
La Fuente de Poder. Reflexiones Cristianas de Hudson Taylor
Una cosa ha dicho Dios, y dos veces lo he escuchado: que tú, oh Dios, eres poderoso; que tú, Señor, eres todo amor. Salmos 62:11,12
Dios mismo es la gran fuente de poder. El poder es su posesión. “Tú, oh Dios, eres poderoso” dice nuestro texto, y Él manifiesta ese poder de acuerdo con su voluntad soberana. No de una manera errática y arbitraria, sino según sus propósitos declarados y según sus promesas.
Es cierto que nuestros obstáculos y nuestros adversarios son muchos y poderosos, pero nuestro Dios es el Dios vivo y Todopoderoso.
El Señor nos dice por medio de su profeta Daniel que el pueblo que conoce a su Dios será fuerte, hará proezas y resistirá al maligno. Aunque en términos generales es verdad que el conocimiento equivale al poder, con respecto al conocimiento de Dios esto es especialmente cierto.
Quienes conocen a su Dios, no intentan proezas, las realizan. En vano tratará usted de encontrar en las Escrituras alguna ocasión en que Dios ordene intentar hacer algo.
Los mandamientos de Dios siempre son “Haz esto, o haz aquello.” Si el mandamiento proviene de Dios, el único curso de acción a seguir es obedecer.
Algo más: el poder de Dios está a nuestra disposición. Somos personas sobrenaturales, nacidos de nuevo por un nacimiento sobrenatural, guardados por un poder sobrenatural, sustentados por alimento sobrenatural, instruídos por un maestro sobrenatural, con enseñanzas de un libro sobrenatural.
Somos guiados en las sendas correctas por un capitán sobrenatural para obtener vicAlgo más: el poder de Dios está a nuestra disposición.
Somos personas sobrenaturales, nacidos de nuevo por un nacimiento sobrenatural, guardados por un poder sobrenatural, sustentados por alimento sobrenatural, instruídos por un maestro sobrenatural, con enseñanzas de un libro sobrenatural.
Somos guiados en las sendas correctas por un capitán sobrenatural para obtener victorias seguras. El Salvador resucitado, antes de ascender a los cielos, dijo: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones” (Mateo 28:18-19).
También les dijo a sus discípulos: “Recibirán poder cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes” (Hechos 1:8). No muchos días después, en respuesta a la oración unida y continua, el Espíritu Santo vino, en efecto, sobre ellos, y todos fueron llenos. Alabado sea el Señor que todavía permanece con nosotros.
El poder que nos ha sido dado no es un don del Espíritu Santo. El Espíritu mismo es el poder. Él ciertamente es tan poderoso hoy como lo fue en Pentecostés, y está tan a disposición nuestra hoy como lo estuvo en aquel día.
Pero, desde Pentecostés hasta hoy, ¿la iglesia ha esperado como cuerpo, en Él siquiera diez días dejando de lado toda obra y toda preocupación para que ese poder se manifieste? Le damos mucha atención a los métodos, a la maquinaria y a los recursos, pero muy poca a la fuente de poder.
Bendito Jesús, que redimiste a tu pueblo con la sangre de tu propio corazón, bautízalo con más de tu Espíritu, para que otros que están pereciendo por falta de conocimiento puedan alimentarse también con el maná vivo y tener la luz de la vida. Amén.