Si tomamos en cuenta el avance de la civilización, veremos que el progreso implica un patrón de continua especialización. Es por eso que el desarrollo de la línea de montaje, donde diferentes personas hacen solo una parte del trabajo, en lugar de que cada uno busque fabricar el producto completo, multiplica la productividad de manera tan impactante.
A medida que se perfeccionó la línea de montaje, las diez personas que trabajaban juntas no multiplicaban la productividad diez veces, sino mil. Este desarrollo es hoy uno de los pilares del crecimiento de la civilización, más que cualquier otro factor, y es lo que nos lleva a la era moderna.
Pero es cierto que los empleos en líneas de montaje son aburridos, y es posible que nos alegre ver que los robots reemplazan a las personas en la mayoría de estas posiciones.
Eso también es progreso, pero aún si nuestro empleo es monótono y tedioso, si lo hacemos con la pasión con que Miguel Ángel pintaba, encontraremos que nos sentimos mejor. Claro, es posible encontrar grandeza y realización en cualquier cosa que hagamos, y si hacemos todo con esta actitud, seguiremos progresando hacia cosas aún más grandes.
El estudio más básico del mundo demuestra que cuantos más empleos puedan descomponerse en campos de especialización, tanto más efectivo será cada puesto y tanto más rápido se avanzará. Podemos ver esto en la industria, la ciencia, la medicina y hasta en el deporte. Hace doscientos años el peluquero del pueblo era también cirujano.
¿Cuántos querríamos volver a esa época? ¡Vea cuánto avanzó la cirugía desde que se decidió que debía ser una especialidad! ¡Y vea cuánto se ha avanzado desde que la cirugía también comprendió diversas especialidades, según los órganos del cuerpo humano! Si se necesita cirugía de cerebro, sentiremos más confianza en un neurocirujano que en un cirujano plástico.
La biología básica nos enseña que tan pronto algo viviente deja de crecer, inicia el proceso hacia la muerte. Nuestro objetivo debe ser el avance y el crecimiento continuo, que casi siempre requerirá de especialización y concentración continuas.
Hace muchos años oí a un refugiado cubano que acababa de mudarse a Atlanta.
Dijo: “Verdaderamente aprecio los enormes carteles viales que indican cómo llegar a la ruta 85, pero más aprecio los carteles pequeños que avisan que sigue uno aún sobre la ruta 85”.
Es bueno encontrar el campo general de nuestra vocación, es decir el gran cartel que nos indica cómo llegar al camino que buscamos. Sin embargo, también es importante reconocer los pequeños carteles en el camino que nos indican que seguimos avanzando por la ruta deseada. Un signo primario de esto es la sensación de que nos enamoramos cada vez más de lo que hacemos.
El gran cartel que indica la ruta que debemos tomar, por lo general será el gran amor que se siente por nuestra vocación o emprendimiento. Este amor debe indicarnos la dirección correcta. Los místicos de la antigüedad lo llamaban “el primer amor”.
Es por esto que un hombre y una mujer primero se sienten atraídos antes de llegar al matrimonio. Sin embargo, el amor cambia en el matrimonio. La gran pasión del comienzo se convierte en algo quizá menos fogoso, pero mucho más profundo y gratificante.
Una persona superficial quizá vea cómo se apaga la pasión inicial, como indicio de que el amor se acaba. Pero en realidad, es este el comienzo de una relación aún más profunda.
Lo mismo sucede con nuestra vocación. El objetivo no debe ser el de mantener la pasión inicial, sino el de seguir el camino del amor. Si seguimos en ese camino, habrá momentos de pasión, pero no esperemos que cada día lo sea, porque probablemente no sobrevivamos.
La pasión es solo un aspecto del amor, y es importante, pero los signos pequeños a lo largo del camino son también esenciales.
Tomado del libro: Liderazgo, el poder de la creatividad
Por Rick Joyner I Editorial Peniel