
LA VERDADERA SOLEDAD
“De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto.” (San Juan 12:24)
Todos valoramos y anhelamos la vida, evitando la muerte, el sufrimiento, la caída. Pero ¿qué es la vida sin la muerte? Como sabiamente expresa el Maestro, es necesario que la semilla se pudra y muera en la tierra para que salga un brote de ella, que luego se transformará en un arbolito que crecerá y dará frutos.
Fue necesario que Él muriese para que diese vida a millones de seres humanos que hoy seguimos sus enseñanzas y su camino. La vida sin la muerte no puede desarrollarse; es preciso sufrir, pasar vergüenzas, negarse a sí mismo para desarrollar un carácter en la vida.
Si el escolar no se niega a sus juegos para ocupar tiempo en el estudio, no puede avanzar en conocimientos y obtener buenas calificaciones. Si el trabajador no se esfuerza, transpira o invierte energías en su labor, no será bien conceptuado por sus jefes. Así la vida se alimenta de muerte, en el sentido de negación del placer, por un gozo mayor que es alcanzar metas.
Es necesario que en esta vida nos sacrifiquemos, depongamos todo egoísmo, entreguemos lo mejor de nosotros, nos neguemos a muchos placeres y gustos personales para alcanzar aquello que es el propósito trazado para nuestra vida, la misión qué nos ha sido encomendada. Así obtendremos un premio en la vida eterna.
Cristo hizo lo suyo en la cruz y nos entrega el don de la salvación, más nosotros en gratitud a Él demos nuestra vida por Él y por nuestro prójimo. Si no lo hacemos, entonces verdaderamente nos quedaremos solos, sin Dios y con las manos vacías para siempre. Esa es la verdadera soledad qué debemos evitar.