Una de las prédicas que C. H. Spurgeon diera en las conferencias anuales del Pastors’ College, instituto para la formación de predicadores por él fundado. Un mensaje fuerte, práctico y actual.
Mi mensaje tratará de nuestras obligaciones como mayordomos. "Se requiere de los mayordomos, que cada uno sea hallado fiel". No se requiere que cada uno sea hallado ingenioso, o agradable a sus asociados, ni siquiera que sea hallado eficiente. Todo lo que se requiere es que sea hallado fiel; y en verdad que no es cosa de poca importancia. Será necesario que el Señor mismo sea nuestra sabiduría y nuestro poder, pues de lo contrario fracasaremos. Muchas son las maneras en que podemos fallar en este punto, por muy sencillo que parezca ser.
1. Podemos dejar de ser fieles actuando como si fuéramos jefes en vez de subordinados.
Surge en nuestra iglesia una dificultad que podría arreglarse fácilmente con indulgencia y amor, pero nos "plantamos en nuestra dignidad"; y entonces al criado le queda pequeña la librea. Podemos ser muy elevados y poderosos si queremos; y cuanto más pequeños somos, tanto más fácilmente nos hinchamos. No hay gallo más imponente en la pelea que el enano; y no hay ministro más dispuesto a contender por su "dignidad" que el hombre que no tiene dignidad. ¡Qué aspecto tan necio el nuestro cuando nos hacemos "grandes"! El mayordomo cree que no ha sido tratado con el debido respeto, y va a hacer "que los criados se enteren de quién es". ¿Debiera ser así? Me parece ver al bondadoso amo poner la mano sobre el hombro del furioso criado y oírle decir: "¿No puedes soportarlo? Yo he soportado mucho más".
Hermanos, el Señor "sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo", ¿y nos cansaremos y desmayaremos en nuestros espíritus? ¿Cómo podemos ser mayordomos del bondadoso Jesús si nos portamos altivamente? No nos demos demasiada importancia, ni tratemos de señorear sobre la heredad de Dios; pues Él no lo quiere así, y no podemos ser fieles si cedemos al orgullo.
También fracasaremos en nuestros deberes como mayordomos si empezamos a especular con el dinero del Señor. Quizá podemos disponer de lo nuestro, pero no del dinero del Señor. No se nos ha dicho que especulemos, sino que nos "ocupemos" hasta que venga. Comerciar honradamente con sus mercaderías es una cosa; pero lanzarse a jugar y correr riesgos ilícitos es muy diferente. No pienso especular con el Evangelio de mi Señor, soñando que puedo mejorarlo por medio de mis propios y profundos pensamientos, o echando a volar en compañía de los filósofos. Aun tratándose de salvar almas, no vamos a hablar de otra cosa que del Evangelio. Aunque pudiese crear una gran conmoción enseñando doctrinas novedosas, aborrecería tal pensamiento. Provocar un avivamiento suprimiendo la verdad es obrar falsamente; es un fraude piadoso, y el Señor no desea ningún beneficio que pueda venir por medio de semejantes transacciones. Nuestra parte consiste en usar simple y honradamente el dinero del Señor, y entregarle el obtenido en los negocios justos.
Somos mayordomos y no señores, y por eso es preciso que negociemos en nombre de nuestro Amo y no en el nuestro.
No corresponde a nosotros una religión, sino proclamarla; y aun esta proclamación ha de hacerse, no por nuestra autoridad propia, sino que ha de estar siempre basada en la de nuestro Señor. Somos "Colaboradores juntamente con Él". Si un hermano se establece por su cuenta, lo estropeará todo, y en breve tiempo quebrará espiritualmente. Su crédito pronto se agotará cuando desaparezca el nombre de su Señor. Nada podemos hacer en nuestra mercadería espiritual sin el Señor. No tratemos de actuar por nuestra propia cuenta, sino conservemos nuestro puesto cerca del Jefe en toda humildad espiritual.
2. Es posible que lleguemos a ser desleales a lo que se nos ha encomendado si actuamos para agradar a los hombres.
Cuando el mayordomo estudia el modo de agradar al labrador o de satisfacer los caprichos de la sirvienta, las cosas han de ir necesariamente mal, pues todo está desplazado. Influimos unos sobre otros, y somos influidos también recíprocamente. Los más grandes son afectados inconscientemente en cierto grado por los más insignificantes. El ministro ha de ser influido de manera abrumadora por el Señor su Dios, de modo que las demás influencias no le aparten de la fidelidad. Tenemos que recurrir continuamente al cuartel general, y recibir la Palabra de la boca del Señor mismo, para poder ser continuamente guardados en la rectitud y la verdad; de lo contrario, pronto seremos parciales, aunque no nos demos cuenta de ello. No ha de haber reservas que tengan por objeto agradar a otra persona, ni carreras apresuradas para satisfacer a algunos, ni el más mínimo desplazamiento para satisfacer incluso a la comunidad entera. No hemos de tocar cierta nota para obtener la aprobación de tal partido, ni tampoco silenciar una doctrina importante para evitar ofender a determinado grupo. ¡Si os proponéis complacer a todo el mundo, menudo trabajo os espera!
Es preciso que no adulemos a los hombres. Si agradamos a los hombres, desagradaremos a nuestro Dios; de modo que el éxito en la tarea que nos hemos impuesto sería fatal para nuestros intereses eternos. Tratando de agradar a los hombres, no lograremos ni siquiera agradarnos a nosotros mismos. Agradar al Señor, aunque parezca muy difícil, es una tarea más fácil que agradar a los hombres. Mayordomo, ¡mira solo a tu Amo!
3. No seremos hallados mayordomos fieles si somos ociosos y malgastamos el tiempo.
¿Conocéis ministros perezosos? He oído hablar de ellos; pero cuando los veo con mis ojos, mi corazón los aborrece. Si os proponéis ser perezosos, hay muchos campos en que no os querrán; pero, por encima de todo, no se os quiere en el ministerio cristiano. El hombre que encuentra que el ministerio es una vida fácil, encontrará también que va a traerle una muerte difícil. Si no somos laboriosos, no somos verdaderos mayordomos; pues hemos de ser ejemplos de diligencia para la casa del Rey. Me gusta el precepto de Adarn Clarke: "Mataos trabajando y luego resucitad a fuerza de oraciones". Nunca cumpliremos con nuestro deber para con Dios o los hombres si somos holgazanes.
Con todo, algunos que siempre están ocupados pueden, a pesar de ello, ser infieles, si todo lo que hacen es hecho de manera confusa y perdiendo el tiempo. Si jugamos a predicar, hemos escogido un juego terrible. Echar los textos como quien echa naipes y hacer ensayos literarios con temas que mueven cielo y Tierra es vergonzoso. Tenemos que ser serios como la muerte en trabajo tan solemne. El verdadero humor puede ser santificado, y los que pueden mover a los demás a sonreír también pueden moverlos a llorar. Pero aun este poder tiene límites que el necio puede sobrepasar. Os ruego que, sobre todo, no os acerquéis a la silla de los escarnecedores ni al asiento de los que pierden el tiempo. Sed seriamente fervorosos. Vivid como hombres que tienen algo por lo que vivir; predicad como hombres para quienes la predicación es la más sublime actividad de su ser. Nuestro trabajo es el más importante que existe debajo del cielo o, de lo contrario, es pura falsedad.
Si no sois fervorosos en obedecer las instrucciones de vuestro Señor, Él dará su viña a otro; pues no tolerará a los que convierten su servicio en algo sin importancia.
4. Cuando hacemos mal uso de lo que pertenece a nuestro Amo, somos desleales a lo que se nos ha confiado.
Se nos ha confiado cierto grado de talento, fortaleza e influencia y hemos de usar este depósito con un solo propósito. Nuestro objetivo es fomentar la honra y la gloria del Maestro y Señor. Hemos de buscar la gloria de Dios, y nada más. Sea como fuere, que todos usen la máxima influencia en el bando justo en política; pero ningún ministro tiene libertad para usar su posición en la iglesia para favorecer los fines de un partido. No censuro a los que trabajan en pro de la templanza; pero aun este admirable movimiento no ha de ocupar el lugar del Evangelio: espero que nunca lo haga. Sostengo que ningún ministro tiene derecho a usar su capacidad o su cargo para ofrecer meras diversiones a la multitud. El Maestro nos ha enviado a pescar almas; todo lo que tienda a ese fin está dentro del campo de lo que se nos ha encomendado; pero lo que lleva directa y claramente a dicho fin es nuestro trabajo principal.
No uséis los bienes de vuestro Amo indebidamente, no sea que seáis culpados de abuso de confianza. Si vuestra consagración es verdadera, todos vuestros dones son del Señor, y sería una especie de desfalco usarlos para otra cosa que para Él. No tenéis que hacer fortuna para vosotros mismos. No habéis de tener un segundo fin u objeto. "Solo Jesús" ha de ser el motivo y lema de vuestra carrera vitalicia. El deber del mayordomo es estar consagrado a los intereses de su patrono; y si olvida esto a causa de algún otro objeto, por muy laudable que el tal pueda ser, no es fiel. No podemos permitir que nuestras vidas vayan por dos canales; no tenemos suficiente fuerza vital para dos objetivos. Es preciso que seamos de corazón sencillo. Hemos de aprender a decir: "Una cosa hago". En todos los departamentos y detalles de la vida, ha de verse la señal de la consagración, y no debemos permitir que sea ilegible. Vendrá día en que todos los detalles serán examinados en la audiencia final; y a nosotros corresponde como mayordomos tener en cuenta el escrutinio del Señor en todos los aspectos de nuestra vida.
5. Si deseamos ser fieles como mayordomos, es preciso que no descuidemos a ninguno de la familia, ni ninguna parte de la finca.
Me pregunto si practicamos la observación personal de nuestros oyentes. Ciertas personas solo pueden ser alcanzadas por el contacto personal. Si tuviese ante mí cierto número de botellas, y tuviese que llenarlas con una manguera, mucha agua se perdería; si quiero estar seguro de llenarlas, debo tomarlas una por una y echar dentro el líquido cuidadosamente. Tenemos que velar por nuestras ovejas una por una. Esto ha de hacerse no solo mediante la conversación personal, sino por medio de la oración personal.
Debemos recorrer nuestro campo y visitar las congregaciones, sin olvidar a nadie, sin desesperar de ninguno, llevarlos a todos en el corazón ante el Señor.
Pensemos especialmente en los pobres, los extravagantes, los desesperados. Que nuestros cuidados, como las vallas de un redil, rodeen todo el rebaño. Vayamos a la caza de localidades descuidadas, y procuremos que ninguna comarca quede sin los medios de la gracia. El paganismo se esconde en los lugares solitarios tanto como en las barriadas superpobladas de las grandes ciudades. ¡Qué todos los terrenos reciban la lluvia de la influencia del Evangelio!
6. Hay otra cosa que conviene no pasar por alto: para ser fieles, es preciso que nunca tengáis connivencia con el mal.
Esta recomendación será bien acogida por ciertos hermanos cuyo único concepto de lo que es podar un árbol es cortarlo. Hay jardineros que cuando se les dice que los arbustos están un poco crecidos contestan: "Me ocuparé de ellos". A los pocos días, paseando por el jardín, veis la especie de venganza que ha llevado a cabo. Allí no pueden aprender lo que es el equilibrio de las las virtudes; no saben matar un ratón sin prendele fuego al granero.
¿Has dicho: "Fui fiel, jamás tuve connivencia con el mal?" Bien está; pero ocurrirá que por un arrebato, hayas producido peor mal que el que has destruido.
De modo que cedéis a un arrebato, y "le dais su merecido" a la congregación por el hecho de que no son lo que debieran ser. ¿Sois vosotros todo lo que debierais ser? ¿Decís: "Van a enterarse de de que aquí el amo soy yo". ¿Es así? ¿Eres el amo?
Pero quizá os sintáis movidos a decirme: "¿No es cierto que usted ocupa una posición elevada en su propia iglesia? Así es; pero, ¿cómo la he alcanzado? No tengo otro poder que el que la afabilidad y el amor que me han dado.
Pero volvamos a lo que estoy diciendo: no debemos permitir que el pecado quede sin reproche. Ceded en todos los asuntos personales, pero estad firmes en lo que toca a la verdad y la santidad. Hemos de ser fieles, para no incurrir en el pecado y el castigo de Elí. Sed honrados para con los ricos y los influyentes; sed firmes para con los vacilantes, pues su sangre os será demandada. Necesitaréis toda la sabiduría y la gracia que podáis alcanzar para cumplir vuestros deberes como pastores. Parece que ciertos predicadores carecen de aptitud para gobernar a los hombres, aptitud reemplazada por la capacidad de pegarle fuego a una casa, pues esparcen las brasas y los carbones encendidos dondequiera que van. No seáis como ellos. No combatáis contra carne y sangre; empero no hagáis muecas amistosas al pecado.
7. Algunos descuidan sus obligaciones como mayordomos de Cristo, olvidando que el Señor viene.
"Aún no", susurran algunos; "hay muchas profecías que cumplir; e incluso es posible que ni siquiera venga, en el sentido corriente del término. No hay prisa especial". ¡Ah, hermanos! es el siervo infiel el que dice: "Mi señor tarda en venir". Esta creencia le permite aplazar las tareas y labores. El criado no limpiará la habitación como deber diario, porque el Señor está lejos; y el siervo de Cristo piensa que puede tener una buena limpieza, en forma de avivamiento, antes que llegue su Señor. Si cada uno de nosotros se diese cuenta de que cada día puede ser nuestro último día, seríamos más intensos en nuestra labor. Mientras predicamos el Evangelio, cualquier día podemos ser interrumpidos por el son de la trompeta y el clamor: "He aquí viene el Esposo; salid a recibirle".
Esta esperanza contribuirá a acelerar nuestros pasos. Los días son cortos; el Señor está a la puerta; es preciso que trabajemos con todas nuestras fuerzas. No hemos de servir al ojo, excepto en el sentido de que trabajamos en la presencia del Señor, que Él está tan cerca.
Deberíamos orar mucho acerca de esta fidelidad en la mayordomía, porque el castigo de la infidelidad es terrible. Recordad las palabras del Señor Jesús cuando dice del siervo infiel, que su Sefior "le cortará por el medio, y pondrá su parte con los hipócritas: allí será el lloro y el crujir de dientes". ¿Puede alguno de vosotros sondear ese abismo de horror?
La recompensa de todos los mayordomos fieles es sobremanera grande: aspiremos a ella. El Señor hará que el hombre que fue fiel en pocas cosas sea puesto sobre muchas cosas. Es extraordinario el pasaje en que nuestro Salvador dice: "Bienaventurados aquellos siervos, a los cuales cuando el Señor viniere, hallare velando: de cierto os digo, que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y pasando les servirá". Es maravilloso que nuestro Señor ya nos haya servido; pero, ¿cómo podemos comprender que va a servirnos nuevamente? ¡Pensad en Jesús levantándose de su trono para servirnos! "¡Mirad!" exclama Él, "aquí viene uno que me sirvió fielmente en la Tierra; abridle camino, vosotros los ángeles, dominios y potestades. Este es el hombre a quien el Rey se deleita en honrar". Y, con sorpresa por nuestra parte, el Rey se ciñe y nos sirve. Nos disponemos a clamar: "No sea así, Señor". Pero Él debe y quiere cumplir su palabra. Este honor inefable lo concederá a sus verdaderos siervos. ¡Feliz el hombre que, después de haber sido el más pobre y despreciado de los ministros, es ahora servido por el Rey de reyes!
Es preciso que vayamos adelante, no podemos retroceder. Creemos haber sido llamados a este ministerio, y no podemos ser desleales al llamamiento.
A veces se nos acusa de decir cosas terribles acerca del infierno. No vamos a justificar todas las expresiones que hemos usado, aún no hemos descrito jamás una desdicha tan profunda como la que esperará al ministro infiel ¡El futuro de los perdidos sobrepasa toda idea, si lo consideramos a la luz de las expresiones usadas por el Señor Jesucristo mismo! Las figuras casi grotescas que dibujó el Dante, y los horrores descritos por los predicadores medievales no exceden a la verdad enseñada por el Señor, cuando hablaba del gusano que nunca muere y el fuego que jamás se apaga. Ser echado a las tinieblas de afuera, anhelar vanamente una gota de agua fría, o ser cortado por el medio, son horrores sin igual. ¡Y los hombres corren ese riesgo! ¡Sí, y mil veces lástima que cualquier ministro se arriesgue así; que cualquier ser mortal suba al pináculo del templo y desde allí se eche al infierno! Si he de ser un alma perdida que lo sea como ladrón, blasfemo o asesino, y no como mayordomo infiel al Señor Jesucristo. Esto es ser un Judas, un hijo de perdición.
No fuistéis forzados a ser ministros. No fuistéis obligados a entrar en tan sagrado oficio. Estáis aquí por vuestra propia elección. En vuestra juventud aspirasteis a tan santo servicio, y os considerasteis felices alcanzando vuestro deseo. Si nos proponíamos ser infieles a Jesús, no había necesidad de trepar a esta sagrada roca con objeto de multiplicar los horrores de nuestra caída final. Podríamos haber perecido suficientemente en los caminos ordinarios del pecado. ¿Qué necesidad había de ganar una mayor condenación? Mi corazón y mi carne tiemblan mientras considero la posibilidad de que alguno de nosotros sea hallado culpable de traición a lo que nos ha sido encomendado, y de deslealtad a nuestro Rey. Que nuestro buen Señor esté de tal manera con nosotros que, finalmente, seamos limpios de la sangre de todos. Será glorioso oír al Maestro decir: "Bien, buen siervo y fiel".
Tomado del libro: Un ministerio ideal de C. H. Spurgeon, Editorial El estandarte de la verdad.
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Es posible que lleguemos a ser desleales a lo que se nos ha encomendado si actuamos para agradar a los hombres.