Muchos pastores se frustran y trabajan con insistencia para ver cambios notorios en la vida de los miembros. Predican y enseñan con vehemencia acerca de la necesidad de cambiar, de diferenciarnos del “mundo”, de estar a la altura de Cristo, de ser santos y de ser sal y luz.
No obstante después de un tiempo en que parece que la gente ha entendido, el resultado es un pastor enojado y unos pocos miembros que permanecen porque lo quieren. El resto su fueron. No pudieron soportar sus regaños, su insistencia y el hecho de que cada domingo salían de la iglesia sintiéndose más culpables que cuando entraron.
Servimos a Dios y trabajamos en la iglesia con eso en mente: cambiar a la gente. Sucede entonces que tenemos expectativas muy altas para las personas que llegan a la iglesia.
El asunto es que no cambian tan rápido como nosotros quisiéramos y tampoco de la manera que nos gustaría que lo hicieran.
Así es como surgen muchos conflictos. Les ponemos presión, les hacemos saber una serie de normas y reglamentos. Les exigimos una serie de cosas y si aún así no cambian, los declaramos en rebeldía.
En el fondo nos sentimos frustrados y no queremos ser parte de lo que llaman un evangelio “aguado” o “liberal”.
Queremos ver cambios y cambios radicales. Queremos ver vidas transformadas por el poder de Dios. Si en un plazo “prudencial” no cambian, los descartamos.
El gran error es que queremos hacer un trabajo que no nos corresponde. Nosotros no podemos cambiar a la gente. Nunca Dios nos llamó a eso. No es tarea del pastor o los líderes cambiar a nadie.
Esa es la exclusiva tarea del Espíritu Santo de Dios.
Si queremos ver vidas transformadas por el poder de Dios, tenemos que permitir que sea el poder de Dios el que las cambie.
La gente que llegará a la iglesia en el siglo veintiuno será gente rara para lo que estamos acostumbrados a ver en nuestros templos. Su apariencia, sus ropas y sus costumbres tal vez nos resultarán chocantes.
Las familias que llegarán no serán como las hemos conocido hasta ahora, serán familias fragmentadas, divorciados, madres solteras, parejas sin casarse y con hijos de ambos y además vendrán con muchos problemas. Estamos en tiempo diferente y los problemas son otros. Pero las necesidades de la gente siguen siendo las mismas: amor, perdón y aceptación.
He aquí nuestra misión, dar amor y ministrar al que sufre. Nuestra tarea es recibir a la gente, aceptarlos como son, amarlos y guiarlos a conocer a Dios. La tarea de él es cambiarlos.
Muchas personas se van porque en lugar de amor encuentran juicio, en vez de aceptación encuentran condena. De eso ya tienen bastante en el mundo.
La iglesia es quizás el único lugar donde alguien puede encontrar perdón y afecto que provienen del corazón de Dios y se manifiesta en la comunidad de redimidos.
Abre las puertas de la iglesia, deja que entren todos… y que los cambie el Señor.
Andrés Miranda
Cambiar a la Gente
Muchos pastores se frustran y trabajan con insistencia para ver cambios notorios en la vida de los miembros. Predican y enseñan con vehemencia acerca de la necesidad de cambiar.