
Es posible que quienes han sido cristianos por mucho tiempo se pregunten si su salvación es segura – a menos que entiendan correctamente su relación con el Señor.
Cuando alguien recibe a Cristo suceden dos cosas.
1- El sacrificio de Jesús en la cruz paga toda la deuda de pecado de esa persona, los pecados pasados, presentes y futuros son perdonados y borrados. Puesto que el pecado era la barrera que separaba al hombre del Dios santo, el nuevo creyente es ahora recibido con agrado en Su presencia.
2- Dios liquida la naturaleza original rebelde de la persona y le envía Su Espíritu para que more en el nuevo creyente y le guíe.
Al poner nuestra fe en Jesús, todos nos convertimos en nuevas criaturas (2 Co. 5:17). Pero, como el cuerpo y la mente no cambian automáticamente, los hábitos egoístas desarrollados antes de la salvación siguen estando presentes y tentándonos.
Como humanos, cederemos a veces, pero no dejamos de ser salvos por haber pecado. Después que recibimos la gracia de Dios, ésta no puede ser quitada – la salvación no puede perderse ni tampoco invalidarse el poder del Espíritu Santo. Nuestra relación con Dios sigue intacta, aunque necesita ser mejorada por la confesión y el arrepentimiento.
Ser salvo no es ser perfecto. Si lo fuéramos no necesitaríamos de la gracia del Padre.
Él sabe que somos humanos e inclinados a tomar decisiones egoístas, contrarias a Su voluntad. Pero cuando lo hacemos, Cristo actúa como nuestro Abogado, porque Su sacrificio es lo que hace posible nuestra relación con el Padre