano! Si se necesita cirugía de cerebro, sentiremos más confianza en un neurocirujano que en un cirujano plástico.
La biología básica nos enseña que tan pronto algo viviente deja de crecer, inicia el proceso hacia la muerte. Nuestro objetivo debe ser el avance y el crecimiento continuo, que casi siempre requerirá de especialización y concentración continuas.
Hace muchos años oí a un refugiado cubano que acababa de mudarse a Atlanta, dijo: “Verdaderamente aprecio los enormes carteles viales que indican cómo llegar a la ruta 85, pero más aprecio los carteles pequeños que avisan que sigue uno aún sobre la ruta 85”. Es bueno encontrar el campo general de nuestra vocación, es decir el gran cartel que nos indica cómo llegar al camino que buscamos. Sin embargo, también es importante reconocer los pequeños carteles en el camino que nos indican que seguimos avanzando por la ruta deseada. Un signo primario de esto es la sensación de que nos enamoramos cada vez más de lo que hacemos.
El gran cartel que indica la ruta que debemos tomar, por lo general será el gran amor que se siente por nuestra vocación o emprendimiento. Este amor debe indicarnos la dirección correcta. Los místicos de la antigüedad lo llamaban “el primer amor”. Es por esto que un hombre y una mujer primero se sienten atraídos antes de llegar al matrimonio. Sin embargo, el amor cambia en el matrimonio. La gran pasión del comienzo se convierte en algo quizá menos fogoso, pero mucho más profunda y gratificante. Una persona superficial quizá vea cómo se apaga la pasión inicial, como indicio de que el amor se acaba. Pero en realidad, es este el comienzo de una relación aún más profunda.
Lo mismo sucede con nuestra vocación. El objetivo no debe ser el de mantener la pasión inicial, sino el de seguir el camino del amor. Si seguimos en ese camino, habrá momentos de pasión, pero no esperamos que cada día lo sea, porque probablemente no sobrevivamos. La pasión es solo un aspecto del amor, y es importante, pero los signos pequeños a lo largo del camino son también esenciales.
El factor esencial
La fe es el factor primario que separa a los que alcanzan sus objetivos de quienes no lo logran. No es solo la fe en Dios, sino la fe en términos generales. Todos tenemos fe: todo el mundo cree en algo. Hay principios de fe que funcionarán para todos por igual, sea que crean en Dios o no. La fe que tenemos determinará el curso de nuestras vidas.
Si tenemos fe en nosotros mismos y en nuestros talentos naturales, probablemente los usemos. Si tenemos más fe en los obstáculos que en nuestros talentos, dichos obstáculos determinarán qué es lo que haremos y qué no. Si tenemos más fe en nuestras debilidades que en nuestros dones, probablemente estas debilidades gobiernen nuestra vida, y seremos perpetuos fracasados. La fe es la fuerza preponderante en nuestras vidas, y será el factor determinante de nuestros éxitos o fracasos.
Puede usted creer o no que Jesús es el Hijo de Dios, pero lo que Él logró no tuvo precedentes en la historia de la humanidad. Vino del pueblo más despreciado, en la nación más despreciada de la Tierra. Luego tomó a las personas menos importantes y más despreciadas en esa nación, y liberó en ellas una fuerza que transformó el mundo al punto que la misma palabra “historia” tiene que ver con su vida. La fuerza que Él liberó en ellos, fue la fe.
La historia muestra que no hay fuerza en la Tierra que pueda detener a la verdadera fe. Jesús les dijo a sus discípulos que si tan solo tuvieran la fe del tamaño de una semilla de mostaza, podrían mover montañas. Estos discípulos movieron no solamente montañas, sino naciones e imperios. Entendieron el principio de la semilla. Si la semilla podía mover montañas, ¿cuánto lograría el árbol crecido?
Tomado del libro: Liderazgo, el poder de la creatividad
Editorial: Peniel