
Una Mente Comprometida
Jesús esbozó un cuarto tipo de oyente en el versículo 8: «Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cual a ciento, cual a sesenta, y cual a treinta por uno». Lo explica luego en el versículo 23: «Mas el que fue sembrado en buena tierra, este es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno».
Aquí se pinta la mente comprometida como tierra fértil. Ha sido cultivada y está lista para que la semilla penetre. La tierra puede albergar la semilla, cubrirla, proveerle el calor y la humedad necesarios para que germine y dé fruto.
La mente comprometida es la que acepta la enseñanza. Dios puede instruir a ese hombre o a esa mujer en todo lo necesario. El intelecto más fino del mundo que no acepta la enseñanza desaprovechará las grandes verdades de Dios.
La mente del niño es un ejemplo maravilloso del espíritu dispuesto a aprender. Los niños creen con el corazón abierto y receptivo. Son sensibles y quieren aprender.
Si bien los adultos tienen toda clase de escepticismos, de dudas y de problemas emocionales, ciertos principios pueden ayudar a cultivar el suelo fértil que describe Jesús.
Primero, tenemos que comprometernos a escuchar atentamente su mensaje por medio de nuestro pastor, de un amigo, de un libro, de un programa televisado o radiofónico, o por medio de un grupo de estudio bíblico.
Segundo, debemos comprometernos por fe a resistir las cosas externas que estorban. Cuando nos asaltan pensamientos aislados debemos negarnos conscientemente a prestarles atención, y pedirle al Señor que nos ayude a concentrarnos en su Palabra. Esto sólo puede hacerse mediante la fe en el Señor Jesucristo, porque Él es el que hace posible que recibamos la Palabra con claridad.
Tercero, debemos comprometernos a evaluar nuestra vida a la luz de lo que oímos. Debemos tomar la iniciativa de analizar las verdades que se nos presentan. Cuarto, debemos comprometernos a aplicar las verdades que Dios nos imprime en nuestro corazón.
Si no lo hacemos, Satanás se ocupará de quitárnoslas rápidamente. Quinto, debemos comprometernos a obedecer aquellas verdades que Dios nos ha inculcado. Cuando obedecemos esas verdades inculcadas, crecemos y nos convertimos en creyentes productivos que llevan fruto.
Si no lo hacemos podemos concurrir a los cultos cincuenta y dos domingos al año y seguir siendo niños espirituales, tal como lo éramos al comenzar. La predicación y el poder de la Palabra no han hecho ningún impacto en nuestra vida porque no hemos obedecido.
Resulta espiritualmente imposible aplicar la Palabra semana tras semana y seguir igual. Como oyentes con mente comprometida nos volvemos productivos, hijos de Dios que maduran.
La actitud mental fructífera comienza con la semilla de una mente comprometida, que florece y produce un discípulo productivo que oye y obedece a Dios con poder y claridad. Su huerta se caracteriza por su fertilidad.
Como lo declaró el salmista en el Salmo 84.5: «Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas, en cuyo corazón están tus caminos».
Dios anhela apoyar no a la mente cerrada, la mente embotada o la mente confundida, sino a la mente comprometida, la mente de la persona «que está firme en su corazón»
(1 Corintios 7.37).